Salomé Crespo
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Negro es un zaino mediano con ancas regordetas y gesto cansino. Manso pero alerta, el caballo se deja toquetear por la médica veterinaria que lo revisa exhaustivamente. “Está bien”, afirma la joven especialista que, sólo indica agua y jabón para curar una lastimadura en la pata izquierda y mejorarle el herraje.
Al igual que Negro, alrededor de 60 caballos de carreros reciben atención en el puesto sanitario que instalaron alumnos y docentes de la carrera de veterinaria en un baldío de calle J.B. Azopardo entre pasaje Liniers y pasaje Braile, en barrio Santa Rosa de Lima. La iniciativa está enmarcada en un proyecto de Extensión de la UNL, denominado “Concientización sobre enfermedades zoonóticas y uso racional del equino de tiro”. El plan apunta a conocer y relevar datos sobre aspectos relacionados con la salud pública, el cuidado del ambiente, el bienestar animal y la realidad social del barrio. Comenzó en agosto del año pasado y se extenderá hasta el mismo mes de 2015.
“El objetivo es acercarnos a los propietarios del caballos y al núcleo familiar a través de la atención del animal. Mostrarle a los alumnos que algo tenemos que hacer y dejar en la sociedad”, señaló Rubén Mazzini, uno de los docentes a cargo del programa que trasciende lo estrictamente vinculado con la ciencia veterinaria. En ese sentido, Mazzini brindó datos alarmantes sobre la situación de las familias dedicadas al cirujeo: en promedio, con cada equino registrado —60 en total— sobreviven dos adultos y seis menores. Es decir, unos 120 mayores y 360 niños y niñas.
“Esperamos que el trabajo sirva para un proyecto serio de reconversión. No estamos de acuerdo con la tracción a sangre pero hay que entender que, el animal acá es el medio de sustento familiar. Si un caballo no sale un día a la calle, hay chicos que no se alimentan”, remarcó Mazzini.
Otra de las preocupaciones de los veterinarios son los niños del barrio que demandan atención urgente, dado el alto nivel de deserción escolar. De hecho, al lado de la carpa para los caballos colocaron otra con juguetes y crearon un espacio al que una gran cantidad de pequeños concurre solamente a jugar. Cada una de las experiencias en el barrio marca a los profesionales que en muchas ocasiones se ven desbordados. “Nos faltaría un equipo que aborde el problema de los más chicos porque están muy solos. Un día nos trajeron un nenito todo picado por pulgas y tuvimos que gestionar la asistencia del Ministerio de Salud”, dijo con resignación Mazzini. Y se acordó de otro caso:
“Otra vez atendimos adentro del barrio un caballo con un cólico, un nene de 12 años nos miraba fascinado. Cuando terminamos nos dijo: ‘¡Qué lástima que dejé la escuela!, está bueno ser veterinario’”.
Gonzalo Baroni está cursando el último año de la carrera y es uno de los estudiantes que participa del proyecto. Salir de la academia y pisar el barrio suma tanto que, incluso sirve para derribar prejuicios.
“Cuando cruzaba un carro en la calle pensaba: ‘pobre animal’. Acá me di cuenta que en realidad no saben cómo cuidarlos pero si se les explica hacen las cosas bien”, explicó Gonzalo. Uno de los principales problemas que detectan está en el modo de alimentación de los equinos. “Les dan de comer pan, el mismo que come la familia y los caballos no pueden ingerir pan”, aclaró Baroni.
Caminar juntos
El padre Dante Di Viaggio, párroco de Santa Rosa de Lima, fue quien les dio una mano a los veterinarios para instalarse en el barrio. Desde antes, el sacerdote y la Red de Instituciones del barrio brindaban asistencia a las familias dedicadas al cirujeo, cuya situación se tornó más dificultosa tras la decisión del municipio de prohibir que los carreros ingresen al centro de la ciudad en determinados horarios.
“Entendemos que la circulación de los carros es una dificultad pero no se tuvo en cuenta a la familia y lo que la rodea. Algunas hicieron este trabajo durante 20 ó 30 años y otras se incorporaron recientemente”, manifestó el párroco.
Si bien el objetivo insignia de la tarea en el barrio apunta a que las familias abandonen el cirujeo por un trabajo digno, no es sencillo. “A veces uno intenta trasmitir o imponer los propios modos de pensar y esquemas. Pero aprendimos que antes hay que escuchar sus necesidades, conocerlos y después caminar juntos para ver qué se puede hacer”, explicó el religioso.
Respecto del servicio que los veterinarios prestan en el barrio Di Viaggio manifestó que tiene que ver con la solidaridad y el compromiso que todos tenemos como comunidad. “A veces es más fácil decir que se encargue la Municipalidad pero nos tenemos que comprometer todos, poner cada uno un grano de arena”, concluyó.