Martes 14.5.2024
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“La crónica periodística nos presenta a un artista irreverente que saca su sillón más cómodo al empedrado de una calle del puerto y se sienta a descansar bajo el sol del mediodía. Mayo de 1996: 15 años de dibujos y pinturas que se muestran en el Molino Marconetti, en una atmósfera en la que no podemos abstraernos del olor de la pinotea, ni de la mágica danza del polvo suspendido en la luz que entra por las ventanas. Doscientas obras que se ponen en diálogo con tantos otros objetos y engranajes de maquinarias que se resisten a entrar en el olvido. Imágenes potentes que se presentan acompañadas de luces, música y movimiento, a cargo de Rafael Bruza, Ricardo Rojas Molina y el grupo La Tangente, dirigido por Belkys Sorbellini y con la participación en altura de Javier Trevignani y José Zaragozi”.
Así describió Isabel Molinas en El Litoral la atmósfera de la “Retrospectiva (1981-1996)”, que el artista santafesino Ricardo Calanchini realizó en el puerto de Santa Fe en mayo de 1996, cuando el Molino Marconetti había dejado su función original y todavía no había sido puesto en valor por el Municipio. Agregaba entonces: “La noche de la inauguración y los días siguientes el movimiento del puerto se vio alterado por más de 10 mil visitantes. Habían venido a ver las obras del artista pero también estaban allí para acompañar el gesto simbólico de recuperar espacios emblemáticos para la historia de la ciudad y la Región. Calanchini nos decía desde las páginas de este mismo diario: ‘no sólo es mostrar toda mi obra, sino que los santafesinos puedan redescubrir un ámbito de enormes dimensiones y misterios insondables’ (El Litoral, 10/05/96)”.
A 28 años de aquel acontecimiento, este medio dialogó con el artista para reconstruir no sólo una noche especial y los días que le siguieron, sino toda una época de nuestra ciudad que hoy vemos desde la nostalgia y el mito.
“Era una retrospectiva que mostraba 200 obras; pero no puestas como una galería de arte, sino sobre todos los rezagos. Era entrar en un espacio mágico”, cuenta el protagonista. Foto: Archivo El Litoral / Mercedes PardoEspacio vedado
-¿Cómo surgieron las ganas de ocupar un lugar que estaba abandonado? Un pedazo de la ciudad que hoy está integrado, y es un lugar que es muy lindo, pero que en ese momento nadie lo tenía en cuenta.
-En el 93 se iniciaba la carrera de diseño gráfico (en la actual Fadu); yo estaba muy conectado en ese momento; y, buscando un espacio para tener el atelier (siempre había tenido lugares grandes, y estaba buscando), de repente aparece la posibilidad, descubro el Molino Marconetti.
Hablé con la gente que lo tenía a cargo, me dieron el OK y puse mi atelier ahí: un lugar magnífico, virgen totalmente, porque no existía el acceso al puerto. Ya no estaba el paredón, pero te permitían entrar hasta el Dique 1, y después estaba la custodia que te preguntaba dónde ibas. Si eras un visitante normal que quería investigar, era hasta el Dique 1. Después había algunas guarderías (de lanchas), una maderera o un astillero, y areneras: no había más nada. Ah sí: estaba Naran-Pol ahí adentro.
El lugar era magnífico, porque estaba todo ese espacio abierto con todos los rezagos del Puerto, cosas oxidadas; por eso mi obra de esa época transcurre entre esos colores, esa paleta: óxido, marrones, amarillos.
-Convivir con eso te iba impregnando los colores.
-Con todo eso y con el color del agua, que no es ni celeste ni azul: es un poquito marrón oscuro. Era un descubrir: caminabas y encontrabas cosas y más cosas tiradas. Me puse el atelier donde trabajaba; todavía no vivía ahí, en ese momento vivía en la Costanera. Y en el 96 programé esta muestra que fue un trabajo descomunal: era una retrospectiva que mostraba 200 obras; pero no puestas como una galería de arte, sino sobre todos los rezagos. Era entrar en un espacio mágico.
-Algo que no se podía reproducir en una galería.
-En ningún lado. No era escenográfico: estaba el tiempo ahí detenido.
Una obra del artista de los tiempos en que tenía su atelier en el Molino, parte de los trabajos expuestos. Foto: Archivo El LitoralAfuera el frío, adentro el vértigo
-Era un gran volumen de obra, nunca más hiciste una muestra tan amplia, con cuadros grandes y pequeños dibujos.
-No, era otro momento, otra edad, donde había mucha obra que eran improntas muy rápidas, y no con una elaboración, como después pasó; que trabajaba mucho más el pensamiento y la idea de la obra en sí.
Decidí hacer la muestra el 30 de mayo del 96. En ese momento (Horacio) Rosatti era el intendente, y puso unos colectivos a disposición desde la entrada al puerto hasta allá, que son 15 cuadras. Era un día espantoso, frío terrible, llovizna; y ese lugar sin vidrios, estaba abandonado. Cuando vimos eso pensamos: “Bueno, que vengan 50, 60 personas, con toda la furia, ya estaríamos en un éxito. Hicimos lo mejor que pudimos, le dimos todo, etc.”.
