Viernes 28.4.2023
/Última actualización 13:25
Con 17 años llegaba a Santa Fe, hace exactamente 20 años, para comenzar a estudiar periodismo y soñaba con trabajar en los medios más importantes de la provincia. Lo que nunca imaginé –ni ninguno de los amigos que llegamos desde San Jerónimo Norte- fue vivenciar una de las peores catástrofes de la historia reciente de la ciudad.
Con apenas unas semanas de cursado de la carrera, ese 29 de abril de 2003, nos encontró por unas horas sin entender la situación. Éramos jóvenes del interior de la provincia, sin conocer más que algunas zonas de la ciudad, era difícil imaginar que es lo que ocurría en el norte, oeste y un sector del sur de la ciudad.
Cuando esa tarde las autoridades del IES nos informaron de la suspensión de las clases, con un grupo de amigos –muchos de ellos hoy trabajando en diferentes medios de la ciudad – nos juntamos a leer el diario El Litoral y a escuchar las radios AM de la ciudad para entender lo que estaba ocurriendo.
A la mañana siguiente cuando salimos en bicicleta a recorrer el centro y llegamos hasta el Parque del Sur, tomamos real dimensión de la catástrofe que estaba viviendo Santa Fe. El lago desbordado llegando a la altura de las escaleras de la Plaza de la Tres Culturas y "amenazando" con ingresar al Museo Etnográfico y al Convento San Francisco. Volver por calle San Martín completamente vacía en hora pico, ver a los comerciantes de la peatonal apilar bolsas de arena en las puertas de ingreso y en los desagües pluviales esperando que esa masa de agua -si llegaba, que finalmente no ocurrió – no destruya la mercadería y años de esfuerzo. A pocos metros de allí el sector de 27 de febrero y Avenida Alem (completamente distinto a lo que hoy se conoce), el puerto con su famoso paredón y El Palomar totalmente inundado, esas imágenes nos empezaron a preocuparnos a nosotros que vivíamos a un par de cuadras.
Difícil será olvidar también el caos que se vivía por esos días en los supermercados de la ciudad, donde lo primero que empezó a faltar fueron el agua y los productos de limpieza. Nadie sabía que iba a pasar los días siguientes y la necesidad de abastecerse con productos esenciales provocó escenas que sólo uno recuerda haber visto en informes o flashes informativos en zonas de guerra.
Ese mismo 30 de abril con Esteban (un amigo del pueblo), fuimos hasta la farmacia de su tío a darle una mano para levantar todo lo que se pudiera (muebles, estantes, equipos, subir lo máximos los medicamentos), porque los empleados que vivían en el oeste de la ciudad tuvieron que salir de sus casas "con lo puesto" y autoevacuarse. Fueron sensaciones y recuerdos que no se borran a pesar del paso del tiempo.
Como los accesos a la ciudad estaba cortados no fue sino hasta ese primer fin de semana de mayo que pudimos volver al pueblo. Casi un mes después volvimos a tener contacto con la ciudad, con los compañeros de curso, los libros y los apuntes…
Ya en Santa Fe y con las clases en marcha, llegó ese primer contacto con el mundo del periodismo. La primera "tarea" encargada por los docentes fue la de elaborar un informe con lo que estaba pasando ya con las aguas del Salado afuera.
Con mis compañeros de curso (Jonathan, Francisco, Mauro, Juan Pablo y Caterina), salimos a recorrer las zonas por las que habíamos estado hacía unas semanas, para observar lo que el paso del agua había dejado. Además, pudimos entrevistar a vecinos que aún permanecían evacuados en las escuelas, entre ellas la Nº 9 Juan José Paso y el Colegio Nacional Simón de Iriondo.
Fue con todas esas imágenes, recuerdos, apuntes y entrevistas, sumado a las notas que El Litoral fue publicando en aquellas difíciles jornadas que hice mi primer informe periodístico. Ese primer paso en el mundo de la noticia, en el que intenté contar desde la mirada de un joven de 17 años que apenas llegaba a la ciudad, todo lo que había vivido Santa Fe y sus habitantes sobre finales de abril y principios de mayo de 2003.
Fue ese primer paso, ese primer contacto con esta profesión que 20 años después me permite seguir contando historias, pero esta vez de las buenas, que ocurren en Santa Fe y en muchos pueblos y ciudades de la provincia.
A 20 años de la peor inundación que vivió la ciudad