"Sigo esperando que Maxi pase por el pasillo", dijo su madre
"Todavía no puedo creer que lo hayan matado", dijo Azucena, la madre de Maximiliano Olmos. Este fin de semana se cumple un año del asalto trágico ocurrido en barrio Mariano Comas.
"Sigo esperando que Maxi pase por el pasillo", dijo su madre
Maxi estaba muy contento el jueves 19 de setiembre del año pasado. Tenía 25 años, amaba a su pareja y su familia, había terminado la construcción de su casa y acababa de comprarse la moto de sus sueños, aunque todavía no la había usado. Despertó temprano, fue a trabajar a la mueblería -donde se especializaba en lustrar la madera-. Caminó hasta el galpón, que queda muy cerca. Como siempre, volvió cerca de las 17 a su hogar. Minutos después, sacó por primera vez su Honda Tornado y la llevó hasta el taller. No era nueva y había que cambiarle algunos repuestos. Volvió cuando ya había oscurecido, apurado. Su mujer salía de trabajar, en el centro, a las 21 y él la iba a buscar. Se bañó. Antes de irse, se asomó por la ventana de la casa de su madre -que hablaba por teléfono con una hermana-. Ella le dijo que tenga cuidado y él le respondió que no tenía de qué preocuparse, que regresaría rápido. "Fue la última vez que lo vi con vida, porque cuando me dejaron volver a verlo ya estaba en una bolsa negra", recordó Azucena un año después.
Maximiliano Olmos tenía 25 años y era el cuarto de cinco hermanos. Esa noche fue asaltado en barrio Mariano Comas. Le robaron su preciada moto, pero antes lo ejecutaron. Le dispararon nueve tiros, le pegaron tres. Murió al día siguiente, después de horas en el quirófano del Hospital Cullen, donde los médicos trataron en vano de salvar su vida.
"Jamás me hizo renegar. Sobresalía en todo lo que hacía. Fue abanderado en su escuela primaria y también en la secundaria. Sus libretas de calificaciones eran hermosas. Los alumnos siempre lo elegían como el mejor compañero. Así era también con su familia, con sus hermanos, con sus amigos. Estaba siempre cuando se lo necesitaba", describió la mujer, que -entre muchos otros recuerdos- tiene colgada en el comedor la camiseta número 5 de Sportivo Guadalupe que usó su hijo. "Jugó al fútbol en ese club hasta los 14 años", aclaró.
"Maxi estaba en pareja desde hacía cuatro años. Se amaban. Daiana es un ser de luz. Remaban juntos para progresar. Así hicieron su casa, acá atrás de la mía. Me habían prometido que este año me iban a dar el nieto", contó.
Asalto fatal
Según pudo reconstruirse, el joven subió a su Honda Tornado y manejó por avenida Facundo Zuviría. Luego, dobló hacia el este por Domingo Silva. Fue entonces que otra moto con dos tipos a bordo se le puso a la par. Lo venían siguiendo. El sujeto que viajaba como acompañante le apuntó con una pistola. Maxi no estaba dispuesto a entregar su vehículo, así que aceleró y dobló por pasaje Pasteur. Al toparse con la vía, intentó escapar por Pasaje Larramendi, en contramano, pero terminó rodando por el pavimento. Para ese entonces, los ladrones ya le estaban disparando. Para hacer el último disparo, el asesino bajó de su moto, caminó hasta donde estaba la víctima y la ejecutó desde corta distancia. Tal vez Maxi podía identificarlo. Una testigo diría luego que el asesino pareció reconocer a la víctima antes de abrir fuego.
Esa noche la familia completa (hermanos, yerno, nueras, nietos) iba a cenar junta. Azucena cocinaba canelones de verdura. Ella sabía que Maxi no demoraba más de 20 o 25 minutos. Se preocupó cuando pasaron los minutos, pero recién empezó a sospechar que algo malo había pasado cuando observó movimientos extraños en el comedor. Primero se fue su yerno, luego uno de sus hijos. Después sacaron del lugar a los niños. "Entonces se acercó mi hija y sólo me dijo: 'Maximiliano'. Quedé dura. Pensé en un accidente de tránsito. Me costó reaccionar, pero cuando volví en mi me llevaron al Hospital Cullen. Quería ver a mi hijo, pero no podía porque lo estaban operando. Esperé. Tres o cuatro horas después salieron dos cirujanos. Les pregunté y me dijeron que me quedara tranquila, que lo estaban preparando para pasarlo a Terapia. A la media hora, salió una doctora y me dijo que lo sentía mucho, pero que le habían dado tres paros cardíacos y que no lo habían podido reanimar".
"Ahí se me terminó la vida. Es algo que no se lo deseo a nadie. Hasta el día de hoy no puedo creer que lo hayan matado. Cuando son las cinco de la tarde no quiero estar acá sentada", enfatiza sentada en el comedor de su casa, mientras mira a la ventana del pasillo. "Todavía espero que pase por ahí. Hay días que no me quiero levantar de la cama, pero sigo porque pienso en mis otros hijos".
La moto
"Hacía una semana que había comprado la moto, pero no la había usado. Estaba como un chico cuando le dan un regalo. Él tuvo otras motos más chicas, pero esa era su sueño. Le costó mucho sacrificio. Siempre lo tuvo en la cabeza. Primero terminó su casita y después llegó a la moto. Todos le decíamos que no la compre, que era peligroso usarla, pero él siempre respondía que no pasaba nada.
Por el crimen de Maxi fueron detenidos e imputados Cristian "Pastelito" Martínez y Jesús "Gringo" Noriega. Ambos permanecen en prisión preventiva, por disposición del juez Nicolás Falkenberg, que –en la audiencia de medidas cautelares- elogió la investigación dirigida por la fiscal Rosana Marcolín y desarrollada por personal de la PDI. Azucena se mostró agradecida con ellos y su trabajo.
"Gringo" y "Pastelito" fueron imputados por homicidio calificado por el uso de arma de fuego y criminis causa (para poder concretar el robo y lograr la impunidad). Ambos están acusados de formar parte de una banda dedicada al robo de motos que estaba en la mira de la policía desde principios de año.
Cuando los sospechosos fueron detenidos, en el celular de "Pastelito" se halló importante evidencia. Pocos minutos después del crimen, cruzó mensajes por whatsapp. "Esto ni cabida a nadie". Reclamaba un pacto de silencio. "Vamos a tomar algo por el finado", sugirió luego con extremo cinismo.
"Iban a festejar por la muerte de mi hijo. Yo estaba en la sala cuando la fiscal lo contó y no lo podía creer. Lo tuve que agarrar fuerte a mi hijo. Gracias a Dios, el juez no los dejó en libertad, a pesar de que ofrecieron una fianza de un millón de pesos. Nada justifica lo que hicieron. Ya tenían la moto. No tienen perdón. Sólo pido que Dios ilumine a los jueces. A mi hijo no me lo van a devolver, pero si se condena a los culpables va a ser un alivio", expresó Azucena.