La obra de Fernando Espino no es apta para todo público.
La obra de Fernando Espino no es apta para todo público.
Las personas, en general, tienen una visión romántica del arte o de lo que debería ser el arte. Eso se debe a la escasa información que tenemos como espectadores y a las propias necesidades de encontrar cierto bienestar al visitar museos y mirar cuadros.
Espino fue, en nuestro medio, precursor del arte contemporáneo. La reflexión sobre la naturaleza del arte, la abstracción al servicio del espacio pictórico y la incorporación de elementos de desecho o de uso cotidiano como experimentación material, fueron las preocupaciones centrales que hasta entonces nadie se había atrevido a plantear en nuestra ciudad. Espino se aparta de todo convencionalismo con una propuesta desafiante, poniendo en crisis lo conocido y visto hasta el momento.
Instaló con sus obras la pregunta por el arte cuestionando al arte mismo. Es o no es arte lo que estamos mirando? Pone al observador en esta situación de duda y requiere que realice un esfuerzo para dar una respuesta. La misma, por lo general, puede ser incompleta, dejando una sensación de inconformidad en la persona. Este es el primer rasgo fundamental que lo hace un artista contemporáneo.
Espino (1931-1991) fue un adelantado para su época. Tuvo el don de una absoluta intuición estética y sin rehuir al arduo trabajo de la razón, sus obras son fruto del pensamiento continuo. Pintaba porque necesitaba hacerlo (un verdadero artista no puede dejar de hacer arte). Su vida estuvo consagrada a tales acciones con gran hermetismo.
Su obra explicita la búsqueda obsesiva por el origen de las cosas tomando al arte como una vía de acceso hacia una verdad ancestral. Se observan signos, símbolos, extrañas caligrafías y grafismos que remiten al arte rupestre y primitivo.
Catalizó con su profunda mirada, todo lo que el arte moderno construyó. Su obra admite varios calificativos: abstraccionismo lírico, arte constructivista, americanismo geométrico, informalismo, primitivismo. Corrientes artísticas de las que se nutrió y por las que indudablemente pasó pero no se detuvo. Ninguna de ellas logra encasillar el trabajo de este artista. "Espino es Espino" no hay mejor definición para sus pinturas.
Nunca consideró ni le preocupó la opinión de terceros. Dirigió su obra hacia los que profesaron cierta fe en el arte y para los que trabajaron en la disciplina artística.
Sus obras son clases de pintura: primero la resolución de un fondo generalmente insuave y monocromo y luego, las capas graduales siempre sutiles de los elementos que componen la obra. Son composiciones simples, elementales, despojadas de efectos triviales, donde nada está librado al azar y todo es voluntariamente imperfecto. El resultado siempre es el espacio, una textura visual que emana de un clima de exuberante sensibilidad.
Este es el segundo rasgo que afirma su discurso visual como artista contemporáneo.
Haciendo un rápido repaso de su obra, podemos observar composiciones donde predomina la geometría (líneas, puntos, ritmo, estructuras); los signos y símbolos (flechas, cruces, letras, números); las figuras elementales (triángulos, círculos, cuadrados); los grafismos y caligrafías imaginarias; el color (puntualmente cuando utiliza los primarios) y finalmente las composiciones donde experimenta con la materia. Innumerable cantidad de obras realizadas con tan solo tres procedimientos básicos: pintura, collage y ensamble.
Son todos recursos que utiliza en una suerte de economía expresiva al servicio del espacio pictórico. Le basta resolver satisfactoriamente la base (lo que llamamos fondo, construcción, soporte) y utilizar un par de aquellos elementos mencionados (lo que llamamos figura) para dejar planteada una obra que nos permita mirar, captar y comprender la estructura misma de su lenguaje artístico. En síntesis, Espino nos enseña a mirar.
En su último período pinta sin pintar. Asume una vez más, riesgo y compromiso por igual con su obra y el arte. Dedica sus últimos trabajos a reflexionar sobre la materia. A modo de "objeto encontrado" se vale de maderas, pequeñas planchas de telgopor, fichas de puzzle, trapos, cartones, plástico y papeles varios, para lograr expresiones plásticas de una resignificación sin precedentes. Son composiciones donde priman los atributos de cada material seleccionado a los que agrega, quita, agrede o combina según lo entienda necesario en cada caso.
La experimentación estética es el tercer rasgo que hace de Espino un pionero del arte contemporáneo en nuestra ciudad. Su obra sigue latente siendo el artista más influyente en nuestro medio cultural.
Dijimos que sus obras son clases de pintura. Si fuera un profesor de matemática, las obras serían problemas de cuyas soluciones obtendríamos leyes claras, precisas, universales. Pero en el arte las cosas no son así, nunca obtendremos respuestas absolutas, únicas e incuestionables, en el arte no hay nada exacto.
En la obra de Espino un círculo no se cerrará porque nunca lo hará perfecto; los signos no significan, son solo formas y el color rara vez será más relevante que otro elemento. La misma ecuación visual siempre es abordada desde un nuevo punto de vista. Los distintos puntos de vista abren la posibilidad de un debate, permiten tomar posiciones, replantear y analizar. Cada pintura alimenta este ejercicio haciendo del conjunto de obras un tratado visual sobre lo que importa en el arte: la mirada y no lo mirado.
La obra de Fernando Espino debe ser mirada como miramos la marioneta de un titiritero.
Para que suceda la magia y la marioneta cobre vida, debemos mirarla hasta que desaparezcan los hilos que la sujetan. Del mismo modo, pero en un sentido inverso, debemos mirar la obra de Espino hasta que aparezca lo que da el sentido y contemplarlo hasta asirlo, si acaso es posible.
"La cuestión no es pintar lo que uno ve, sino lo que está detrás, escondido bajo las apariencias" Fernando Espino.