Sábado 18.5.2024
/Última actualización 14:39
Dicen que crece lento pero se las arregla para perdurar. La bibliografía está partida al medio respecto a la altura máxima del arbusto: de 2 a 4 metros. Como signo peculiar, sus pétalos tienen la costumbre de cambiar de tonalidad con el tiempo. Dependiendo de la región, se lo llama jazmín paraguayo o diamelo; su nombre genérico (Brunfelsia) restituye al herbalista alemán Otto Brunfels.
La madre de Eltit lo conoció bajo la segunda denominación y eligió ungir a su hija con la savia de esa planta. “Eso lo he pagado, no te digo caro, pero lo he pagado con Daniela y otros nombres a los que contesto sin la menor duda”, confiesa la mujer santiaguina. Tentada por la presencia de mi gata Lubi, Diamela abre la puerta a su amada Lolol. “Es un pueblo donde está enterrada mi abuela. Cada vez que la nombro me acuerdo de ella”, profundiza.
Siguiendo la ruta del nombre, “Falla humana” es el que eligió para bautizar su última novela publicada por Seix Barral. Con esta motivación, Eltit se hizo presente en la 48ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, espacio desde el cual se dispuso a conversar con El Litoral.
En el libro
En una obra coral, la voz de Eugenia Brito Astrosa es propicia para abrir el telón. Diamela toma una frase de su colega para lanzar el presagio: la noche es alucinógena. A medida que crece la trama, el trabajo de la nocturnidad cambia: es tecnológica contracara de la luz natural, es página de vida. Se afirma, inexorablemente, como secuencia ante la cual no hay escapatoria posible: la deportación.
Para evitar la tragedia -y dejar instalado el conflicto-, Eltit descubre a la búha, guardiana de la cuadra. Digo descubre y no inventa porque hay algo de revelación, de inminencia. Algo de la urgencia que demanda el acto de vivir. “Mira, en realidad, estuve escribiendo de manera no necesariamente tan lineal. Pero no encontraba el espacio, el libro en el libro. Hasta que llegó volando la búha, apoderándose del relato y de su personaje. Me permitió que la novela fuera”.
Si el búho de Juan José Arreola deglutía “a la presa antes con el pensamiento”, la búha de Diamela opera a la inversa. Primero derriba sensaciones de desamparo; luego, caza historias y, ahí sí, las deglute. Sus funciones son dos: acumular y diferir. Atravesar la física. Hackear la cámara de seguridad ficticia de la Compañía. En esta búsqueda, la autora hace un desmontaje de la mirada, alerta a esos nanosegundos en los que el film del afuera viaja hacia el cerebro. Y cuenta: “La búha es un pájaro nocturno, vigilante. Tiene una visión otra, movimientos otros de su cabeza. Ella puede ver de manera radical lo que ocurre en la oscuridad social”.
“Yo tengo un imaginario que no controlo, que va adonde quiere. Eso me llevó a la tragedia de la cuadra”, resume la escritora. Foto: Gentileza PlanetaLa tierra
En el armado de la obra, Diamela se enfocó en el territorio. Y, especialmente, en sus dos relaciones posibles con el verbo habitar: alojo y desalojo. “Siempre me va a sorprender la devaluación y revaluación de los territorios”, postula. “En el sentido de que su precio va más allá del territorio mismo, sino que va en relación a los habitantes”.
El protagonista de “Falla humana” es colectivo: la comunidad. Mejor dicho, la cuadra. Con el monstruo de la deportación en ciernes, la gente de la cuadra va trasladándose en bloques lingüísticos, como un mantra. O una tropilla verbal. Los niños, las niñitas, las guaguas, los pezones.
Sobre este punto, Eltit disipa dudas: “La comunidad territorial es una farsa porque, dentro de los territorios, hay diferencias notables en sus condiciones de vida. Pese a que la tierra es la misma, no hay más tierra de la que hay. Sin embargo, se producen discriminaciones y hay personas que no tienen derecho a habitar determinados espacios”.
