Jueves 30.5.2024
/Última actualización 14:46
Se presenta. Iñche Daniela Catrileo Cordero pingen. Escritora y profesora de Filosofía nacida en Santiago de Chile. El apellido paterno, Catrileo, proviene de las palabras “katrü” (corte) y “lewfü” (río). Río cortado. Integra el colectivo mapuche de la diáspora champurria, Rangiñtulewfü, y el equipo editorial de la revista Yene (ballena en mapudungún o mapuzugun).
Obtuvo el Premio Municipal de Santiago con “Guerra florida” (2018) en tanto que “Piñén” fue reconocido como Mejor Obra Literaria en la categoría Cuento de los Premios Literarios del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. De visita en la Argentina, en el marco de la 48ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la autora atendió vía Zoom a este medio.
Arrancándome
Daniela se estaba mudando a Valparaíso cuando la tomó por asalto un texto. “Para huir de la tesis de posgrado”, se encarga de aclarar. Arrullado por la maresía y la cadencia del mar, fue abriéndose paso un poema largo sin otras pretensiones. “Jugué con una voz poética que no era mía; empezó a tener un cuerpo y se convirtió en Mari. El relato se fue transformando en una novela, pero siempre arrancándome de esa otra escritura más académica, que permitió que esto naciera como un juego, como algo exploratorio”.
Explica la autora que Marina llega a la trama por una nueva huida: la de la jerarquía de los ojos como fuente de conocimiento. “Ella es un personaje sensible, afectado por el mundo. Y ese mundo es la naturaleza. Quería que las otras formas de conocimiento -el goce, el mito, lo háptico, lo que está alrededor de la sinestesia de los sentidos- fueran parte de ella”. El aroma la perfora. Opera como eco u onda electroacústica, límbica figura entre el don y la torcedura. Anida un goce cuando paladea los platos de su abuela Flor. Se detiene en la danza de las manos de su familia de mujeres, de su awicha. Enfrente (o afuera), hombres ausentes y falaces.
La vida de Mari transita de la capital de Chile (La Chimba y Centro Histórico) a Chilco Puel. En la capital se desempeña en el Museo de Historia Natural y Social. Cuando arriba a los pagos de su amado Pascale, ella se rarifica, se desenfoca. Hace algo al respecto. “Su forma de donar la percepción sensible y de dialogar con la isla, es tratar de entender el lenguaje del territorio. Y se comunica con él a través del esbozo de unos dibujos. Quiere entender el nombre de ciertas especies para tener un vínculo interespecie. Pero hay algo que siempre se le va a arrancar -y es lo que se nos arranca a todos-: solamente conocemos el mundo a partir del lenguaje. Tratamos de verbalizar ese lenguaje, pero nos frustramos porque no podemos nominar todo tan bien. Por eso, yo creo que Mari está conmovida ante ese mundo que conoce”.
“Las Trempulcahue son ballenas azules que cruzan como puentes de un mundo hacia la muerte”, especifica la autora sobre el mito que atraviesa la novela. Foto: Gentileza PlanetaBallenas
Cuando supo el género, apareció la imagen final. Ballenas nadando. Desde niña, Daniela está obsesionada con dicho animal marino. “Un animal de fuerza, sagrado en la cosmovisión mapuche”, acota con respeto. Debajo de su gorra negra, avanzan dos ojos nublados. Transmiten una película: ella, ahora grande, esperando en la bahía de Valparaíso mirando el mar, aguardando el ballenaje.
Entrelíneas hay un mito al que se aferra la poeta y novelista: el epew de las Trempulcahue. “Un epew es un relato pequeño en el mundo mapuche. Las Trempulcahue son las ballenas azules que cruzan desde el continente a Isla Mocha”, explica Catrileo. “Esas ballenas te cruzan de un lado a otro como puentes de un mundo hacia la muerte. Y a través de wampos (canoas), tus familias y tus comunidades te dejan piedras preciosas, llancas”. A la vez, continúa el relato, “las ballenas son machis, chamanes, personas mayores, ancestros que te guían en todo tu camino”.
Chilqueño de cabo a rabo, Pascale es, a su modo, un cetáceo. Su corazón es grande como el de una ballena. “No voy a decir qué le pasa a Pascale”, comenta Daniela. “Me encantaría que cada quien lo pueda interpretar como quiera. Pero creo que en el mito de las Trempulcahue, puede haber varias lecturas que evidencien lo que le sucede”.
Herida-herencia
El significante mapuche chillko designa dos referentes: algo acuoso y el arbusto fucsia silvestre. El “Chilco” de Catrileo es una ficción manchada de realidad. La autora de “Río herido” le atribuye a esta ínsula de 1.300 habitantes desde abducciones alienígenas, experimentos científicos y apariciones de aves extrañas hasta una conmovedora resistencia indígena que condujo al mote de “última isla en ser colonizada”.
“Hay un cúmulo de islas que podría ser Chilco”, apunta la escritora y activista chilena. Podría ser Isla Mocha, Chiloé, el archipiélago Juan Fernández o el universo de Robinson Crusoe. “Es un poco de todas y de ninguna. En el fondo, lo que me ayuda a generar este territorio es una idea de subvertir el relato hegemónico, de pensar que la isla a lo largo de la literatura universal ha representado la otredad. Yo quise donarle una historia anticolonial y de resistencia a esa isla. Que no fuera el típico lugar rousseauniano del buen salvaje, de los bárbaros exóticos; sino un lugar con una historia profunda de luchas y de formas de vida”.
