Lunes 3.6.2019
/Última actualización 10:11
La mayoría de quienes cometen actos de abuso sexual infantil son varones adultos. Integran el entorno cercano y están en el círculo de confianza —familiar o institucional— de las víctimas, que en su mayor porcentaje son niñas. Así se cae el mito de que el abusador es un “sujeto anónimo”. La violencia sexual contra una niña o un niño no es una problemática sociocultural exclusiva de un grupo específico (hay una creencia errónea de que los casos se dan en contextos de vulnerabilidad social). Entonces, el problema es transversal y está tanto en las clases bajas como en las pudientes: aquí, otro mito se resquebraja.
Además, en el abuso sexual se impone un relación de poder desigual del adulto victimario sobre la víctima infantil, la cual queda desvalida psíquicamente y con su subjetividad quebrada, con el yo “pobre y vacío”: y el efecto del trauma en la persona que sufre una vejación puede aparecer a posteriori del acto de abuso (meses, años después). Estas son algunas de la conclusiones generales que obtuvo la investigadora santafesina Romina De Lorenzo, quien comparó las realidades de esta grave problemática entre Santa Fe y Barcelona (España).
De Lorenzo es psicóloga y profesora de la Universidad Católica de Santa Fe (UCSF). Está haciendo una investigación doctoral (UCES, Buenos Aires) sobre abuso sexual infantil, área sobre la cual trabaja en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos provincial. A través de la UCSF y otras instituciones, fue becada como doctoranda para hacer una investigación de estancia corta en el exterior: recaló en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Su estudio es un capítulo de su investigación doctoral sobre abuso y violencias sexuales contra las infancias, y será otro aporte académico para tener más documentación teórica sobre este flagelo. De Lorenzo abordó el sistema que se aplica en España sobre casos de niñas y niños víctimas de abuso, y comparó aquella realidad con lo que pasa en Santa Fe. “Imaginaba encontrarme con diferencias claras entre una misma problemática entre (dos ciudades de) Argentina y España; muy por el contrario, rastreé muchas coincidencias”, le cuenta la investigadora a El Litoral.
La metodología de cruce comparativo derivó de un diálogo interdisciplinar e interregional entre lo que ocurre en Santa Fe y Barcelona. De Lorenzo realizó entrevistas semiestructuradas con profesionales de aquella ciudad española y de Santa Fe. Así, las mismas preguntas se hicieron a 11 profesionales de Barcelona (psicólogas, trabajadores sociales y abogados) y a seis de Santa Fe y de Rosario (abogadas con acceso a la justicia, psicólogas y psicólogos). Los datos dieron conclusiones porcentualmente muy similares.
Por ejemplo, en torno al género de los abusadores, la mayoría son varones mayores: en Argentina es un 89 %, mientras que en España es de un 86,6 %. En un 78 % de los casos de España —y en un 93 % de Argentina— las víctimas son niñas. En un 70 % de los casos en nuestro país —y en un 85 % en España—, el sujeto abusador es parte del ámbito familiar o institucional cercano de la víctima (es padre, padrastro, tío, abuelo). “Las variables se sostienen”, insiste la psicóloga.
Punta de iceberg y “cifra negra”
“El primer dato es que no hay datos oficiales sobre abuso sexual de niñas y niños. En nuestro país, el Programa de Víctimas contra la Violencia del Ministerio de Justicia de la Nación ya venía produciendo sus propios datos, que son excelentes para dimensionar el problema pero con recortes muy pequeños. En España pasa lo mismo: sólo la ONG Save the Children genera datos, pero son también recortes: no hay estadísticas oficiales del gobierno español”, explica.
Por eso la investigadora habla de la “cifra negra”, ya que no existe casuística suficiente. Con todo, “vemos la punta de un iceberg con respecto a la problemática del abuso sexual infantil, que en realidad esconde en el fondo muchas dimensiones y aristas que no están visibilizadas por la poca producción estadística”, advierte. De todos modos, esta primera producción cuanti y cualitativa “sirve para empezar a deconstruir social e institucionalmente algunos mitos instalados”.
En función de esos cruces porcentuales obtenidos, el primer mito que se resquebraja es que el abuso sexual es una problema sociocultural de un grupo específico. “Tenemos casi los mismos datos en dos sociedades muy diversas”, refuerza. “El problema no es algo exclusivo de sectores sociales en situación de vulnerabilidad social, como aún se piensa. Es transversal a la mayoría de las clases sociales, sean éstas de bajo poder adquisitivo o pudientes”.
