De repente, las calles quedaron vacías. El silencio, hasta entonces casi exclusivo de las siestas de domingo, se adueñó de todas las horas de la ciudad. La vida se detuvo puertas adentro de los hogares; y el espacio público fue lo que nunca había sido: calma absoluta, soledad, incertidumbre, miedo…
Los movimientos de los vecinos se redujeron al mínimo trayecto: al supermercado del barrio, al médico, a asistir a un familiar mayor. Sólo los esenciales podían ir al trabajo.
El sistema de transporte público por colectivos lo pagó caro: durante los primeros meses se produjo un descenso de la cantidad de pasajeros transportados del 90%, con un paro de 20 días en el medio como hacía décadas no ocurría. Con el correr de los meses y las mayores aperturas de actividades esa cifra repuntó, pero nunca volvió a sus valores históricos: hoy está cerca del 70% respecto al año previo a la pandemia.
Lo corroboró el propio intendente Emilio Jatón en su discurso de apertura de sesiones del Concejo Municipal: "Pasamos de 37 millones de boletos emitidos a 12 millones en tan solo un año, lo que representa una caída del 66 por ciento de los viajes".
Con las escuelas abiertas y las clases presenciales en marcha, la ciudad comenzó a retomar su pulso convulsionado y el tránsito volvió a ser un caos en horarios picos. Quizás este mayor movimiento de estudiantes incremente los usuarios del colectivo, es lo que se espera, pero es cierto que muchos vecinos ya adoptaron otros medios para trasladarse.
La venta de motos, por ejemplo, viene en subida; incluso en medio del parate económico que tuvieron muchos sectores el año pasado. Según datos aportados por la Administración Provincial de Impuestos, en 2018 se emitieron patentes para 828.000 motos; en 2019, para 880.000; y en 2020, para 910.000.
Mientras menos gente se subía al colectivo, crecía la cantidad de bicicletas que circulaban por las calles de la ciudad. A simple vista podía observarse esta tendencia. Pero también hay datos que aportaron organizaciones ciclistas, que realizaron un sondeo en bicicleterías y talleres de reparación de la ciudad entre los meses de abril y agosto. En promedio, hubo un incremento del 75% de la actividad, en comparación con el mismo período de 2019, concluyó la agrupación CicloCiudad/Igualdad.
Entre los factores que confluyeron para que la bici se convierta en un actor central en las calles de la ciudad se destacó primero, el miedo al contagio de Covid-19 al compartir el espacio cerrado de un colectivo y con superficies de contacto comunes; segundo, la propia crisis que atraviesa el transporte público que ocasiona esperas prolongadas; tercero, la variable económica: es mucho más barato trasladarse en bicicleta que en auto o colectivo.
La actual gestión municipal reconoce los inconvenientes de movilidad que existen en la ciudad y dice que ha comenzado a delinear algunas pautas para "proveer alternativas que, paulatinamente, nos lleven a la intermodalidad y hacia una movilidad integral y sustentable".
Sin embargo, durante el largo paréntesis que introdujo la pandemia al caótico tránsito santafesino, no se hizo efectiva ninguna medida en pos de ese objetivo. Ni siquiera se difundió cuál es el plan. La infraestructura urbana es la misma que hace un año. Sólo se ha sumado la ciclovía de avenida Urquiza, un trazado señalizado sobre la calzada que genera varios puntos de conflictos y confusión con los automovilistas.
Las organizaciones que promueven el ciclismo en la ciudad, coinciden en que la pandemia fue "una oportunidad perdida" para mejorar las políticas públicas de movilidad y uso del espacio público, no solo desde el interés ciclista, sino en general.
"Apenas se concretó la cuarentena, cuando las calles estaban vacías y se sabía que íbamos a necesitar espacio para movernos seguros, era el momento de generar más espacio para la caminabilidad y mejorar y aumentar la infraestructura ciclista", planteó Yamila Riego, de Santa Fe en bici. "El plan era que usemos menos transporte público, y había que evitar que quienes antes se movían en colectivo se pasen al auto o a la moto para no seguir sumando problemas de vehículos motorizados a las calles, para incentivar que esas personas se muevan caminando o en bici. Habría que haber mejorado la infraestructura que los promueva y lo permita. Eso no se hizo y ahí está la pérdida de la oportunidad", expresó.
Joaquín Azcurraín, del proyecto CicloCiudad opinó que en materia de movilidad ciclista "quedó pendiente avanzar sobre un plan de ciclovías y bicisendas, sumando a los actuales 33 km, unos 50/60 km más para contar con una red conectada, que es lo que está faltando y una demanda permanente del colectivo ciclista. Eso, además, multiplicaría bicicletas en la calle porque la infraestructura bien construida promueve el ciclismo urbano".
Su organización relevó veredas del micro y macrocentro, concluyendo que "no resisten el distanciamiento social" ya que tienen entre 1 y 1,10 metros. "Se podría haber avanzado en un esquema de semi peatonalización del centro y un plan para construir veredas en los barrios periféricos porque tenemos serias falencias en el cordón oeste y en el norte y la gente termina caminando por la calzada,so puede traer siniestralidad vial", dijo.
En materia de transporte público, Azcurrain opina que la oportunidad perdida es no haber puesto en debate el tema de manera integral, "no solo la suba del boleto, sino con una participación mucho más activa para que las instituciones intermedias, las universidades y todos los actores que en algún punto abordan la temática de la movilidad definan aspectos relacionados al estado de las unidades, a los recorridos y trazas, las frecuencias, aspectos que hacen a la calidad del servicio".
"Perdieron la oportunidad de ponerse a la vanguardia de las soluciones para la salida de los primeros meses de confinamiento con el uso del espacio público con fines alternativos: utilizar la calle y la vereda para recreación, para el comercio y la gastronomía. Se podría haber avanzado muchísimo más, hicimos una propuesta de calles resilientes, con la posibilidad de que gimnasios y bares salgan a las calles, que vecinos pidan cortes de calles para hacer recreación con sus hijos. Eran ideas sencillas, con un costo de cero pesos, y nos quedamos atrás", cerró.
Replantear la movilidad urbana tiene un enorme desafío, no solo por la demanda de uso de espacio público con distanciamiento que expuso la pandemia de Covid-19, sino por la crisis climática que reclama "desmotorizar la movilidad urbana lo que más se pueda", aseguró Yamila Riego. Es necesario "concientizar y promover la movilidad activa para trayectos que son menores a distancias de 5 km, que podamos hacerlo caminando o en bici; pero para eso necesitamos contar con espacios seguros, con seguridad ciudadana y con seguridad vial".
Por estos días, la ciudad retomó su ritmo habitual. Y las calles sienten esa tensión, fruto de una pésima convivencia ciudadana entre todos los actores de la movilidad: automóviles que dominan el escenario público, motos y bicicletas que no suelen respetar las normas de tránsito, y peatones que buscan escurrirse por los espacios que encuentran. El peligro de accidentes está latente, y la calidad de vida muy lejos de lograrse.