La comunidad es el actor que moviliza la obra. En la ciudad, su conflicto es el proceso de gentrificación, la voracidad de las inmobiliarias. No es tan fácil borrar el cuerpo como se borra la ciudad. El combustible del deseo-obsesión en Catrileo fue una reflexión, devenida interrogante (o viceversa), que hace tiempo da vueltas por su cabeza y llega musical, cantada: “Heredamos una herida colonial. Nos criamos con personas que tienen este dolor histórico. Convivimos con él, lo llevamos adentro. Pero, ¿de qué forma creamos a partir del dolor?”
Una voz pastorea el pensamiento, la de Nadia Prado, citada al inicio del libro. “El lenguaje es el tallo de la ruina”. Sobre esa ruina, crece la flor de la risa, tesoro de la comunidad de los nadies. “Las formas lúdicas, gozosas, de la risa también son parte de ese dolor. Es decir, son los modos de resistencia. Es el otro rostro: el dolor y la risa conviven en un mismo cuerpo. Admiro mucho a las personas que crean a partir del dolor cuando pertenecen a pueblos históricamente oprimidos. Todo el trabajo en el cine y en la literatura me parece muy interesante. Pero, claro, la novela después va exigiendo otras cuestiones que se me arrancan del humor y se va oscureciendo la trama; son partes de convivir con cuerpos y con pueblos que también celebramos la vida”.
“La voz de Mari es música a partir de los restos andinos”, relata Daniela a este medio. Foto: Archivo El LitoralDel carnaval
Daniela Catrileo, como se dijo, es una de las once personas que conforman Rangiñtulewfü. La lente del colectivo se ha enfocado en las estrías imperceptibles de la historia. Su trabajo puede resumirse en la difusión de las diversas expresiones artísticas del pueblo mapuche y la articulación política con otros pueblos oprimidos (pueblos originarios, comunidades afrodescendientes y diaspóricas).
Artistas como Seba Calfuqueo, Paula Baeza Pailamilla y Paula Coñoepan, lingüistas como Simona Mayo y Javiera Quiroga, periodistas como Ángel Cayumán son algunos de los activistas del colectivo. “Todo lo que hacemos”, releva la entrevistada, “está polinizado por las voces de las otras. Nos vamos influenciando a partir de las búsquedas que tenemos. Quizás una de las mayores sea pensar las disidencias sexuales dentro del mundo indígena. Pensar también la revitalización lingüística, la búsqueda de los archivos”. La revista Yene ejemplifica con solvencia el obrar colectivo en pos de “imaginar un porvenir también como pueblos”.
Dos notas “al margen”: 1. el amparo de la risa como ideología; 2. la desobediencia como un modo de desaprender el abatimiento. “Nuestros antepasados resistieron y lucharon para que hoy estemos acá. Para que yo pueda estar escribiendo una novela, para que pueblos enteros sigan defendiendo territorialmente sus formas de vida, su cosmovisión, su espiritualidad. La risa ha sido parte de doblegar y dislocar el discurso hegemónico que han tenido sobre nosotros. Ante las disciplinas del cuerpo, ante las pasiones tristes, está la risa como posibilidad de emanciparnos y de convivir. El festejo, el gozo, está allí. Es parte del carnaval… como el dolor”.
En voz alta
El caminito de la novela hasta su fase final no fue tan colectivizado, según reconoce la escritora sambernardina. “Pero sí impregnado de voces”. Chamullo colectivo, lengua de murmullos, gritos y cantos. Clamor, tumulto, rabia acumulada.
“Varias preguntas o diálogos intensos que tienen Pascale y Mari sobre las palabras, si son mapuche o son quechua, las he escuchado de mi colectivo. O indagué preguntándole a mi abuelo qué significa tal cosa que no logro entender en mapuzungun”.
Sobre este punto, Catrileo escarba. Bucea en podcasts y documentales para llegar a los restos andinos. Conversa con sus amigas quechua: para la oreja en la música de ese decir, registra muletillas y diminutivos. No descansa hasta embadurnar a Mari con esa savia sonora. Ese ritmo que se arranca de su propia voz. “Tenemos una búsqueda por un lenguaje ancestral”, reconstruye. “El lenguaje sigue vivo gracias a que nos hacemos esas preguntas. Vive porque se sigue transformando con las nuevas generaciones y vamos adaptándolo a los tiempos del presente”.
Por esto, concluye que “la oralidad está presente”. Que “Chilco” es un libro “escrito en voz alta”. Y de fondo, ¿qué sonaría? ¿Cantos de ballenas? ¿Voces de poetas muertos de Chilco? ¿Un recitado de Adriana Pinda? ¿Los Destellos y su guajira andina? ¿O Los Saicos, como una hipotética banda sonora del presente? No hay una respuesta posible, tal vez todas las opciones sean correctas. No estaría mal, en todo caso, sumar a un crédito argentino como Aquelarre. En 1972, la banda desprendida de Almendra dejó sellado un mantra. Y, porque aplica, titula lo escrito hasta aquí.