Así, “creo que se cae una creencia muy instalada: que el abusador es un ‘sujeto anónimo’. No es así: de hecho, los porcentajes de abuso sexuales cometidos por sujetos que no conocían a las víctimas son pequeñísimos en las dos regiones. Esto hace que debamos revisar nuestros sistemas de relaciones sociales y de poder, y cómo se constituyen hoy las familias, porque ahí está el núcleo duro del problema”, añade.
Como sociedad, algo hay que hacer. Y lo primero es para De Lorenzo visibilizar la problemática: “Lo único que tiene en común el abuso sexual infantil es que se trata de actos cometidos por adultos contra un niño o niña, los cuales no tienen el desarrollo psíquico ni físico para poder evitar estos actos que son terribles”, subraya.
Poder coercitivo y desvalimiento
—Hay un relación de poder coercitiva y desigual entre el adulto abusador y el niño o niña abusada, en la que la víctima está disminuida en su posibilidad de defenderse...
—Es así. El ejercicio de esa relación desigual implica un otro adulto, que tiene poder sobre la niña o el niño a través del vínculo afectivo establecido. No es un poder cualquiera, no es un poder violento en un inicio: empieza desde el vínculo afectivo, luego el adulto es el responsable de introducir la genitalidad en la infancia. Esa infancia per se no buscaría jamás ese acto sexual genital. Y por otro lado, el desvalimiento o indefensión es de tipo psíquico principalmente, no físico. La niña o el niño no se pueden defender.
“Hay una autora (Silvia Bleichmar) que en líneas generales sostiene que el efecto del terror en el psiquismo de un niño o niña que padece un abuso produce lo siguiente: la víctima sabe a qué y a quién le teme, pero no sabe cuándo va a suceder (el abuso). Esto es similar a lo que padecía un torturado en un centro clandestino de detención (alude a la última dictadura), el cual pensaba: ‘Yo sé que le temo al torturador, pero no sé cuándo me va a infringir la tortura’”, explica la investigadora. Las víctimas de abuso sexual infantil “pasan a padecer un estado de desvalimiento psíquico y de alerta permanente que destruye la cabeza”.
La variedad sintomática siempre es variada pero tiene un efecto donde, en el desvalimiento psíquico de la víctima, ‘pobre y vacío queda el yo’ (De Lorenzo cita a otro autor). “Y así quedan las víctimas con respecto al acto de abuso padecido. Lo cual no quiere decir que no que haya personas que pudieron, mecanismos de defensa mediante, continuar como pueden con sus vidas”, expresa.
Y el efecto del trauma es a posteriori del acto de abuso. “No es inmediato, se manifiesta después de un tiempo, y a veces después de muchos tiempo. Un caso de abuso puede saltar en un espacio terapéutico, por ejemplo, después de años y años de haberse cometido. Es muy variable el efecto psíquico del abuso sexual, pero siempre se piensa que tiene una posibilidad traumática en términos psíquicos”, concluye la investigadora.
Cómo orientar a una víctima de abuso sexual
“Esto depende mucho de las necesidades que emergen”, precisa De Lorenzo. “Si la persona quiere trabajarlo, un espacio terapéutico podría venir bastante bien. Después, hay espacios institucionales en el caso de que la víctima quiera hacer algo legal con esto. La Defensoría del Pueblo tiene la oficina de atención a víctimas y trabajan con un equipo interdisciplinario excelente. Lo cierto es que el recorrido que cada víctima hace con su caso es muy diferente. Hay personas que no quieren trabajarlo, otras que lo hacen en un espacio privado-terapéutico. Otras deciden hacerlo público. Creo que es un proceso muy personal”.
Romina de Lorenzo es Lic. en Psicología, profesora de la Universidad Católica de Santa Fe (UCSF) y de UCES (Sede Rafaela). Además es profesora invitada en el posgrado de Medicina del Trabajo en la UNL. Está haciendo una investigación doctoral sobre abuso sexual infantil en UCES Buenos Aires. Su tutora y directora durante la investigación en Barcelona fue Encarna Bodelón, la primera Doctora con Perspectiva de Género en España.