El Litoral | area@ellitoral.com
Se trata de unas 450 personas, constituidas en unas 125 familias, de las cuales 120 son niños de entre 0 y 12 años. Abogan por acceso a la salud, educación y oportunidades de trabajo.
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La comunidad Toba radicada en el noroeste de la ciudad reclama mejoras en las condiciones de hábitat. Sus historias ancestrales y tradiciones no son visibles, están calladas; al igual que sus necesidades: el acceso al barrio, a la salud, la educación y las oportunidades de trabajo. En Santa Fe, los primeros en llegar se radicaron en barrio Las Lomas, y cuando ya no quedaba más lugar, empezaron a establecerse en Santo Domingo.
A la comunidad se puede ingresar desde Blas Parera y Estado de Israel, tras recorrer 400 metros de calle asfaltada y un kilómetro de tierra. Los medios de transporte públicos no ingresan al barrio, con suerte y si se dan las condiciones, quizás se atreva un taxi o un remis.
Silvia Parente es profesora de Historia, forma parte de ENDEPA (Equipo Nacional de Pastoral Indígena) y desde hace tres años trabaja con los vecinos de Santo Domingo. “Me acerqué a la comunidad con el objetivo de reivindicar los derechos de los pueblos originarios y acompañarlos en su caminar”. La referente menciona que el desafío más grande es el de dar a conocer la realidad en la que viven, producto de una situación histórica de los pueblos indígenas.
“Llegué convocada por Pablo Pérez, presidente de la comunidad, para ayudar en la organización de la preparación de los guisos y la merienda. En ese momento no recibían ayuda de nadie. Entonces empecé convocando amigos e instituciones para conseguir los alimentos necesarios”.
Consultada sobre las necesidades y su impacto en las nuevas generaciones, Parente destacó: “Muchas personas no dicen que son miembros de una comunidad por temor a no conseguir un trabajo. Esto también se lo transmiten a sus hijos. Por eso es importante fomentar la integración como, por ejemplo, dentro del propio barrio donde viven y así todos sepan quién es el vecino, su historia y necesidades”.
La comunidad Toba Qomlashi piden acceso a educación, salud y trabajo
Trabajo constante
Un grupo de mujeres se dividen las tareas y se organizan en función a lo que hay que preparar para dar de comer a 120 chicos y a las mamás, quienes en muchas oportunidades suelen acercarse a buscar viandas. “Tres días a la semana se da la merienda y dos días hacemos guisos. Somos seis mujeres y nos vamos turnando. Estamos interesadas en hacer meriendas para los cinco días de la semana, pero en este momento los alimentos no alcanzan”, cuenta Maribel Alegre, integrante de la comunidad Toba Qomlashi y responsable del comedor.
En cuanto a la ayuda por parte del Estado, el gobierno de la provincia otorgó una tarjeta institucional que, si bien es una ayuda, no puede utilizarse para cargar garrafas —que ya no hay en el comedor porque les robaron hace aproximadamente 10 días— artículos de limpieza o carbón.
Las mujeres que están al mando del sustento alimenticio, cocinan a leña o con la garrafa que presta algún vecino. “Con mis compañeras Zulema y Graciela los lunes hacemos chocolate; los martes, arroz con leche y los jueves, solo les damos leche.
A veces alcanza para todos y a veces no. Son 120 chicos que muchas veces llegan en compañía de sus mamás”, relata Teresa Tejeda.
Necesidades básicas
A la basura desparramada, se suman dos zanjones a cielo abierto —que están desde hace más de 20 años— y lo intransitables que se tornan las calles en días de lluvias. “Estamos haciendo trámites continuamente para mejorar las condiciones de hábitat. Hemos reclamado mejoramiento en las calles, iluminación y atención primaria en la salud de los vecinos de la comunidad. Si bien hay un centro de salud, allí no le dan respuestas a todos sus problemas. Aquí se ven personas con mal de chagas, tuberculosis, enfermedades que se creyeron erradicadas de la ciudad”, explicó Parente y agregó: “Necesitamos asistentes sociales trabajando, no solamente en la comunidad Toba, sino en todo el barrio”.