Jueves 5.9.2019
/Última actualización 15:37
El sábado desde las 21 Kapanga regresará a Santa Fe para presentarse en Tribus Club de Arte (República de Siria 3572). Una de las bandas más representativas del rock nacional, con 24 años de trayectoria, y un repertorio sólido lleno de canciones infalibles, continúa recorriendo el país a bordo del KapangaTour 2019.
Las anticipadas están en venta a través de sistema Ticketway y sus puntos de venta físicos: Credifé (Santa Fe, Rafaela y Esperanza), Nexon Santa Fe (sucursales Aristóbulo del Valle y Peatonal San Martín), Nexon Paraná (Centro), Nexon Santo Tomé. También se pueden comprar en boletería de Tribus, de miércoles a domingo desde las 18.
Como anticipo, el guitarrista Maikel de Luna Campos conversó con El Litoral sobre casi un cuarto de siglo de alegría y crítica.
—En medio de toda una larga gira están preparando un disco nuevo, que van a ir presentado de manera diferente, para las plataformas.
—En realidad nos adaptamos a los tiempos y la manera de comunicar la música. Hoy uno dice que es nuevo esto del single y en realidad es más viejo... los Beatles sacaban singles. Es lo que se está haciendo. Creo que lo que cambió en la manera de escuchar música es la inmediatez: el público (yo también soy público) por ahí prefiere que el artista empiece a sacar el material antes de terminar de grabar el disco.
Justamente lo que estamos haciendo es eso: componer, y lo que los americanos le dicen “trabajo en progreso”; mientras preparás el material podés ir dando un adelanto de lo que va a ser. Y podés ir corrigiendo cosas en el camino, para después finalmente sacar el álbum que quede como una obra completa, con un hilo conductor.
También con los tiempos de las giras ayuda bastante, porque podés seguir girando; generalmente cuando entrabas a grabar un disco parabas y no salías de gira por seis meses. Eso cambia y lo podés hacer.
Estamos contentos: el año que viene cumplimos 25 años de banda, la idea es celebrarlo de alguna manera especial, y sacar de gira esos 25 años tratando de hacer un racconto de toda la obra nuestra, temas que nunca tocamos. Tenemos la suerte de ser una banda que cruzó lo generacional: nos escucha la gente que venía al principio y hoy capaz que vienen con sus hijos.
—Trabajan mucho (aun en esta época que no es tan fácil para muchos artistas), pero este año fue particularmente intenso: recorrieron Capital Federal, provincia de Buenos Aires, festivales, fueron a Ushuaia.
—Es genial: poder seguir haciendo lo que nos gusta, seguir editando discos, salir de gira, nos hemos dado varios gustos. Hicimos una película que salió con un disco, que se llama “Todoterreno”: la película la estrenamos en el Festival Internacional de Mar del Plata, con dos funciones sold out. Fue una experiencia alucinante, bien Kapanga: actúan Pablo Echarri, Ricardo Iorio, Pablo Lescano, Flavio Cianciarulo, Vicente Viloni (el de “100% Lucha”); bastante un zoológico, pero ese es medio nuestro mundo también.
Ahora estamos terminando un libro, que lo está haciendo Carlos Prat, es un periodista amigo nuestro de Quilmes que hace mucho que está con eso: seguramente lo editaremos en formato e-book, también digital.
Poder hacer lo que te gusta y más en este tipo de situaciones como están las cosas, creemos que estamos bendecidos.
—Son “artistas de catálogo”: tienen tantos temas que han calado en la gente, a la hora de hacer un show es increíble.
—Totalmente. El otro día me preguntaron en una nota, si podía adelantar algo, porque muchos artistas se hacen los misteriosos. Yo le decía: “Lo que estamos haciendo es lo que venimos haciendo durante todos nuestros discos”. En “Motormúsica” quizás lo acentuamos más: me han llamado colegas como Ciro Pertusi o Adrián Dárgelos y me decía que escucharon la canción en la radio, no sabían qué era y después se dieron cuenta de que éramos nosotros.
Generalmente en esta última etapa venimos haciendo eso, y obviamente son los temas que menos Kapanga suenan. Lo que pasa es que también del ADN de Kapanga como más fiesta, más divertido, tenemos tantos que a veces podemos prescindir o podemos condimentar en menos cantidad en un disco. Y eso viene a partir de temas como “Postal”, con Andrés “Ciro” Martínez, o “Desearía”, otro tipo de canciones. Siempre nos gustó sorprendernos a nosotros mismos y jugar a ser otras personas sin perder nuestra identidad.
