Recientemente, investigadores santafesinos dieron con un pozo ciego que perteneció a la propiedad de la casa de los Diez de Andino, y en donde se encontraron botellas y recipientes de vidrio de fines del siglo XIX y principios del XX.
En 1940, mientras se realizaban trabajos de excavación encontraron el arma de guerra a pocos metros del Convento de San Francisco.
Recientemente, investigadores santafesinos dieron con un pozo ciego que perteneció a la propiedad de la casa de los Diez de Andino, y en donde se encontraron botellas y recipientes de vidrio de fines del siglo XIX y principios del XX.
Lo anterior viene a cuento para recordar cuando, en 1940, de manera sorpresiva en las inmediaciones del Convento de San Francisco, apareció un cañón de cuatro pulgadas de calibre y dos metros de largo en una sola pieza de fundición que databa del siglo XIX.
En la ciudad capital, en la época colonial los sistemas de armas eran muy rudimentarios y lo poco que se conocía provenía de Europa. La introducción estaba prohibida a los particulares. Recién en 1787 la Real Orden autorizo el ingreso de armas de fuego, con requerimiento de licencia. Cuando las autoridades del Cabildo compraban armamento, su procedencia era generalmente de España algunas veces de Perú.
A partir del movimiento del 25 de Mayo de 1810, la necesidad de contar con armas para llevar a cabo las acciones que se deberían emprender, obligó a las nuevas autoridades a apelar a todos los recursos que estuvieren a su alcance y la primera medida que se tomó a este respecto, fue una ordenanza dictada por la Primera Junta, el 28 de mayo, disponiendo una requisa general de todas las armas blancas y de fuego, que estuvieren en poder de los civiles.
Dada la escasez de material de artillería, la Primera Junta de Gobierno resolvió instalar una fábrica de cañones de la mano del español Ángel Monasterio, que en noviembre de 1811 fue incorporado al ejército de línea, con el grado de capitán de artillería.
En 1812 es comisionado para instalar las baterías “Libertad” e “Independencia” en Rosario (en donde Manuel Belgrano hizo jurar la Bandera a orillas del Paraná) y a su regreso, se presentó ante la Junta, ofreciéndose para poner en marcha la proyectada Fábrica de Cañones y Municiones. Solo una vez había visto fundir cañones en Sevilla, pero esto le bastó para establecer y dirigir con éxito la Fábrica de cañones de Buenos Aires. Con mucha razón, años después, Bartolomé Mitre lo llamó “El Arquímedes de la Revolución”.
El general Manuel Belgrano, comandante en Jefe del Ejército del Norte, desde febrero de 1812, disponía de muy escasa artillería para dotar con tan importante material a su fuerzas, empeñadas en la lucha contra los invasores españoles que avanzaban desde el Alto Perú. Considerando revertir esta situación, dispone la instalación de una fundición en la actual provincia de Jujuy, para fabricar los cañones.
En abril de 1812, la fundición fue finalmente puesta en marcha y comenzaron fabricando algunos morteros y obuses, para pasar después a fabricar los cañones de mayor calibre.
El mundo, en 1940, atravesaba un capítulo trágico de su historia. La segunda guerra mundial se generalizó en Europa. Rusos y alemanes hacen imperar su ley en Polonia, avasallando universidades y deteniendo a intelectuales y docentes. Japón, no tolera la injerencia de otras potencias de los asuntos en Asia. Londres fue bombardeada por primera vez, desde el inicio de la guerra, en la madrugada del 25 de agosto.
En nuestro país, la renuncia del presidente Ortiz en favor de su vicepresidente Ramón Castillo, genera un fuerte clima de tensión y vaticina el comienzo de la agonía de un régimen político instaurado desde 1932, luego del golpe de Estado ocurrido dos años antes. En tanto, la ciudad de Santa Fe es sede del III Congreso Eucarístico Nacional. El acto inaugural ante la monumental cruz que acompaña el altar levantado en la explanada que forma el Bv. Gálvez, al encontrarse con la avenida 7 jefes y el antiguo Parque Oroño.
La creación y mejoramiento de los museos históricos había sido una política nacional encarada desde 1938 por el presidente Roberto Ortiz y su ministro de Justicia e Instrucción Pública, Jorge Coll. La provincia de Santa Fe no fue ajena, existió una gran inquietud por los estudios históricos, así como de los mecanismos de gestión con ellos vinculados.
En 1939, el gobierno provincial creó en Rosario el Museo Histórico Provincial. El 23 de julio de 1940, se crea el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, cuya dirección ocupa Agustín Zapata Gollan. Este organismo tenía la intención de convertirse en un espacio de investigación y profundización de los estudios relacionados con el mundo precolonial y colonial.
En septiembre de ese mismo año, se crea el Museo Histórico de Santa Fe por decreto del gobernador Manuel de Iriondo, cuya comisión directiva estaba integrada por José María de Iriondo (hermano del gobernador), Julio Marc, Agustín Zapata Gollán, Manuel Cervera y José María Funes.
Como expresa la investigadora Mariela Alejandra Coudannes Aguirre, este proceso de valoración y construcción de un patrimonio cultural santafesino comienza con la fundación de la Junta de Estudios Históricos, en 1935, con una estructura y propósitos similares a los de la futura Academia Nacional de la Historia y en donde se hará visible un grupo de historiadores locales que intentará consolidar su posición como intelectuales de cara a la sociedad y a los poderes públicos.
En ese sentido, las décadas del treinta y del cuarenta son claves en la definición de los símbolos y las efemérides actuales. Según el historiador Fernando Devoto, estos historiadores pretendían difundir una imagen del pasado nacional que se impusiera en los ambientes académicos pero que además tuviera influencia sobre el conjunto de la sociedad, en especial, sectores medios con un cierto grado de instrucción y jóvenes en edad escolar.