Por José Luis Lanao
"Alquilo una persona que no hace nada. Siempre acepto solicitudes. Solo debes pagar 100.000 yenes (85 dólares), gastos de transporte, comida y bebida. No hago nada, solo compañía", publicó en un aviso clasificado.
Por José Luis Lanao
Hay noticias que no te las crees. Las volvés a leer. Las repasás. Las cuestionás. No puede ser. Es imposible. Se las han inventado. Esta no. Esta es real. De piel y huesos. Shoji Morimoto, licenciado en física, de 37 años, se alquila por horas en los juegos olímpicos por no hacer nada, solo compañía. Renueva su actividad después de que en 2018 se anunciara en twitter y en el diario nipón Mainichi Schimbun con un poderoso aviso clasificado. Literal: "Alquilo una persona que no hace nada. Siempre acepto solicitudes. Solo debes pagar 100.000 yenes (85 dólares), gastos de transporte, comida y bebida. No hago nada, solo compañía", publicó.
Con la soledad como abismo emocional de nuestro tiempo, se encontró de inmediato con un aluvión de ofertas de trabajo. Clientes recelosos de ir solos al hospital, al cine, al dentista, a la compra; de asistir a un recital de música, a un partido de su equipo favorito. Pidió una excedencia en su trabajo, y se volcó de lleno. Prepara un libro con sus experiencias, algunas de ellas de una excentricidad extravagante. Como cuando fue contratado como falso espontáneo jubiloso por un maratonista de espíritu endeble, necesitado de ser arropado durante el transcurso de la carrera. O cuando se convirtió en parte de un gran "bulto" humano, muy emotivo, en la despedida de un "amigo" imaginario en una estación de tren.
Sus redes sociales no descansan, y no dejan de crecer. Hace unas semanas se ha vuelto a promocionar: "Alquilo compañía para los Juegos Olímpicos. Sin restricciones de horario. No hago nada. Gastos de transportes, comida y bebida gratis. Solo compañía". Uno se imagina a Marimoto escuchando con serena calma las observaciones olímpicas de una anciana apacible mientras saborea plácidamente una taza de té templado frente al televisor. O desentrañando las normas ocultas de los deportes incluidos por primera vez en los Juegos -el skate boarding, el surf, la escalada y el sóftbol- a un viudo nostálgico perdido en realidades paralelas y necesitado de afecto a borbotones.
La soledad dibuja fronteras invisibles. Formas de vida huérfanas, de orfandades infinitas. A veces, simplemente, uno no puede con la vida. Por eso, Japón acaba de crear un Ministerio de la Soledad, y el Reino Unido una Secretaría de Estado para la Soledad. Luces y sombras de lo que somos. De la necesidad de cobijo, del derecho a la fragilidad. En este mundo descarnado, vigilado, examinado, espiado, adoctrinado, controlado e hiper comunicado, nos dirigimos como ciegos ambulantes hacia la dantesca neurosis de la soledad impositiva. Esa soledad profunda que aglutina, desapacible, todos los dolores de la humanidad.
Los hombres pobres han sido siempre la carne de la molienda. Ponen el cuerpo como se pone una cruz en un sepulcro. Hombres que se alimentan de abismos. Existe este momento y este sepulcro. Cientos de miles de emigrantes asiáticos llegan a Qatar como esclavos de la nueva modernidad. De inmediato los esconden, les cambian la mirada, les prohíben la mezcla, el contacto, el roce. Los quieren lejos, apartados, sepultados de silencio. En mundos enteros que no se nombran. Los lugareños los "huelen", los "olfatean". Saben que están ahí. A unos pocos kilómetros de distancia, ocultos en barracones. Están ahí para levantar sus ciudades, sus rascacielos, sus centros comerciales -con pistas de esquí a 40 grados a la sombra- sus casas, sus hoteles, sus estadios manchados de sangre. Lo saben. Han venido para eso. En viajes de ida y vuelta, con regreso obligado. No los quieren. Pero los necesitan. Necesitan sus brazos baratos, sus "palas mecánicas" sin refinar, mestizas, venidas a lomos desde las espaldas del mundo para edificar un mar de hormigón en un desierto sin nombre, sin vida, a cielo abierto, como tumbas de escorpiones.
La explotación del trabajo esclavo, casi feudal del "sistema Kafala", se aplica con regularidad en los países petroleros del Golfo Pérsico. El modelo se repite con insistencia en los Estados subidos al exhibicionismo extravagante. Consiste en controlar y monitorizar "ejércitos" de trabajadores inmigrantes dedicados principalmente a la construcción y al servicio doméstico. El sistema autoriza a las empresas restringir derechos de forma indiscriminada, como la libertad de movimiento, la libre circulación por el país, las entradas y salidas de sus viviendas-barracones, la retención de pasaportes y la aplicación desmedida de multas diversas relacionadas con los comportamientos sociales. El Comité Supremo de Entrega y Legado (SC) del Mundial de Qatar manifestó que no se mantiene en la actualidad el "modelo Kafala", pero reconoció haberse utilizado al inicio de las obras de los estadios, según recoge el portal Pro Football Reference. Diversas ONG sostienen que el procedimiento se mantiene vigente camuflado en entramados de subcontratos de grandes constructoras como Qatar Meta Coats.
La inseguridad laboral y los decesos de trabajadores inmigrantes son otros de los cuestionamientos de diversas ONG sobre la responsabilidad y la ineficacia de las autoridades gubernamentales. La ONG Fundación para la Democracia Internacional denunció en 2019: "Todo el planeta debe saber que el Mundial de Fútbol de 2022 se jugará en estadios manchados de sangre". La Confederación Sindical Internacional calcula en 1.800 los fallecidos y denuncia constantemente las deficientes medidas de seguridad. Las autoridades qataríes reconocen 34 decesos. La F.D.I. estima en 3.400 los cuerpos repatriados a sus países de origen.
Se desconoce la increíble cantidad de humanidad que se va detrás de esta tragedia. Las muertes de los esclavos modernos nos ha recordado, visceralmente, la intensa fragilidad de la vida. Esa indiferencia desapacible, ese rencor de clase que se proyecta sobre el prójimo ejerciendo nuestra más exquisita crueldad.
Los parias invisibles seguirán llegando a los desiertos de oro negro, como si no existieran, pero llegando, como montañas de imperfecta humanidad. Los espera el desprecio, el racismo, la miseria y el trabajo esclavo. Les queda la tristeza, extraviarse, dudar, sentir, dejarse llevar, hablar de lo que les espera ahí afuera, y sobrevivir. En un desolado territorio donde se construye, día a día, esa demente fantasía de una sociedad sin extranjeros. Extranjeros sin dinero, claro está. Cosas de gente rica.