Miércoles 8.1.2025
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Durante el verano de 1977, las salas del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez abrieron una serie de muestras de singular interés para el público. Una de ellas fue una exhibición conjunta conformada por artistas plásticos provinciales, con obras de pintores, escultores, dibujantes y grabadores, que buscó sintetizar los momentos más significativos de la actividad creadora de la región.
En otra sala se presentó una destacada muestra de maestros de la pintura argentina como Spilimbergo, Butler, Berni, Victorica, Tiglio, Daneri, Diomede y Soldi, varios de los cuales integraron la denominada Escuela de París. En la planta alta, el museo ofreció parte de la donación de Luis León de los Santos. Además, parte del interior fue destinada a una muestra de arte africano y a creaciones de artistas argentinos de fines y comienzos de siglo.
"Dans la rivière", óleo de Joan B. Jongkind. Foto: Colección Díaz VélezSin embargo, la exposición más significativa de aquel verano, que tuvo lugar hace casi medio siglo, estuvo signada por importantes piezas de pintores europeos. Tal fue su relevancia que Jorge Taverna Irigoyen le dedicó una columna en El Litoral el 8 de enero de 1977, en la que ponderó la calidad de las obras exhibidas.
Colecciones de gran valor
Es necesaria una contextualización. Hasta los años setenta, el Rosa Galisteo contaba con algunas obras europeas que habían ingresado a su acervo a través del Dr. Martín Rodríguez Galisteo, en los inicios del museo. Sin embargo, gracias a una donación de Matilde Díaz Vélez, estanciera y empresaria argentina, la colección europea se incrementó notablemente.
"Le petite chinoise" de Smithers Collier. Foto: ArchivoDe modo que la muestra de 1977 incluyó el cuadro “Dans la riviére”, del paisajista holandés Johan Barthold Jongkind, considerado el más grande del siglo XIX en su género. Taverna Irigoyen calificó la obra como de “singular belleza” y destacó la influencia del artista en los preimpresionistas. “A través de su ciencia de los valores, que lo condujo al 'divisionismo del tono', Jongkind jugó la luz como un verdadero preimpresionista, siendo maestro virtual de Monet, Sisley y Pissarro. La pintura que posee el museo es de indudable valor artístico y, en su captación de la atmósfera crepuscular -generosa en oros, atemperados bermellones y grises- alcanza un magnetismo que 'prende' al ojo del contemplador”, escribió.
También fue incluida una obra de Charles-François Daubigny, precursor del impresionismo francés. Sobre su trabajo “La Seine à Verneuil”, Taverna destacó su visión aérea y diáfana, capaz de caracterizar las formas naturales con notable maestría.
Otra pintura presentada llevaba la firma de Henri Harpignies, también francés y perteneciente a la generación de 1848. “Un clima casi cezanniano emerge de los planos quebrados del paisaje y de los árboles trabajados dentro de una paleta baja, casi monocorde”, afirmó Taverna Irigoyen. Otros franceses representados en la muestra fueron Eugène Carrière, conocido por sus pinturas de niños y maternidades y Henri Le Sidaner.
Archivo El LitoralLa muestra también incluyó obras de artistas de otras latitudes. Del húngaro Félix Ziem, representado en el Louvre y conocido por sus marinas y paisajes de Venecia, se exhibió una “ventana” de Constantinopla. “Casi con técnica de miniaturista, la obra equivale a una verdadera joya en lo que a factura se refiere”, afirmó Taverna.
En cuanto a la pintura española, se ofrecieron obras de Julio Moisés, conocido por sus pinturas de género y retratos femeninos que combinan costumbrismo y folklore. De su autoría, los santafesinos pudieron observar un retrato de mujer de “cierta temperamentalidad”. También se exhibieron un paisaje de Julio Vila y Prades, de “restallante luz marítima”, y una pintura de Juan Peláez titulada “La iglesia de Alta Gracia”, que Taverna consideró una “mediocre captación”.
Matilde Díaz Vélez. Foto: ArchivoPor último, se expuso un retrato infantil del inglés Collier Smithers. “A la precisión del dibujo aúna el poético humor que trasciende su imagen”, destacó Taverna Irigoyen, quien concluyó que era “una muestra que merece ser visitada para que sepamos y valoremos mejor lo que poseemos”.
Lo concreto es que, durante ese verano de 1977, el Museo Rosa Galisteo abrió sus puertas a un diálogo entre culturas, épocas y sensibilidades artísticas, ofreciendo a los santafesinos una oportunidad única para admirar obras que, en su mayoría, jamás habían imaginado tan cerca.