Sábado 26.10.2024
/Última actualización 21:24
“Apuntes italianos. Y otras notas de un sociólogo en viaje” es el título con que Roberto Gargarella aglutina su memoria andante. Los lados B de una vida académica, la sombra (y las luces) tras su participación en congresos y conferencias a lo largo y ancho del mundo. Pero también su pulso sobre el territorio, las manifestaciones de la comunidad, el deleite por todas las expresiones del arte y el humor como salvavidas.
Si el mundo cabe en una canción, también es cierto que encaja en cada uno de los relatos del profesor trashumante y asomado. “No es casual que estos apuntes hayan comenzado en un viaje por Italia. Solamente pensar en la tierra de mis padres, me emociona”, introduce a El Litoral en una conversación atravesada por la cultura, la política y el deseo.
A flor de piel
A pesar de algunas intervenciones en televisión, Gargarella reconoce en la escritura su modo de expresión natural. “Proceso lentamente, necesito pensar, me quedo mirando”, p(r)o(bl)ematiza. Más adelante hablaremos del entrenamiento de esa mirada.
En el prólogo, Roberto advierte el origen bloguero de su bitácora encuadernada. Antes de ingresar de lleno en los aguafuertes, refiere a tres voces que eligió escuchar -sumadas a los cinturones negros de la crónica, Martín Caparrós y Leila Guerriero-: José Nun (ex secretario de Cultura), Enrique Petracchi (ex juez de la Corte Suprema) y el crítico de arte Quintín.
El escritor ubica la literatura en el estante -movidito- de la felicidad, siendo la bronca esa chispa de sus escritos políticos y la redacción académica, la búsqueda de un imposible: cambiar el mundo. “Mis escritos siempre han estado vinculados en cualquiera de los registros con el cuerpo, con la emoción”, sostiene. “Escribo por impulso. Porque estoy molesto o siento la necesidad de decir algo. Eso que se da tanto en la escritura política como en la académica está más a flor de piel en la escritura literaria. Es un espacio de felicidad y de llorar, si querés”.
La cama de mamá
Roberto Gargarella es hijo de inmigrantes de origen campesino. Nacida en una típica familia italiana, su madre quería ir a Torino, como dos de sus hermanos, pero se tuvo que quedar a trabajar. “No sé si ella terminó la primaria, pero se escondía debajo de la cama a leer. Mi madre nos enseñó el gusto por la lectura y la escritura, vinculado con lo amoroso, no con la obligación”.
“El otro día leía ‘Trance’, de Alan Pauls”, cruza RG sin perder el hilo. “Fogwill le cuenta a comienzos de los ‘80 que sabía que lo iban a poner preso. Pauls le dice: ‘¡Escapate! ¡Salí de acá!’. Fogwill le responde: ‘¡Estás loco! ¿Sabés lo que voy a poder leer ahí adentro?’. Cuando estudiaba en una residencia universitaria en Chicago, estaba el portero toda la noche ahí. Pensaba: tiene el tiempo para hacer su trabajo y para leer y escribir. Somos una generación marcada por el gusto por leer y por escribir”.
Roberto entrena el ojo con la fotografía, gesto del que dan cuenta los interiores de “Apuntes italianos”. Foto: Gentileza Roberto GargarellaPapel, lápiz, patria
Viboreando entre las idiosincrasias regionales, la gran pregunta del libro es una: ¿cuál es mi patria? Reconociendo el interrogante, Roberto apela a su condición de hijo de emigrantes y empalma con todos los marginales del fin del mundo. Su método pareciera trabajar sobre la idea de Saer que Osvaldo Aguirre recupera en un librazo: la tradición está hecha mayoritariamente por marginales.
Parte de esa primera generación, Gargarella hace hincapié en el peso de sentirse diferente. “Mis padres me mandaron a un colegio marista con la mejor intención de salir del estatus donde ellos se sentían enclavados. Pero para mí fue un choque cultural grande. Mis compañeros jugaban al rugby, yo no tenía las referencias del tango ni ninguna de las que tenían todos los que me rodeaban. Es un dato muy definitorio del libro y de mi vida. Por eso, cuando me presento en ámbitos más informales lo primero que digo es que soy hijo de inmigrantes campesinos italianos. Siento que marca mi identidad”.