—Ese costado fiesta nunca está peleado con el contenido.
—Somos las mismas personas, después que seamos medio bipolares es otra historia (risas).
—El otro día con el “vayan a dormir” de Mauricio Macri volvió “El mono relojero” resignificado, algo que también era una protesta contra otro gobernante.
—Totalmente. Cuando hicimos la canción ni siquiera era para (Eduardo) Duhalde: si se hubiera llamado Pedro era para Pedro. Era contra la ley. Lo bueno que tiene la música es cómo se resignifica o se reinventa: cuando tenés un artista que te gusta mucho, vos agarrás la canción, por ahí el artista quiso hacer una cosa y para vos significa otra. La cooptás, ya es tuya, hacés lo que querés.
En este caso es lo mismo. La canción hablaba contra esto de que te digan qué tenés que hacer, cuando vos tenés que decidir. En esa época fue para Duhalde y ahora se resignificó para el presidente, pero porque él solo cayó en la trampa diciendo la frase (risas).
—Tiene que ver con haberse vuelto parte de una cultura y estar en la cabeza de la gente.
—Pienso que para las bandas las dos cosas más difíciles que tienen para perdurar, una es lo de transgredir lo generacional (somos una banda de 24 años y vemos en los conciertos chicos de diez o 12 años), porque si no tu público crece y no te escucha más, hace otras cosas; y la otra es el inconsciente colectivo: que Doña Rosa no sabe ni quién sos pero sabe el estribillo de “El mono relojero”. Ahí entraste a... no sé si decir clásico porque suena medio pedante, pero te conocen aunque no sepan cómo son las caras. Ahí gana la música, siempre.
—Cuando estuvieron en Piedras Blancas subió a cantar un chico de unos 12 años que los sigue junto con los padres.
—El año pasado hicimos un espectáculo para salas de teatro llamado “Spectáculum”, con una big band. No era un acústico, pero sí estaba especialmente diseñado a nivel sonoro para teatros. Nos parecía que era el momento, porque justo habíamos preparado algo para una radio, La 100, decidimos aprovechar el formato y extenderlo un poco más. Pero también porque nos escribían mucho a nuestras redes los padres diciendo: “A mí me encantan, pero a veces quiero ir con mi hijo y no se puede, porque no es apto para todo público, o es de noche tarde”.
Entonces salimos por todo el país y nos dimos cuenta de la cantidad de público más peque que teníamos. No es que tocás para un público determinado, de cierta edad, sino para los que quieren escuchar independientemente de la edad. Eso es lo más difícil y lo más lindo.
—Van a cumplir 25 años, una vida juntos...
—¿Cómo se sostiene la convivencia?
—Muchas bandas dicen que son una familia. Nosotros preferimos decir que es un matrimonio de cinco (un poco promiscuo). En una familia a tu primo no te lo bancás pero en Navidad lo tenés que ver y tenés que brindar con él. En cambio si estás en pareja, y las cosas no funcionan, tenés derecho a tomar distancia. Entonces te elegís día a día con tu pareja.
Nosotros nos elegimos día a día porque sentimos que somos más como una pareja que una familia. Nuestra familia está en nuestras casas, y la pareja es entre nosotros y con la música. Somos felices haciendo lo que nos gusta, nos respetamos; obviamente que tenemos diferencias, discusiones y peleas como cualquier grupo humano que convive: es natural, y más después de tantos años. Pero aprendimos a respetarnos, y tenemos un profundo respeto por lo que hacemos, por la música. Cuando subimos al escenario esa química no la podés inventar: está o no está.
—¿Y a la hora de crear canciones?
—A mí me gusta mucho componer, es una necesidad, si bien no compongo todo el tiempo: generalmente lo hago para los discos. Si compusiera para mí quizás lo haría todo el tiempo; pero como compongo para Kapanga es como que activo y desactivo el switch. Es una necesidad porque te sirve para canalizar: no solamente es contar historias, sino sacar cosas de uno que pueden ser vivencias propias, pero después lo transformás en ficción. Ahí está mejor, porque podés cambiar la historia que te estaba pasando a vos y que tenga el final que querías o que no querías.