El problema de fondo no es que un narcotraficante se haya fugado de una de las cárceles de máxima seguridad, el problema es que lo que se está fugando aceleradamente en México es la credibilidad en el Estado de derecho y en los propios atributos del Estado para asegurar el orden a través del monopolio legítimo de la violencia. Noventa mil muertos y más de veinte mil desaparecidos son un testimonio más que elocuente.
La fuga de Joaquín Guzmán Loera, alias “el Chapo”, muy bien podría titularse como la crónica de una fuga anunciada. Todos sabían que el narcotraficante se iba a escapar y que lo iba a hacer a través de un túnel. Si a Amado Carrillo Fuentes se lo bautizó como el “Señor de los cielos”, por su capacidad para organizar con aviones el contrabando de cocaína a los Estados Unidos, a Joaquín Guzmán se lo conoce como el “Señor de los túneles”, una habilidad que adquirió en sus años mozos, cuando cavaba los túneles en la frontera de Estados Unidos para trasladar el contrabando.
Unos meses antes de su fuga de la cárcel del Altiplano, dos cómplices suyos se fugaron de un penal de Culiacán construyendo un túnel muy parecido -aunque de menores dimensiones- al que luego utilizaría su jefe. Atendiendo al sistema de seguridad implementado en El Altiplano, la única posibilidad de escaparse era a través de un túnel. Es lo que Guzmán hizo el sábado 11 de julio y lo único que faltó para completar el operativo fue que dejara una tarjetita de agradecimiento a sus carceleros.
La cárcel del Altiplano está en Almoloya, una localidad ubicada a menos de cien kilómetros del Distrito Federal. Los entendidos la definen como una cápsula dentro de otra cápsula. Los sistemas de seguridad incluyen la participación de cuatro cuerpos autónomos de guardias armados y, como broche de oro, el Chapo estaba encerrado en una de las celdas de máxima seguridad.
Sin embargo se escapó. Y lo hizo por donde todos imaginaban que lo iba a hacer: un túnel. Hoy los jefes de seguridad se preguntan por qué no lo cambiaron de celda periódicamente, por qué no revisaron las celdas con más frecuencia, por qué no rotaban a los guardias para impedir que fueran sobornados. Tarde. El Chapo está en la calle y además dispuso del tiempo suficiente como para tomar una gran distancia de sus captores.
Como se sabe, el túnel se construyó desde una residencia que los narcos compraron en 100.00 dólares a un modesto comerciante. Esa residencia está ubicada en el casco urbano, a menos de un kilómetro de un regimiento militar y en un lugar donde pasan habitualmente policías, guardas municipales y vecinos. Nadie vio nada. El túnel se empezó a construir más o menos a partir de abril del año pasado. Estuvieron más de un año cavando, trasladando toneladas de tierras, acarreando materiales de construcción, pero nadie vio nada.
La extensión del túnel es de 1.500 metros. Para darnos una idea de su dimensión, pensemos en un túnel que se extiende desde bulevar y San Martín hasta General López y San Martín. Y si fuera en Buenos Aires, desde Rivadavia y Callao hasta Santa Fe y Callao. La obra de ingeniería -así hay que calificarla- incluía iluminación, rieles, abovedado y ventilación. Se construyó a quince metros de profundidad, tenía una altura de un metro setenta y un ancho que no alcanzaba al metro. Para sacarle el sombrero a los narcos. Prolijos, discretos y eficaces. Lo mismo no puede decirse de las autoridades nacionales.
Más que sufrir un contratiempo, el gobierno de Enrique Peña Nieto padeció un papelón. Cuando los hechos ocurrieron, el hombre estaba en París acompañado por una delegación que incluía ministros, legisladores y funcionarios. Es decir, que de hecho no había gobierno. Hay muy buenos motivos para suponer que los narcos aprovecharon estas circunstancias.
Como para agregar mojado sobre llovido, enterado de los hechos a Peña Nieto no se le ocurrió suspender la gira y prefirió quedarse en París unos días más. ¿Cómplice o estúpido? No lo sabemos, pero en cualquiera de los casos México no puede darse el lujo de tener un presidente dueño de esas “virtudes”. Recordemos que Peña Nieto aún no dio explicaciones satisfactorias sobre la masacre de cuarenta y tres estudiantes perpetrada por los narcos en la localidad de Ayotzinapa. Como para que nada faltase en su currículum, hace unas semanas estalló un escándalo protagonizado por su señora esposa, dueña de una mansión cuyos costos no puede justificar.
