Sábado 4.1.2020
/Última actualización 12:19
En los tiempos en que los géneros eran bien precisos, todo el mundo amaba los musicales. Fred Astaire, Ginger Rogers y Gene Kelly figuraban entre las estrellas más brillantes de Hollywood. Hasta la década del 1960 la cosa se mantuvo más o menos así. Pero en los años que siguieron, a tono con las profundas modificaciones que sufrió el cine norteamericano, los musicales tendieron a extinguirse. Solo lograron ver la luz aquellos centrados ya en tramas más complejas, como “Cabaret” y “All That Jazz”. Desde entonces, con traspiés, los musicales tuvieron una relación de amor-odio con el público. “Los miserables” en 2012 y “La la land”, en 2016, ambas nominadas a varios Oscar, marcaron la sobrevivencia del género. Y en 2019, Tom Hooper decidió trasladar a la pantalla grande “Cats”, la famosísima obra de Andrew Lloyd Webber que estuvo más de dos décadas en cartel en Londres y 18 en Nueva York. Este film, que llegará a los cines argentinos el próximo 9 de enero, sirve de excusa para repasar diez grandes musicales de la historia del cine.
“Sombrero de copa” (1935): Podríamos recordar que este film fue dirigido por Mark Sandrich, conocido en los años ‘30 y ‘40 por sus musicales y comedias y que la música es de Irving Berlin. Pero todo eso es menor: lo que le otorga vocación de eternidad es el dúo protagonista: Fred Astaire y Ginger Rogers. Los bailarines-actores hicieron una decena de film con tal química que sus nombres quedaron entrelazados, al punto que Federico Fellini les dedicó una de sus obras crepusculares. La trama de enredos es solo una excusa para verlos bailar, toda una experiencia.
“Un americano en París” (1951): Vincente Minnelli sabía dirigir. Tenía un talento especial para extraer lo mejor de los actores que tenía a su disposición. Lo hizo con Kirk Douglas, con Lana Turner, con Gregory Peck. Y, sin lugar a dudas, con Gene Kelly, quien en este film escrito por Alan Jay Lerner y musicalizado por George Gershwin realiza una labor cuidada y llena de carisma como un pintor americano que, tras la Segunda Guerra Mundial, se queda en Francia para exponer sus cuadros, que nadie compra. Los seis Oscar, incluido el de Mejor Película, pusieron de relieve la popularidad del musical.
“Cantando bajo la lluvia” (1952): Es para muchos la cumbre más alta que alcanzó el género. No sólo por las cualidades técnicas de sus intérpretes bailarines (los números son portentosos y creativos), sino también por la habilidad de los guionistas Betty Comden y Adolph Green para añadir a la trama central (la historia de amor entre Gene Kelly y Debbie Reynolds) una serie de subtramas que enriquecen el conjunto. La mejor, sin dudas, la de la diva de voz chillona que encarna Jean Hagen, que no logra adaptarse a las nuevas reglas que impone el cine sonoro.
“My Fair Lady” (1964): La época de oro del género musical en el cine se extendió hasta bien entrados los ‘60 y en parte fue gracias a esta elegante propuesta de George Cukor, que cuenta con interpretaciones exquisitas de Rex Harrison y de Audrey Hepburn, cuya relación constituye el meollo emocional del film. Se trata de una versión cinematográfica del mito de Pigmalión, inspirada en la obra teatral homónima del escritor irlandés George B. Shaw. Sobre un atildado lingüista que pretende moldear en pocos meses a una humilde florista para hacerla pasar por una dama de la alta sociedad.
“Mary Poppins” (1964): Un auténtico clásico. Dentro de un siglo las familias seguirán viendo este entretenido film y seguirán amando a Julie Andrews. Es que, si bien está ambientada en un contexto bien específico como la Inglaterra de Eduardo VII en la primera década del siglo XX, narra una historia de fantasía que es por completo atemporal. Esos niños que tratan de llamar la atención de sus padres arrasando con las niñeras, los padres ocupados y la extravagante institutriz (que abre un mundo nuevo a través de números musicales hoy tremendamente populares) son patrimonio universal.
“La novicia rebelde” (1965): La vigencia de este film se debe a la habilidad de su guionista (Ernest Lehman, autor de “Con la muerte en los talones”) a la experiencia de su director, Robert Wise, quien transitó todos los géneros. Y al carisma de su protagonista, Julie Andrews. Tiene momentos para reír, momentos para gozar con los elaborados números musicales y otros para llorar ante las tribulaciones de los protagonistas. El entretenimiento está garantizado y tanto los von Trapp como María forman parte de la cultura popular.
“Cabaret” (1972): Ya en el albor de los ‘70, el público de cine cambió, en sintonía con un mundo que abandonaba el optimismo revolucionario de los ‘60 para entrar a una etapa más sombría. El coreógrafo y director Bob Fosse propuso entonces una adaptación al cine del musical de John Kander y Fred Ebb, que está ambientado en el Kit Kat, un club nocturno de Berlín de los años ‘30. Allí, mientras desfilan personajes variados, se puede observar como el poder del nazismo avanza como una sombra por Alemania y es el preludio inevitable de la guerra.
“Bailarina en la oscuridad” (2000): En una de sus obras más arriesgadas, Lars Von Trier logra una de las más profundas reinvenciones del musical cinematográfico desde sus mismo orígenes, al que le introduce toques de melodrama y hasta thriller. Con la cantante Björk como protagonista, narra la historia de una inmigrante checa y madre soltera que trabaja en la fábrica de un pueblo de Estados Unidos (recreado desde Europa). Está por quedar ciega y su única evasión es convertir su vida cotidiana en un imaginario film musical, como esos de Hollywood que ama. Es tan emotiva como brillante.
“Chicago” (2002): Tras varios años de infortunio (salvo “Bailarina en la oscuridad”, la inclasificable obra maestra de Lars Von Trier y “Moulin Rouge” de Baz Luhrmann) el género recobró fuerzas gracias a esta oscarizada película de Rob Marshall, centrada en dos mujeres icónicas del mundo del espectáculo que, tras asesinar a sus respectivas parejas, tratan de que su caso judicial sea el centro de atención tanto de la prensa para dar impulso a sus carreras. Renée Zellweger y Catherine Zeta-Jones están magníficas en sus papeles.
“La La Land” (2016): Desde lo formal, es una emotiva oda de amor del director Damien Chazelle a los grandes musicales de la historia del cine. Las construcción de los planos, los movimientos de cámara, la construcción de los escenarios, todo es un gran guiño a los referentes del género. Y si se aborda solo la trama, es una historia de amor agridulce de dos aspirantes a artistas que luchan por sus sueños en un contexto adverso. Lo más sobresaliente son las actuaciones de Ryan Gosling y Emma Stone, que desarrollan una química que remite a la de Ginger Rogers y Fred Astaire.