Miércoles 15.5.2024
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En sus novelas, protagonizadas por el detective Phillip Marlowe, Raymond Chandler describe una sociedad norteamericana corrompida desde sus bases. Detrás de cada caso que investiga Marlowe, con arraigados valores que le dan un toque quijotesco en medio de la podredumbre, emerge una telaraña difícil de desenredar. Pero, sobre todo, lo que sacan a relucir las tramas de Chandler son personajes solitarios, aislados y alienados. Influidos por los entornos urbanos sombríos en los cuales se mueven, donde la confianza es escasa y las relaciones humanas superficiales. Uno de los artistas plásticos que mejor supo traducir esto a sus obras fue Edward Hopper, que se hizo ampliamente conocido luego de su muerte gracias a sus representaciones de la soledad y la melancolía de la vida urbana americana.
Museum of Modern ArtHopper nació en Nueva York, en 1882. En esa gran ciudad situaría muchas de las escenas de sus cuadros. Luego de un viaje por Europa, desarrolló en su país un estilo realista, que captó las variantes de la vida urbana en las primeras décadas del siglo pasado. Sus obras suelen dar pie a la introspección, con una iluminación dramática. Muchas veces se abordó su trabajo como una crítica a la vida en las sociedades modernas, sin embargo Hopper afirmó que se limitaba a pintar lo que veía a su alrededor. Murió en su ciudad natal el 15 de mayo de 1967, hace justo 57 años.
"Autorretrato" de Hopper. Foto: ArchivoTal como señala la página web del Museo Thyssen Bornemisza, “el tratamiento cinematográfico de las escenas y el personal empleo de la luz son los principales elementos diferenciadores de su pintura. Aunque pintó algunos paisajes y escenas al aire libre, “la mayoría de sus temas pictóricos representan lugares públicos, como bares, moteles, hoteles, estaciones, trenes, todos ellos prácticamente vacíos para subrayar la soledad del personaje representado. Por otra parte, Hopper acentúa el efecto dramático a través de los fuertes contrastes de luces y sombras”, agrega la misma fuente. Catalina Arancibia Durán, por su parte, consideró que Hopper fue el creador de una narrativa de la quietud y el silencio, los espacios vacíos y las vidas solitarias.
Museo Hirshhorn, Washington D.C.Juan Batalla, en un artículo publicado por Infobae, señala un aspecto interesante. Dice que en la obra de Hopper no hay marcas del fauvismo, mucho menos del surrealismo o el cubismo, aunque sí cierto tratamiento del postimpresionismo. “Hopper fue un voyeur del sueño americano que se derrumbaba: la alienación, la soledad y el vacío se presentan en unas figuras que parecen fantasmales, detenidas en un tiempo sin tiempo”, indicó Batalla.
En las líneas que siguen, recordamos cinco obras icónicas de Hopper, que dan cuenta de su particular estilo.
School of the Art Institute of Chicago“Noctámbulos”: Es la obra más famosa de Hopper, conocida incluso por personas completamente ajenas al mundo del arte. Desde afuera, muestra a cuatro figuras solitarias que están en un horario nocturno en el interior de un café. La iluminación es tenue y la sensación de aislamiento es evidente en los personajes. Cada uno parece estar en lo suyo, sin atender a lo que ocurre a su alrededor. Es un símbolo de la cultura pop. Miguel Calvo Santos sostuvo que “la soledad era la especialidad de Hopper, que pintaba a menudo este tipo de escenas nocturnas, con personajes en silencio, perdidos en sus pensamientos, y sitúa al espectador casi siempre fuera, espiándolos. Todos somos voyeurs, como bien sabía Hopper”.
Museo de Arte de Columbus“Sol de la mañana”: En esta obra, Hopper retrata a una mujer (la modelo fue su propia esposa Jo) sentada en la esquina de una habitación, iluminada por el sol matinal que ingresa por la ventana. Hay una expresión pensativa en la mujer y una sensación general de quietud. Celia Ramiro indicó sobre esta obra, que aborda el contraste entre el interior y el exterior, tema que Hopper toca también en “Noctámbulos”. “En esta ocasión, el contraste se da entre la ausencia de color del interior, que implica una sobriedad casi deprimente, y un colorido mundo exterior que no consigue calar en los ciudadanos. Es casi como una metáfora: que por fuera parezca que todo está bien, no significa que por dentro lo esté”, señala la especialista.
Des Moines Art Center“La autómata”: En esta pintura, una mujer está sentada sola en un bar, observando con fijeza su taza de café. Su cara refleja desconsuelo, cierto grado de desconexión con su entorno. Su cuerpo está presente, pero su mente está en otra parte. Marina Espada, en su artículo “Edward Hopper y la melancolía”, sostiene que en el cuadro “nos encontramos ante una mujer que ha quedado detenida en una acción, la acción de la espera. La espera en sí, ya es una detención, una detención ante una ausencia que se retrasa”.
Walker Art Center“Oficina por la noche”: Esta obra muestra a una mujer y a un hombre que cumplen su trabajo en una austera oficina, iluminada por luces artificiales. La ubicación y la expresión de ambos, derivan en una sensación de misterio, que da pie a especular respecto a la relación que los une. El punto de vista utilizado por el pintor, que propone observar la escena desde un lugar alejado, arriba, profundiza esa vertiente. El propio autor indicó que la inspiración, posiblemente, provino de haber observado oficinas parecidas durante sus viajes en tren por la ciudad de Nueva York, luego del atardecer. Algunos críticos señalan cierta influencia de Edgar Degas en esta obra.
Colección privada“Tarde de verano”: En esta pintura, Hopper retrata una casa suburbana iluminada por la luz del atardecer. La composición de la obra sobresale por su sencillez y el contraste entre las zonas iluminadas y aquellas que no lo están. La paleta de colores es sobria y brinda una idea general de nostalgia. Hay dos figuras humanas, representadas de manera sutil, se mezclan con el entorno. Podría tratarse de amantes, pero la escena es lo suficientemente ambigua como para no establecer una dirección exacta hacia donde mirar. Ioana Gruia, en el artículo titulado “Dos 'hopper' ligeros de ropa”, señala que los personajes femeninos creados por Hopper en obras como ésta, poseen “cuerpos deseables y deseantes, se mueven en un delicado equilibrio entre la lucidez y los sueños, apuestan por la ilusión y son a la vez conscientes, así lo indica su expresión meditativa, de la posibilidad del fracaso”.