Lunes 19.8.2024
/Última actualización 10:19
Miguel Ángel Gómez nos recibe en el interior de su despacho. En el se ven dos bibliotecas cargadas con libros de literatura y psicoanálisis. También hay algunas fotos de Sigmund Freud leyendo, escribiendo manuscritos o con su hija Sophía. Sobre uno de los estantes hay una serie de esculturas talladas en mármol blanco del artista italiano Bernini, Amor y Psiqué; otra de "La Piedad" de Miguel Ángel, y de frente la Venus de Milo sigilosa, que parece mirar uno de los cuadros de Dalí: Metamorfosis y Narcisismo. En el escritorio descansa una agenda del Malba y un souvenir con la inscripción “The World’s First Temple Göbekli Tepe” (en turco: Colina del Ombligo); un antiguo santuario del sudeste de Turquía, considerado el lugar donde pudo emerger “la conciencia de lo sagrado” y su paso a la chispa de la civilización. El grabador se enciende.
-¿Cómo empezó tu interés por los lenguajes literarios, que plantean ficciones, sueños y formaciones del inconsciente?
-Desde que era un niño que cursaba la primaria mi madre me estimuló a leer y a estudiar. En esa época me regaló una serie de cinco volúmenes de VOX, Diccionarios Enciclopédicos, allí empecé a gestar mi interés por el significado de las palabras. Hace unos años empecé a participar de algunas experiencias y espacios literarios, especialmente motivado por la “potencia creativa, estética y sublimatoria que imprime el oficio de escribir”.
-Esos recuerdos de tu historia personal, ¿de qué manera han incidido en tu profesión y cómo surgió el interés por la escritura?
-Tengo la convicción que fuí habitado por una polifonía de voces y melodías con distintos pentagramas. Tuve una vida de niño y joven cargada de infortunios, mudanzas y unos padres que siempre me habilitaron a sentir las vivencias intensas y poderosas del contexto donde me crié. Al principio conté con una voluntad férrea por interpretar todo lo atinente a la profundidad y perplejidad de la psiquis. Hubo dos paradigmas que me entusiasmaron, desde que llegué a la Universidad y fueron: “el indiciario” y las “historias de vida”.
-¿Desde qué empezaste a estudiar Psicología tuviste otros intereses además de la escritura?
-Sí, soy de tener intereses múltiples, me gusta leer, escuchar y también me interesa el trabajo en territorio, tuve dos pilares sólidos que me pintan de cuerpo entero y son: la curiosidad y la voluntad por conocer la técnica, todo lo que aprendí o ejercité lo apoyé en ese andamiaje.
Gentileza-¿Qué significa para vos escuchar, escribir, dar testimonios de tu práctica y pensamientos?
-Para mí escuchar es un acto devenido de mi trabajo analítico como analizante. Es indispensable que quienes pretendan ejercer el oficio de trabajar con otros hayan pasado por la experiencia del análisis u otros trabajos terapeúticos, porque esa función debe ejercerse con responsabilidad. Es una instancia ética que últimamente suele estar devaluada y resistida. Me sorprende que haya estudiantes avanzados de carreras como Psicología, que culminen sus estudios y no hayan pasado por un diván. Esta práctica y experiencia del análisis es tan importante como evitar quedar atrapados por algunos dogmas y engaños bajo la hegemonía de discursos rígidos o verticalistas.
Escribir, en sintonía con escuchar son dos oficios para sublevarse y propiciar una emancipación, es un instrumento para interrogar las “influencias dominantes” tanto de nuestros afectos cercanos como de algunos sistemas de “pensamientos absorbentes y rígidos” que suelen emparentarse con lo ideológico y lo político.
-¿En qué momento nace el interés por la escritura de esta novela?
-Desde la década del noventa junto con el nacimiento de mis hijos. En ese momento descubrí que la escritura era para mí un gozne, una bisagra, esa que con tanto oficio cautivó la pasión de mi padre en su trabajo de soldador. Vengo de una familia de artesano que supo soldar y ejercer el oficio de metalúrgico toda la vida. Apenas llegué a la ciudad universitaria los dos campos (literatura-psicoanálisis) nunca los pensé como una completud o armonía, por el contrario, siempre suscribí a la idea de las heterotopías, las elipsis y desvíos, porque de esa estofa estamos formados, y así se construyen los personajes. Adhiero a pensar los discursos como deformas y perplejidades, más que a la armonía y al equilibrio, descreo de una fluida relación entre ambos. Adhiero como se ha expresado Piglia, a la idea de una relación conflictiva y tensa.
