Jueves 29.12.2022
/Última actualización 14:00
Gourmet Musical publicó “The Calamaro Files: Veinticinco años escribiendo sobre Andrés”, obra de Martín Pérez que reúne una diversidad de géneros, con la entrevista como estrella, explorados por el editor de Radar -suplemento cultural de Página/12- alrededor de Andrés Calamaro. En diálogo con El Litoral, el autor destacó que “la idea es que se disfrutara del hecho de estar escrito en el momento: tanto para quienes leyeron las notas por entonces, como para quienes no las vieron”. Y reconoció que “me gustaría que sea leído más allá de un rejunte o una especie de archivo. Sino, me alcanza con el hecho de que, además de recopilar ese material, funciona como un rastro tanto de lo que hizo Andrés como de mi laburo”.
-Teniendo en cuenta la complejidad de una cronología calamariana, ¿cómo transcurrió el proceso de organizar el material publicado?
-Lo que me hizo pensar en el libro es empezar a compilar lo que había escrito para publicarlo más allá de las redes y de los lugares donde fueron publicadas originalmente. Vi que tenía muchos textos sobre Andrés. Me acuerdo que cuando Walter Lezcano me hizo una entrevista incluida al final de su libro, bromeamos con que tenía que juntar todas las notas. Empezó a girar la idea, pero finalmente gracias a un llamado del editor de Gourmet Musical, el libro tomó forma.
El orden que terminó teniendo es el que pedían los textos. No quería que fuesen sólo las entrevistas con Calamaro; entonces, fui juntando todo lo que había escrito sobre él. El primer capítulo se puede leer como lo que escribí antes de tener acceso a Andrés y lo que escribí de varias cosas. Otro desafío era que yo no quería escribir nada nuevo. Porque ahí se hubiera transformado en una permanente reescritura, hubiera terminado en una biografía. Y yo no quería eso, por lo mismo que cuento en la contratapa: que Andrés me había dicho que no quería que lo escriban. Yo, al menos como amigo que me considero, no debía escribirlo. Pero sí, tenía que juntar todo eso, tal vez para los próximos que quieran escribir algo tengan todo ordenado.
-¿Cómo describirías el espíritu de las conversaciones con Calamaro?
-Siempre me pareció muy revelador cuando está ante un interlocutor con el que se puede permitir soltarse. Ya lo había leído antes en las charlas que había tenido con Rodrigo Fresán, Marcelo Panozzo... y después me tocó a mí.
Andrés tiene una particular lucidez para hablar de sí mismo, de la música y del negocio. No creo que haya muchos músicos a los que les guste pensar y señalar algunas cuestiones con respecto al negocio que forma parte de lo que ellos hacen. Andrés lo puede hacer porque le gusta comprar discos, ver lo que está dentro, entender cómo llegaron a ser lo que son. Es una fascinación que tiene y que lo lleva a pensarse en medio de todo eso. Me parece que eso hace también al hecho artístico. Y lo vuelve un artista muy especial, porque en general es honesto, cuenta todo.
-¿Qué es lo que más te sorprendió de ver el material reunido en tanto obra?
-En general, a uno no le gusta lo que escribe porque lo que ve es solo lo que no pudo escribir. O los errores. Mientras esa nota es tuya, solo criticás. Cuando pasa el tiempo y la podés leer como si fuera de otro, si tenés suerte y el tiempo fue bueno con vos, decís: “¡Qué bien que escribía ese pibe! Tan pifiado no estaba”. Eso es lo mejor para un periodista. Sino, terminás corriendo detrás de opiniones ajenas, tratando de encontrar tu lugar en algo que no te pertenece. Confiar en tus instintos te libera. Y te permite hacer bien tu oficio.
“El laburo de la música popular es ir a conquistar otros lugares. Por eso, Andrés es un personaje fundamental. Porque trabaja con las contras y con los prejuicios”. Foto: Gentileza Gourmet Musical-En la era contemporánea de la cultura rock, ¿qué significa escribir un libro? ¿Y qué significa que éste aborde a Calamaro?
-Creo que la cuestión de los libros tiene que ver, entre otras cosas, con que la música dejó de estar en nuestro mundo físicamente. Si ya no están los discos, tienen que estar los libros. El rock, por lo menos desde nuestro lado del mundo, siempre fue una cultura. Siempre significó formas de mirar el mundo, discos para escuchar, libros para buscar, películas en las cuales concentrarse. Particularmente para muchos de nosotros durante la dictadura, fue una brújula que nos permitía darnos cuenta que había un lugar hacia el cual dirigirse. Al venir de todo eso, los libros son casi naturales.
Respecto a la obra de Andrés, creo que hay una eterna confusión. Generacionalmente, le tardó en llegar su lugar. Andrés forma parte del último escalón de nuestros ídolos del rock nacional que trascendieron el género y se hicieron populares. Está acompañado por artistas que en los ‘80 formaron parte de grupos y en los ‘90 se independizaron: Cerati, Vicentico y Páez (como parte de la cofradía rosarina). Tuvo que atravesar muchos desiertos hasta ser reconocido. Eso también hace que haya un halo de polémica alrededor de su obra y de su persona. A él le encanta ser polémico, buscar discusiones y eso es algo que yo celebro (por más de que en algunas no esté de acuerdo). Celebro que no quiera quedarse en un lugar cómodo, que busque el diálogo y la discusión.