Deriva. ¿Habrá dibujos de Gargarella en la web? ¿Será que algún retratista ambulante lo pescó por una ciudad de todas las que anduvo? Por las dudas, googleo. Pienso que un identikit de Gargarella, si hubiera que hacerlo por la razón que fuere, sería borroso. Él se mueve con oficio dentro del oficio. Pero en un plano un poco más abierto, no podría faltar uno de sus fetiches más útiles. “This is the pencil of Roberto Gargarella”, imagino con voz de Daniel Rabinovich. “Siempre tengo un papel y un lápiz”, cuenta. “Me he especializado en llevar lápices o lapiceras pequeños. Un amigo me proveía regularmente de lo que quedaba cuando él acababa sus lápices”.
Apenas luego
El subtítulo de la obra fija una clave para el autor: la formación universitaria. En primera instancia, Gargarella probó suerte en las ciencias jurídicas. “En el subsuelo, lo que llamaban las catacumbas de la Facultad de Derecho, estaba relegada la carrera de Sociología que recién se abría post-Dictadura. Empecé a curiosear y me terminé inscribiendo”. Roberto usó el contraste, la disonancia entre ambos ámbitos para sacarle lustre a la mirada. “A mí me enseñaron a mirar porque yo no sabía”, reconoce destacando el cultivo de una “observación informada sociológica y espiritualmente por mi experiencia familiar en ese círculo en que yo nací”.
En los ’90, se encontraba dictando clases en Europa. Ahí fue que llegó a “España oculta”, de la fotógrafa Cristina García Rodero. “Ese libro me rompió la cabeza. Yo no podía creer que hubiese una cosa así”, recuerda el entrevistado. Treinta años después, Roberto asistió a una exposición especial de ese álbum en la que, además, se otorgó un título honorario a la artista. Le agradeció en silencio la educación de la mirada. “Yo no me reivindico como fotógrafo. En el libro hago el chiste que si Bresson era el fotógrafo del instante decisivo, yo soy el del segundo posterior, del apenas luego. Creo que a través de sacar fotos permanentemente hoy miro bien o veo cosas interesantes. Tengo una mirada personal que a mí me parece bien”.
Ganas, perdés
Roberto se detiene en aquello que no ve ni quiere entender el mercado. Traza un paralelismo entre dos situaciones: la gente pobre que baila en las calles, el zapatero que arregla un zapato a lo largo de todo un mes. Me gusta la gente “que hace lo que se le viene en gana”, dice cerca de la canción. “Gente que se siente identificada con aquello a lo que le dedica la vida. Es lo que yo siento también con mi vida”, apunta a tono con la filosofía de Federico Manuel Peralta Ramos. Lo que registra el sociólogo suena a los mandamientos de la religión gánica resumidos en un concepto: “Ser gánico significa hacer siempre lo que uno tiene ganas”.
Gargarella trabaja el plano detalle de las historias. Claro, el cine también lo ha formado. Él dice que la mejor manera de aprender sociología brasileña fue a través del cine de Glauber Rocha. Le preocupan los movimientos sociales: lo que cambia, lo que permanece. Si el viaje es a un lugar conocido -una revisita, utilizando un término de encarnadura académica-, entrañará un riesgo: la pérdida del referente. “Cuando vuelvo a una ciudad, voy corriendo a buscar los lugares con los que me siento aquerenciado. Tengo la necesidad de que estén ahí. En España e Italia las cosas suelen permanecer. Hay otros ambientes (Nueva York, Buenos Aires) donde todo cambia al año siguiente”.
El investigador conjetura que ese conservadurismo puede tener que ver con la inmigración. “El piso se me ha movido mucho, necesito algunas certezas. Veo un padecimiento en el desarraigo. Seguro que hay una vinculación entre eso y un impulso de aquerenciarme”. En “Apuntes italianos”, lo ejemplifica con la venta de una de las mejores librerías académicas del mundo: Blackwell’s. “Es una tensión muy de nuestro mundo y de las sociedades capitalistas avanzadas. La ruptura, la lucha y la derrota entre lo que siempre está, lo que se ha cultivado, lo que se ha hecho porque se tiene ganas, y el comercio, la necesidad de ganar más dinero”.
