Miércoles 1.12.2021
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A fines de 2010 el entonces primer ministro de la Federación Rusa, Vladímir Putin, participó en un programa de televisión producido por la secretaría de prensa del Kremlin. Y ante una pregunta, pronunció una frase que sería traducida para todo el mundo como: “Quien no extraña a la Unión Soviética no tiene corazón, quien quiere restaurarla no tiene cerebro”. En su nuevo libro, que publicó Editorial Crítica, el docente, investigador y ensayista Martín Baña toma como punto de partida esta especie de sentencia del líder ruso para tratar de desentrañar dos cosas: los motivos que determinaron el final de la Unión Soviética en 1991 y el proceso que elevó, años después, al propio Putin a la categoría de hombre fuerte de la Rusia que siguió a la experiencia iniciada tras la revolución de 1917. Baña, fuente de consulta habitual para temas vinculados con Rusia, accedió a una entrevista con este medio. No sólo repasó la construcción del libro, sino que marcó algunos puntos para pensar a ese país en relación con Argentina y el resto del mundo.
Gentileza Editorial Crítica D.RFoto: Gentileza Editorial Crítica
-El libro cuenta en forma comprensible y didáctica los procesos que llevaron a la disolución de la Unión Soviética desde lo político y lo económico, pero también analiza cómo era la vida cotidiana de los rusos en cada momento ¿Cómo fue, en este sentido, el trabajo de investigación?
-Se trata de un libro de divulgación. Es un aspecto que, en particular, me interesa. De hecho, han salido otros libros sobre la temática rusa, como el que escribimos con Pablo Stefanoni para el centenario de la Revolución Rusa. Este libro es una continuidad en ese sentido y tuvo dos grandes componentes. El primero, un enorme trabajo de revisión de bibliografía, sobre todo las últimas investigaciones que se hicieron al respecto, que no circulan mucho acá, básicamente porque están en otros idiomas y es muy poco lo que se publica en castellano sobre la temática. El otro es un viaje que hice a Rusia, particularmente a Moscú, donde hice entrevistas, visité algunos lugares y recogí documentos. El libro se armó con esas dos vertientes, tratando de ser lo más didáctico posible, porque apunta a un público que no es especialista en Rusia y tampoco en historia, sino que está interesado en saber qué pasó en ese país en los últimos 50 años.
Archivo El Litoral Mijaíl Gorbachov, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética desde 1985 hasta 1991 y jefe de Estado de la Unión Soviética de 1988 a 1991 junto al ex presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.Mijaíl Gorbachov, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética desde 1985 hasta 1991 y jefe de Estado de la Unión Soviética de 1988 a 1991 junto al ex presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Foto: Archivo El Litoral
La encarnación de todos los males
-En un tramo del libro, señalás que la Unión Soviética fue un espacio de paradojas, donde convivieron el terror y la utopía. ¿Cómo se percibe esto en la Argentina de hoy? La sensación es que los discursos al respecto se ubican en los extremos.