Yo lo comparo más con Fito. Fito también atravesó muchos desiertos y logró la consagración popular que se merecía largamente con “El amor después del amor”. A partir de eso, construyó una plataforma artística que le permitió no volver a pasar por esos desiertos (o no de manera tan extrema). Calamaro recibió ese cetro de manos de Fito cuando se consagró con “Alta Suciedad”. Pero, a diferencia de Fito, lo que hizo es devolverlo y meterse él mismo en una selva de la que no pudo salir. Y no lo hizo buscando nada, más bien se quemó en búsqueda de la canción. Para mí, es la forma que tuvo Andrés de llevar al extremo ese fanatismo que lo llevó a ser músico. Lo suyo parte de un fanatismo por la música y de las ganas de compararse con los mejores, con sus ídolos, con los que él reconoce, y entrar en diálogo con eso que él quiere.
-Al mismo tiempo, hay una suerte de refugio en lo clandestino que aparece en distintos momentos de su trayectoria, como en los tiempos de los inéditos post-Salmón.
-Eso tiene más que ver con esa época en la que Andrés estaba discutiendo con la industria. Yo creo que en los tiempos actuales un poco lo han expulsado. Antes lo que te expulsaba era que formabas parte de una cofradía y en las épocas “heroicas” del siglo pasado, el rock constituía un nosotros muy fuerte. Y era un nosotros porque estaban ellos, que cada vez que miraban hacia el rock solo le encontraban problemas.
Hoy, el rock ocupa un lugar bastante central dentro de la cultura popular actual: se usan canciones de rock para titular las tapas de los diarios y vender publicidades. Ya no es ese lugar tan marginal; no hay un ellos y nosotros tan reconocible. Sin embargo, Andrés siempre se ubicó de ese lado. Por sus ganas de seguir siendo Andrés, de no pasteurizarse, tiene que seguir buscando lugares íntimos, lugares donde haya un nosotros para sacarse la mirada de ese otro con ganas de sermonear y ser noticia. Yo no creo que Andrés quiera ser clandestino. Creo que busca mantenerse en un lugar que le permita ser él. Va cambiando cuando todos los ojos rápidamente lo encuentran y encuentran formas de señalarle cosas. Calamaro no intenta ser un personaje de redes, porque él es otra cosa. Si alguien le pregunta, él le contesta sin hacer distinción. Solo cuando se torna demasiado público o hay gente mirando que claramente no forma parte de ese nosotros, cambia para dejarlos afuera.
-Desde tu punto de vista, ¿cuál es la importancia de Andrés Calamaro en la cultura popular argentina?
-Hoy tenemos una gran duda con respecto a la cultura rock: la música que escuchábamos en nuestras casas la escucha todo el mundo. La gran pregunta es: ¿ganamos porque la escuchan o perdimos porque se la apropiaron? No creo que haya una respuesta ni que haya habido nunca tanto ellos y nosotros, ni que haya un triunfo y una derrota. Más bien, el camino de la cultura se va fagocitando. Más allá de eso, Andrés siempre trabaja como un verdadero artista con su obra. Él lo dijo claramente: las canciones saben todo antes que nosotros. En su forma de trabajar, Andrés le da lugar a esas canciones que saben más que todos nosotros. Y son el producto de esa dialéctica entre lo que intentamos hacer y lo que nos gusta. Del diálogo entre todo eso salen sus canciones.
Andrés tiene canciones que son troyanos. Archivos secretos que se te meten, quedan dando vueltas por ahí. Y cuando aparecen, revelan cosas. Eso es la cultura, una maquinita que funciona sola. La cultura popular va de mano en mano. No hay nada más democrático que una canción: todos podemos tener una opinión de ella sin depender de ningún especialista. El laburo de la música popular no es hablarle a los conversos, es ir a conquistar otros lugares. Por eso, Andrés es un personaje fundamental. Porque trabaja con las contras y con los prejuicios.
Hay una columna del libro que habla de esas canciones. Canciones que los varoncitos, creyéndose más piolas y dueños del rock, escuchaban solos en su casa. Cuando las chicas empezaron a cantarlas, esos varoncitos se quejaban en vez de celebrarlo. Eso pasa mucho dentro del mundo del rock, tan endogámico y machista. Andrés y sus canciones rompieron con eso. Le pasó también a Sui Generis, Soda Stereo, Fito Páez, Babasónicos. Cuando hay una música que trae gente nueva, todos los que se sienten parte de eso tienen una sospecha. Pero no estamos acá para defender nuestro pequeño tesorito, estamos acá para conquistar. Eso es una cultura popular: ocupar lugares, cambiar cabezas, meter dudas, ampliar el mapa. Esa es la lucha, y la música de Andrés hace eso. Incluso, a pesar de él y de todos nosotros.