El viaje por distintos países hace aflorar algo que el escritor reconoce como parte de su ADN: “Somos una generación marcada por el gusto por leer y escribir”. Foto: Gentileza Roberto GargarellaMusicalizándome
La obra conforma una banda sonora, la banda sonora de la vida de RG. Tiene pinta de frase hecha pero aquí aplica. Por donde Roberto camina, roza la estalactita (o estalagmita) de una melodía ya escuchada. Eso cuando no descubre un artista in situ, como si se tratara de la representación aurática de una música “rupestre”.
Su eclecticismo -que atribuye a la falta de educación musical- lo lleva de Glenn Gould interpretando Bach a Cuchi Leguizamón y Yupanqui. Dedica un análisis sesudo y sensible a “los locos extraordinarios de la música brasileña” (apurado, resume: Buarque, Gismondi, Vasconcellos). Marca dos canciones: “Guitarra negra” de Zitarrosa y “A galopar” en la voz de Paco Ibáñez. “Me conmueven personal y políticamente. No las voy escuchando en el celular, sino que las tengo conmigo. Me siento o avanzo por la ciudad musicalizándome por dentro con estas músicas”.
Gargarella recupera la figura de un cantautor de los márgenes de la chanson francesa como Georges Brassens. “¡Pero qué personaje hermoso Brassens!” (2024:218) califica al creador de “La mala reputación”, que por estos días estaría cumpliendo 103 años (más detalle en este homenaje realizado por mi padre años atrás).
Fundido a negro. Gargarella está en Noruega. La radio se prende de golpe, cual gallo cantor, y aparece una voz. El ítalo-argentino sale desesperado de la cama. Busca un lápiz y anota Roberto Murolo. No puede creer lo que sus oídos están escuchando. Al toque compra un disco cuádruple, carísimo, lo suma a su banda sonora. “Muro es un personaje de una vida muy controvertida y complicada. Retoma el cancionero y le da un tono desgarrador a lo que podía ser la canzonetta napolitana de pura fiesta y la tarantela que, en todo caso, burlamos en la Argentina cuando queremos hacer una parodia de la música italiana. Es un intérprete extraordinario que ha sabido encontrar en cada música un elemento conmovedor”. Y agrega: “Una cosa graciosa: a mí, que mis parientes lean este tipo de cosas me llena de vergüenza. Pero mi madre, por distintas razones, terminó leyendo el libro y dijo: ¡Qué bárbaro que a vos también te guste Murolo! A mí me encantaba”.
Conversación infinita
Estoy terminando la crónica. Salgo a tomar un helado por el boulevard santafesino. ¿Qué dirá Gargarella de estas calles? No es nuevo lo que voy a contar: caminando se me sacude la modorra de prejuicios y me acuerdo de datos que no ayudan a adelgazar la nota. Todo lo contrario. Pero no pueden faltar. Saboreando tramontana y crema de la casa, se me viene la imagen de Roberto como jurado de un concurso de helados y la conexión de la heladería de su padre con Pescado Rabioso. El deleite, contracara del sábado infernal, trae a mi memoria la tristeza dulce que es moneda de cambio en Brasil. El Peloponeso y su conjugación de hospitalidad y abundancia. El cariño noruego. México: excesos. Freno. Entro a casa. Apunto: el hombre escudriña la sociedad con todo su cuerpo y halla su ADN.
“Amo caminar en la ciudad”, me cuenta Gargarella. “La ciudad”, celebra en el libro, “es una máquina que en cada latido va arrojando a la calle turistas, en serie, y no hay uno solo quien quiera sentarse a conversar” (2024:278). “Apuntes italianos” tiene tantos registros -enumeración libre, polaroids de locura ordinaria- como medios de transporte utiliza el autor para desplazarse por la historia. Roberto fija el momento en que el avión aterriza en India y comienza a llorar. Tributa a Jorge Asís, remixa su cuento “Nuestro tren” y lo trae al presente. Recrea un viaje por el norte de España. “El gusto en sí mismo, la gracia, es tomar el tren y mirar desde la ventana”.
Décadas atrás, Silvina Bullrich reunió sus viajes en una obra maestra del género, “El mundo que yo vi” (Emecé, 1976). Allí decía que “todo viaje tiene algo de huida” (pág. 7), algo que expandía tanto al tiempo como al espacio. Casi cincuenta años después, RG puede responder: “Lo que yo veo es muy distinto de lo que se ve desde lejos, con los lentes profesionales, con el entrenamiento que nos da la Academia: veo cientos de grupos diferentes, con propuestas de acción y creación, reconstructivas, felices, que entusiasman” (2024:306).