Especie común
“Falla humana” es una mamushka de historias, transmitidas a través de las cañerías. Al modo de redes micorrícicas. “Realismo gótico popular”, orienta Diamela Eltit de arranque. Aquello que entendemos por humanidad está en jaque y la animalización, a la vuelta de la esquina. Marosa di Giorgio es un fuelle invisible, insufla mitología. Una mitología mestiza, mezcla de afroamericana y árabe. Un efrit, monjas-conejas, Misael-delfín, electricista-polilla. Confluyen sin agotar el espectro: agobio divino, vida infrahumana y subocupación. Ahí se caldea la épica de los “manchados”, o sea, los oprimidos. Los hijos malformados de los mil días.
Prosiguiendo el hilo de inocencia puntillosa enhebrado al inicio de la conversación, la escritora desarrolla: “En realidad, se empezaron a convertir; yo no lo había pensado antes. Acuérdate que somos toditos animales. Incluso, ahora se están haciendo trasplantes de cerdo porque somos compatibles. Después de que se convirtió el primero o la primera, ya no tuve ningún problema en eso. Igual iban a ser cazados, eliminados, mutilados como somos tantos. Mira el genocidio impactante de Gaza, transmitido por televisión. Ahí sí podríamos poner la metáfora: son tratados como animales. Es un momento de barbarie y de reconocernos en una especie común”.
Igualmente, Diamela admite la exageración como un permiso de la ficción. En el entramado expresivo se connota, más de una vez, la capacidad emocional y el dominio escénico, ese necesario ímpetu del que está hundiéndose, ni más ni menos, por antagónico. Y tiene que pasar de su único dominio, la palabra, a la inevitable y arrolladora acción (antes de mutar, para siempre, en un mero espacio verbal). “Lo interesante, querido, es ver si aguanta internamente, si tiene una coherencia. Uno puede abrir el mapa de las ficciones, por ejemplo, de la pareja burguesa y entrar en otros territorios. Esta novela me atreví a publicarla porque se escribió medio sola”.
“Hay que volver a pensar la utopía”, reclama Diamela, visiblemente preocupada por la coyuntura actual. Foto: Gentileza Mónica MolinaUtopía
La cuadra comprende veinte casas. Porta una comunidad, un archivo oral. Para funcionar, esa comunidad requiere una organización encarnada en la figura de la joven vocera. Una organización “para ella misma, no para el afuera”, indica Eltit. “Ahora hay escenarios literarios y audiovisuales muy distópicos, pero a mí me interesa recobrar la utopía. Pensar que hay un momento reversivo y que sólo es posible por las comunidades”.
En un contexto de recrudecimiento del neoliberalismo, el texto abre su piel a una lectura en clave política. Más bien, la exige. “Ustedes están viviendo una hiperreducción del Estado, para dejar el mercado como ‘rector’ de la democracia”, dice tomando nota del presente de la Argentina. “Por eso, hay que volver a pensar la utopía. Y la utopía sólo es posible a través de comunidades que pongan sobre la mesa sus necesidades culturales. Cada cuadra tiene su piso, sus baldosas, su historia, su techo. Ahí hay una identidad no sólo barrial, sino también cultural, y tiene que ser reconocida”.
Periférica
“Falla humana”, rememora la autora, fue escrita en una zona de cruce entre varias coordenadas sociopolíticas: el Estallido social, la explosión feminista chilena y la pandemia. “Los confinamientos volvieron la gente a sus casas y la calle fue desalojada”, lamenta Diamela. “En ese sentido, también hay un desalojo, el de la circulación en la vía pública”. Aparte, fueron años signados por múltiples comicios en el país trasandino: plebiscito constitucional, elecciones generales y balotaje. “Había una serie de factores inéditos que todavía no se terminan de pensar. En parte, porque la hegemonía no quiere que se piense. Pero ya sucederá cuando este control férreo sobre el Estallido social -resignificado como delincuencia- pueda ser pensado de nuevo”.
La última figura, spoiler alert, es contundente. Corresponde a Galileo, también en el epílogo de su obra, frente al paradigma de la época. Pero gira, traduce Eltit. “Pienso que tendríamos que construir una hegemonía otra, desde las diferencias de la cuadra”. Política, crítica, ética y estética, la narradora eslabona una síntesis personal, es decir, universal: “En general, he estado más en las periferias que en el centro. Tengo un imaginario que no controlo, que va adonde quiere. Más allá de que hay un ojo que ve, puede ver otras situaciones. Yo no sé cómo o por qué se construye así el imaginario, pero me lleva a estos lugares. A la cuadra, a su tragedia”.