Domingo 17.3.2024
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Desde la publicación de El origen de las especies (1859) de Charles Darwin, estamos familiarizados con la idea de que el hombre procede del mono. Para una especie que durante milenios se consideró el centro del universo, es sin duda una ofensa narcisista. Por eso mismo, la teoría evolutiva se tolera mejor si nuestros parientes permanecen como un ancestro remoto y distante. Sin embargo, aquello que se denomina la "condición humana", lo particularmente humano, es más frágil de lo que estamos dispuestos a admitir. En la experiencia de lo cotidiano no tardan en presentarse irrupciones que remiten a la condición animal original.
A propósito, en su tiempo el psicoanalista Jacques Lacan propuso dos conceptos útiles a la hora de pensar este estado de situación: lo imaginario y lo simbólico. El registro imaginario, como su nombre lo indica, refiere a un modo de relación propio de las imágenes. Ante una imagen cualquiera, la percepción se apresura a reconocer intuitivamente la figura en cuestión, por eso desde siempre los filósofos insisten en que los sentidos nos engañan. Lo imaginario es así un mundo de apariencias donde se desencadenan, en consecuencia, respuestas reflejas y estereotipadas.
El mundo animal está íntimamente estructurado por lo imaginario. Puede apreciarse tanto en los rituales de cortejo como en las luchas territoriales y en las estrategias de cacería. Pensemos, por ejemplo, en la tortuga caimán acuática. Para cazar abre pacientemente sus mandíbulas y agita un apéndice en su lengua que simula la forma y movimiento de una lombriz. Paso siguiente, un pez reconoce inmediatamente la ondulación característica del gusano —se trata del instante fugaz de la mirada— y se adentra con decisión en las fauces de la tortuga. Paradojas de lo imaginario, en un mundo de señuelos, oportunistas y desprevenidos, el cazador se transforma en presa.
Un rasgo esencial del registro imaginario es la agresividad respecto del semejante. En tanto lo imaginario llama a lo imaginario, entonces no interesa demasiado a quién adjudicar el primer golpe, la espiral de violencia se retroalimenta en conformidad de las partes. En su punto más álgido, llega hasta un postulado de tipo paranoide en la imposibilidad de coexistencia: es el otro o yo. En una experiencia reciente se dispuso un espejo en el medio de una zona silvestre. Un oso negro que deambulaba por allí, al ver su propio reflejo, reaccionó atacando con furia el espejo en cuestión. Otra paradoja de lo imaginario, no sabe que se ataca a sí mismo.
Groucho Marx solía repetir la siguiente frase en clave humorística: "Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros". ¿Dónde reside el efecto cómico? En el primer enunciado hay una afirmación desafiante que invita a rivalizar. En el exacto momento donde hay que decidir si se redobla la apuesta o si retrocedemos dócilmente —lo imaginario es siempre dual, un reduccionismo del tipo blanco o negro—, allí el interlocutor introduce un cambio de signo y la confrontación se desvanece. El efecto cómico reside en la súbita caída de la tensión agresiva, justo cuando nos preparábamos para pelear o huir.
Lo simbólico, en cambio, se caracteriza por la compleja interacción de los símbolos, siendo el lenguaje su expresión más lograda, más allá de su uso pragmático en la comunicación. Es un registro cuya función de mediación permite pacificar la agresividad entre los sujetos. Supongamos un clásico altercado entre vecinos de un edificio, donde uno de ellos acostumbra a escuchar música en un volumen demasiado alto. No es lo mismo apersonarse en la puerta y exigir que cese la música "porque lo digo yo" —he allí la vía imaginaria en acto—, que solicitar al consorcio que notifique por carta la infracción al reglamento de copropiedad, aquel que fue consensuado por una mayoría. Lo simbólico es un recurso que funciona como una terceridad que propicia mejores arreglos en la convivencia.
Aunque la cuestión de los orígenes siempre nos empuja a un terreno conjetural, hay quienes se preguntan cuándo y cómo el hombre devino hombre, al menos tal como hoy lo conocemos. Algunos opinan que el ritual de entierro de un integrante del grupo y también los ritos de duelo, son signos inequívocos de la cultura propiamente humana. Por otra parte, según cuenta la anécdota, ante idéntica pregunta una antropóloga evocó la evidencia de un fémur fracturado y sanado como punto de inicio de la civilización. Recordemos que, en las grandes migraciones de mamíferos, cuando un miembro de la manada enferma o se lesiona, simplemente queda atrás, librado a su propia suerte y destino funesto. Por ende, una quebradura que logró sanar, implica necesariamente el cuidado del grupo de pares, incluso la suspensión del egocentrismo y la lucha ciega por la supervivencia individual. Evidentemente, ambos criterios no agotan la cuestión, pero al menos introducen una perspectiva donde el semejante no es un rival a vencer, todo lo contrario.
De tanto en tanto, es un movimiento cíclico, en el lazo social se imponen las formas de lo imaginario ante lo simbólico y viceversa. Son pulsaciones de la cultura que no hacen más que recordarnos la fragilidad de lo propiamente humano. Si bien, no es que el hombre esté llamado a ser hombre, lo que interesa es aquello que en él puede tener efectos humanizantes.
La corriente de pensamiento denominada "darwinismo social", entendida como la supervivencia del más apto aplicada a la civilización humana contemporánea, es sin duda una legitimación teórica de la irrupción de aquella condición animal original. El capitalismo salvaje supone en sus bases la supresión de la terceridad simbólica antes referida. De allí en adelante solo resta el ejercicio de la voluntad del más fuerte, o lo que es lo mismo, el consentimiento a un predominio de lo imaginario por sobre lo simbólico. Ante tal coyuntura, siempre puede anteponerse la consistencia de una ética no utilitarista.
Aunque la cuestión de los orígenes siempre nos empuja a un terreno conjetural, hay quienes se preguntan cuándo y cómo el hombre devino hombre, al menos tal como hoy lo conocemos.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.