Trabajé todo el día, con la colaboración de un grupo muy chiquito de amigos. Y cuando me voy a cambiar dejo escrito que no se abra el portón hasta que yo llegue. Cuando volví de cambiarme había una cola de autos que llegaba hasta ingreso al Puerto. Así que había 15 cuadras de cola de autos entrando, no lo podía creer. Y una multitud esperando bajo una llovizna y ese frío terrible. Cuando entró la gente no podía creer en esa escenografía real.
-Sí, fue totalmente emotivo, con la incertidumbre de qué pasaba.
-Después permaneció abierta.
-Fueron cuatro días, porque con la humedad ambiente se empezaron a doblar las obras, no era un lugar preparado. Esa noche explotó de una manera impresionante; tenía un guardia hasta las 9 de la mañana. Cuando llegué a las 9 de la mañana (sin dormir, por supuesto, porque habíamos estado de festejo) ya había colectivos: de Esperanza, de acá, de otros lados. El boca en boca de ver abierto ese espacio vedado para el común denominador, y transitarlo y descubrir no solamente la arquitectura del Molino, sino todo lo que rodeaba: ver todo ese mundo que estuvo vedado para la gente.
Hugo Riom, Oscar Simonutti y María Inés Fenes, protagonistas de la vida cultural de ese tiempo. Foto: Archivo El Litoral / Mercedes Pardo-Había un libro donde la gente escribía...
-Lamento tanto que se haya perdido...
-¿Qué cosas te comentaban?
-Era una fantasía. Acordémonos también que no estaban las redes sociales, no estaba el teléfono para documentar, o ibas con una cámara a hacer la foto. Entonces era como que la gente estaba desbordada, porque estábamos en otro mundo. Era algo a 15 cuadras de la Peatonal, que nadie sabía que existía, o muy poquitos habían entrado al Puerto como para conocerlo.
Era una noche mágica: esa neblina, ese colectivo que llegaba cada diez minutos y bajaba gente. Adentro estaban los amigos de los bares dando gratis: no había barra que se cobrara, entonces alguien podría tomar un champán, que a lo mejor muy pocas veces había tomado. Había muchas cosas que pasaban; entonces era toda una magia desorbitante para el común. En Buenos Aires, en otros momentos, en películas, se hablaba de un happening; y esto fue casi un happening, una performance.
-El evento cultural en sí mismo.
-Y mezclarse todos. Por eso en las fotos vemos tapados de piel; estaban todos los de la Escuela de Arte, los de teatro, las distintas tribus. Y todos juntos ahí con un solo fin.
-Nunca paró de entrar gente, y eso es muy grande: en un momento estábamos todos apretaditos ahí, que no se podía prácticamente circular.
Flavia Fornari junto a su hermana Valeria y su madre Dedy Fornari: tapados largos para mitigar el frío de la noche. Foto: Archivo El Litoral / Mercedes PardoMomento inimitable
-Se nota lo irrepetible de aquello, no solo para vos sino para Santa Fe.
-Fue irrepetible porque se alinearon (ahí sí va la palabra) “todos los astros”. Por ejemplo, la participación del diario El Litoral, que para mí fue fundamental; porque iniciaban el color y me sacaron una foto sentado con una camisa amarilla en ese empedrado, un lugar que el 99% de la población de Santa Fe no conocía, y (repito) estando a 15 cuadras de la Peatonal no podían creer que eso podía existir. Eso salió cinco o seis días antes de la muestra; era época en que la gente leía el diario en papel, entonces ver esa imagen, ese comentario... Ahí estaba el querido Roberto (Schneider), que siempre tuvo una enorme predisposición para todos, y muchos amigos que habitaban dentro del diario. Eso fue un espaldarazo que me dieron.
También queridos amigos, como Ricardo Rojas Molina, que hizo toda la gráfica. Todo eso que fue dándose en noches de bares, hablando y escribiendo en una servilleta y planeando, se concretó.
Serena Montagna y Daniel Paolucci, actuales referentes de la cultura santafesina, en los tiempos en que eran estudiantes de diseño gráfico. Foto: Archivo El Litoral / Mercedes Pardo-El pie de aquella foto decía: “No es Puerto Madero, es el Puerto de Santa Fe”, cuando todavía no estaba desarrollado, era el sueño de alguna gente.
-Ni todavía estaba soñado, porque era un despertar nuevo: hasta hacía tres, cuatro años antes era un lugar de espaldas al río, una negación: teníamos una pared.
Ese segundo día no paró de entrar gente, y no estábamos armados como para atender ni nada, porque estábamos todos destruidos de la noche anterior; y se seguía entrando. Fueron esos cuatro días, imparable, hasta que decidimos cerrar: ya se había agotado toda nuestra energía, ya estaban los cuadros doblándose. Así que fue algo mágico.
De ese momento también creo que quedó una gran enseñanza para muchos.
-Que se podía lograr, que se podían hacer cosas saliendo de los lugares típicos como los museos, donde estaban las luces preparadas. Por supuesto que se veía de otra manera en un museo, pero en ese lugar había una magia. Y también fue para mí un punto de partida: de que todo lo podía concretar. A partir de eso me encantó hacer grandes eventos.
Volviendo a la muestra: fueron momentos históricos, donde por ejemplo el grupo que manejaba Arquitectura llevó una gran cantidad de alumnos para mostrarles desde lo edilicio al arte. Sigo recibiendo comentarios de que mucha gente comenzó a pintar, o se interesó en el arte, a raíz de esa muestra. Entonces también fue un disparador para una inquietud personal de muchos individuos. Así que únicamente alegría y felicidad de transitar eso.