Como se sabe, el Chapo Guzmán, capo del cártel de Sinaloa, fue detenido en 1993 en Guatemala. Allí estuvo dos años preso y luego lo trasladaron a la cárcel de “máxima seguridad” de Puente Grande en Jalisco. Si la Catedral de Escobar se consideró el colmo de la impunidad y la corrupción de un régimen carcelario, en tanto desde allí Escobar seguía manejando el contrabando de drogas, además de disponer de los privilegios más propios de un hotel cinco estrellas que de un presidio, Puente Grande expresó un nivel superior de corrupción y privilegios.
Seis años estuvo detenido el Chapo en Puente Grande. La pasó rechevere. Comilonas, mujeres, mariachis, fiestas y luz verde para atender sus negocios. Cuando en 2001 se enteró de que la DEA estaba gestionando su extradición para los Estados Unidos, organizó su fuga, objetivo que cumplió limpiamente con la colaboración de las principales autoridades del penal.
Durante años el Chapo fue junto con Ben Laden el tipo más buscado en el mundo. Durante casi trece años se movió por México como Pancho por su casa. Se dice que disponía de un guardia personal de más de mil hombres y un ejército privado superior a los veinte mil. La revista Forbes lo consideró el narcotraficante más rico del mundo. En una de las raras declaraciones admitió que había matado más de tres mil personas. Una joyita.
A su poder y sus riquezas le suma la popularidad. El Chapo es querido por un amplio sector de las clases populares. Generoso, conocedor de las necesidades de los pobres, simpático cuando se lo propone, para el crédulo amor de los pobres es algo así como un héroe, una suerte de Robin Hood y -valor importante en México- un machote dueño de las mujeres más lindas y guapo a la hora de desenfundar la pistola.
Se ha casado por lo menos tres veces y tiene siete u ocho hijos. Su última mujer es treinta y cinco años menor que él, hija y sobrina de narcos y reina de belleza. Se llama Emma Coronel Aispuro y es la mujer que lo visitaba en El Altiplano y seguramente lo mantenía informado sobre los operativos de su fuga. Hoy la bella Emma ha sido interrogada y estuvo detenida, pero no hay pruebas contra ella.
No todo ha sido flores en la vida de este narco de alrededor de sesenta años. Su hermano Arturo “Pollo” Guzmán fue asesinado justamente en el Altiplano por un sicario pagado. Un hijo suyo, de veintidós años, cayó en una balacera en Culiacán. Su segunda mujer, Zulema Hernández, fue asesinada y al cuerpo lo encontraron en el baúl de un auto -lo único que se reconocía del cadáver era la sigla Zeta trazada sobre las espaldas de la infortunada mujer.
Dicen los entendidos que el Chapo sólo le tiene miedo a dos cosas: a que su familia sufra represalias y que a él lo extraditen a los Estados Unidos. No es zonzo. Chapo sabe muy bien que si va a EE.UU. no sale más en libertad. “Prefiero una tumba en Colombia y no una cárcel en Estados Unidos”, decía Pablo Escobar. El Chapo piensa más o menos lo mismo. El nacionalismo patriotero suele ser un excelente auxiliar de la corrupción y el crimen.
El Chapo fue detenido en Mazatlán en febrero del año pasado. Estaba con su mujer y se entregó sin resistencia. La DEA y el FBI reclamaron que se lo entregasen, porque en EE.UU. tiene causas abiertas en seis tribunales, pero Peña Nieto se negó en nombre del nacionalismo mexicano. Ahora se les escapó otra vez, mientras el nacionalista y su séquito paseaban por París. Según se dice, en menos de dos semanas la DEA iba a lograr extraditarlo. No pudieron hacerlo porque hay que aceptar que el preso más importante de México tiene más poder que el gobierno, un gobierno que siempre estuvo al tanto de sus intentos de fuga pero, como escribiera un periodista: “Era tan evidente que iba a escapar que no hicieron nada para impedirlo”.
por Rogelio Alaniz ralaniz@ellitoral.com