Lograr solidez argumentativa, propiciar la verosimilitud, potenciar la creación estética y emancipatoria fueron los ejes más importantes que pude pensar para el oficio de escribir.
-¿Por qué decidiste escribir una novela?
-Porque tenía que contar algo, que de una u otra manera me cautivó, me condujo por laberintos tensos y enigmáticos, debía vencer mis resistencias, desplegar la imaginación e inventar una historia verosímil, preferentemente signada por la sorpresa y el suspenso.
-¿Qué descubriste con su escritura?
- Descubrí un ápice de libertad, donde los personajes se enfrentan a sus contradicciones y andan por la vida, buscando placeres y otras cosas, sin saber que a veces no todo sale como estaba previsto. En eso radica tanto la literatura como esta novela, gestar una secuencia de suspensos y enigmas, donde el paso del tiempo no siempre logra “olvidar algunas marcas”, por más voluntad de ocultarlas, no siempre el espejo donde se reflejan los personajes es algo placentero y agradable. En esta novela, hay indicios que fueron voluntariamente pensados para ser escondidos, y a veces la vida te castiga mostrando un espejo que refleja todo lo que se quiso ocultar y esconder.
-¿En qué género de novela definís "La Ugarte"?
-Es una novela negra (hard-boiled), al decir de Raymond Chandler, donde la narración se desliza por navegar en aguas turbulentas. Una trama que invita a descubrir atajos y en esos desvíos, los personajes ponen al descubierto anhelos, sueños y no pocos modos de hipotecar un deseo ocasional. Me interesa que escribir resulte un insumo para suspender el valor de una verdad única y universal. Tengo un especial interés por los mecanismos perplejos y de conmoción psíquica, por ejemplo: la negación, el ocultamiento de pruebas y otros silencios que suelen inscribirse en la profundidad de la psiquis.
-¿Qué es escribir hoy para vos?
-Es un acto de resistencia, un modo de sublevarse y también de desplegar una responsabilidad ética, para transformar las “cosas impuestas” e inscribirlas en una cartografía ficcional a nombre propio. Es una experiencia para evitar quedar atrapado en una “encerrona burocrática”, por eso pienso que escribir y analizarse son dos recursos simbólicos que favorecen el análisis. Admito que perduran algunas instituciones y lugares donde no se acepten las voces disonantes, de allí siempre trato de alejarme, porque mi filosofía es enfrentar los embates autoritarios, tan dogmáticos como destructivos.
Para mí escribir es contar con una polifonía de voces que permitan ampliar las significaciones múltiples, donde el acento esta puesto en precipitar una caída, instaurar una pregunta y propiciar un duelo para no quedar atrapado en una hipoteca que impida desear y soñar, por seguir oprimido por una fuerza dominante.
Gentileza-¿La escritura estimula una responsabilidad?
-Sí, para mí escribir es un acto de emancipación, porque estamos inmersos en un sistema de intercambios, donde el pasado y las herencias no solo comprometen la economía monetaria, también suelen incidir en la “economía libidinal”, por esa razón interrogar allí donde antes hubo órdenes y prohibiciones son la base de una escritura con responsabilidad ética.
En La Ugarte traté de rendir tributo a contar una historia signada por el desconcierto, la sorpresa y el suspenso, donde los protagonistas se encuentran impedidos de lograr un bienestar, encubren y esconden pruebas pensando que con el pasar del tiempo algunas “cosas se pueden olvidar”. De repente, “una capelina” descubierta en un lugar insólito precipita la vigencia de un fantasma, que sigue operando con “vocación silenciosa”.
La Ugarte es una novela que tributa en favor de la fuerza ciega, la potencia que imprime negar y encubrir, porque la pluma se desliza por los secretos, que por más inofensivos que resulten, no por eso dejan de tener vigencia e inclusive cuando uno de los protagonistas había dicho para sí mismo: “de ella no voy a hablar”.