-Tanto en el debate previo a las elecciones como el que antecedió a la llegada de las vacunas contra el Covid19, todo se condensó en una palabra: comunismo. Un concepto que se utilizó, sobre todo, para descalificar. Es decir que se abordó desde una vertiente negativa. Ahí se tomó una percepción que hubo del comunismo, sobre todo después de 1991, cuando se produjo la disolución de la Unión Soviética, que es la de la encarnación de todos los males. Es la versión que construyó el liberalismo respecto de la Revolución Rusa y en general de todas las experiencias revolucionarias: que, inevitablemente, desencadenan en una sociedad totalitaria que hace uso del terror y de la ideología única. Es una versión dominante y eso quedó demostrado particularmente en los debates que se produjeron en Argentina, donde se utilizó esa palabra para descalificar, con una motivación política. Del otro lado, tenemos una versión positiva del comunismo, generada sobre todo por la izquierda más tradicional, vinculada a la construcción oficial que hizo el propio gobierno soviético, que entiende que el comunismo era suerte de camino al paraíso que siempre estuvo rodeado de saboteadores y enemigos externos que impidieron que se pudiera desarrollar y sobrevivir. Son dos posiciones extremas, que en ninguno de los casos se pueden comprobar en la realidad. La experiencia soviética fue compleja, contradictoria e incluso a veces paradójica. Eso queda muy bien sintetizado en una frase que es, en realidad, el título de un libro de Karl Schlögel: “Terror y utopía”. Es decir, una sociedad en la cual podían convivir tranquilamente los proyectos utópicos y los ideales más nobles. Pero, al mismo tiempo, prácticas deleznables como el terror de Estado, como en los comienzos de la revolución y en el período stalinista. Luego de la muerte de Stalin, todo lo que tenía que ver con el terror se suavizó, no así la censura y la persecución a opositores. Pero hay que entender también que fue una sociedad en la cual muchos ciudadanos tuvieron acceso a sistemas de salud, tuvieron garantizada la vivienda y pudieron alfabetizarse. Hay una serie de logros y una suerte de espíritu compartido de los habitantes, que aspiraban a una sociedad más igualitaria. Más allá de los problemas que existían y de los cuales eran conscientes, como el desabastecimiento de bienes de consumo o la burocracia. Hay que pensar que hay gente que nació, vivió y murió dentro de ese sistema. Entonces, quedarse de un día para otro sin eso como ocurrió en 1991 fue complejo. No es algo que se puede borrar de un día para el otro o de un año para el otro. Eso explica, en parte, un fenómeno que se puede registrar en Rusia, que es cierta nostalgia por la época soviética.
-Eso aparece bien claro en el libro. Es posible que haya que esperar una generación para que toda esa etapa se pueda ver de una manera más desapasionada. Si bien pasaron 30 años, sigue siendo un fenómeno que formó parte de la vida de muchos, incluso de los actuales gobernantes rusos.
-De hecho, el actual presidente de Rusia, Vladimir Putin, era un agente del KGB, el servicio secreto ruso. Así también muchos miembros de la elite. Y los ciudadanos que hoy tienen 70 años, vivieron más de la mitad de su vida bajo el sistema soviético, es decir que se educaron con eso. Y tuvieron que aprender a adaptarse y vivir con un sistema que es totalmente diferente. También, en paralelo, hay generaciones que no conocieron otra cosa que la Rusia capitalista. Quizás, con el correr del tiempo, en la medida en que las generaciones más viejas vayan desapareciendo, la discusión, el juicio y el debate sobre el pasado soviético sean menos dramáticos.
REUTERS Vladimir Putin.Vladimir Putin.Foto: REUTERS
-Algunas de las claves las exponés en los capítulos finales, cuando te referís a la crisis de identidad que tiene la Rusia actual, interna y externamente. Y las respuestas que encontró Putin están en jaque. ¿Qué creés que puede pasar en Rusia en los próximos años a partir de esto?
-Es imposible hacer una predicción o pensar que puede llegar a pasar en Rusia de acá a unos años, particularmente con el putinismo, sin tener en cuenta lo que pasa en el mundo. Los cambios que suceden en Rusia van de la mano con los cambios en los otros países, a la vez que los cambios que suceden en el mundo tienen que ver con lo que sucede en Rusia. No se puede tener en cuenta una cosa sin la otra. Quedó evidenciado con Putin, en cierto renacimiento del autoritarismo, pero también es algo que se puede rastrear en otros lugares del mundo. Este rasgo del putinismo formaría parte de una tendencia más global, vinculada al resurgimiento de neo conservadurismos, nuevas derechas. En el caso ruso en particular, este refuerzo del nacionalismo, de apelación a valores conservadores y hasta cierto discurso antioccidental y antinorteamericano les son útiles a Putin para evitar que el lazo social se afloje demasiado. Hay que tener en cuenta que hace varios años que Rusia vive una crisis económica y social de la cual no puede salir, agudizada por la pandemia y que se genera, en parte, por la caída de los precios internacionales del gas y el petróleo, los mayores ingresos que tiene Rusia, con los cuales pudo sostenerse durante los primeros años del putinismo. En ese sentido, apelar al nacionalismo, al refuerzo de la integridad de la nación rusa puede servir para paliar otros efectos más inmediatos que tienen que ver con cuestiones más puntuales como la suba de precios y la baja de salarios, elementos que acentúan la crisis.