I
I
Lo notable no es que la Señora hable en público o mande cartas, lo notable es que desde un tiempo a esta parte sus textos dicen siempre lo mismo: las mismas conspiraciones, los mismos enemigos, las mismas excusas. Lo notable es que un sector gravitante del peronismo las siga escuchando y que el peronismo mayoritariamente gire alrededor de lo que ella decida, además de legitimar con sus adhesiones más o menos sinceras cada uno de sus actos. Lo notable es el esfuerzo de la Señora por resucitar los mitos clásicos del peronismo. Ella es Evita renunciando al poder; Ella es Perón enviando cartas o impugnando su proscripción; Ella encarna el peronismo histórico invocando la resistencia; Ella es la gloria y la tragedia; la multitud y la soledad; el mito y la leyenda. Por lo menos es lo que pretende.
II
Lo asombroso de este universo de leyendas, mitos, aspiraciones mesiánicas, manipulación de las emociones, es que no solo mantienen más vigencia de lo que nos gustaría admitir, sino que en el caso que nos ocupa están bastardeadas, son más un recurso de dominación y control que una pasión auténtica con toda su carga pasional. ¿Es necesario advertir que Cristina no es Evita? Que por un motivo, o por otro, no ha despertado la pasión de las masas en el grado que lo despertó Evita; que no murió en la plenitud de su gloria víctima de un cáncer implacable; que no dispuso de los recursos "infinitos" de una institución equivalente a la Fundación. Pero sobre todo, el liderazgo de Cristina no se ha acercado ni a las orillas del liderazgo de Evita. Es verdad que Cristina despertó adhesiones pasionales entre pequeños burgueses de los años setenta y muchachada que no sabía distinguir un acto político de un recital del Potro Rodrigo, pero Cristina jamás pudo darse el lujo de que en los ranchos de los pobres haya una estampita con el rostro del Hada Rubia, estampita iluminada por modestas velas que se renovaban sin pausa.
III
Más allá de leyendas, mitos y sus correspondientes devaluaciones a lo largo de la historia, lo que nadie pone en duda es que Evita y Perón contaban con la adhesión mayoritaria de las masas. Cristina está muy, pero muy lejos de disponer de esa certeza. Comparada con los jefes históricos del peronismo, la adhesión de los Kirchner es más que modesta. El kirchnerismo pretende identificarse con aquellas experiencias multitudinarias, pero no son más que una sombra o un espectro de aquel pasado. En ese punto hay algo que se parece a la alienación y la manipulación. Y sobre ese tema el populismo en general, y Néstor y Cristina en particular, la saben lunga. Cristina hoy renuncia a ser candidata no porque tenga cáncer, o porque los militares no le permiten presentarse, o porque Perón no la habilite; o porque Macri, Magnetto y Rosatti conspiren en su contra. Ella renuncia a ser candidata por la sencilla razón de que sabe que pierde a lo perro, y además es muy probable que ocupe un modesto tercer puesto. Cristina, por lo tanto, más que parecerse a Evita o a Perón, a quien más se parece es a Menem. Como él, dispone de un treinta por ciento de adhesiones, y como él, sabe que el setenta por ciento del país no solo no la vota sino que además la detesta. Menem inventó excusas miserables para no presentarse en la segunda vuelta contra Néstor; Cristina inventa conspiraciones y enemigos reales e imaginarios para eludir el veredicto de una derrota. Menem, de todos modos, terminó aceptando su derrota, y de allí en más se dedicó a ocupar una banca de senador por La Rioja para evitar la cárcel. ¿Será ése el destino de Cristina? No lo sabemos. Es difícil imaginarla a Cristina resignándose a un modesto segundo plano o aferrada a una banca para eludir la prisión, pero también es difícil imaginar para ella un destino diferente al de su compañero peronista.
IV
Los candidatos presidenciales que puede presentar el peronismo en estos comicios disponen de altas posibilidades de ser derrotados. Un gobierno responsable del descalabro económico actual y de los deplorables índices sociales no puede ganar elecciones. Ellos lo saben y la oposición lo sabe. Sus pretensiones son las de mantener el poder en la provincia de Buenos Aires, en ese tumor social que se llama Conurbano y en las provincias feudales donde dinastías conservadoras y reaccionarias los representan. Después está la presencia siempre acechante, siempre conspirativa y casi siempre corrupta, del peronismo corporativo que no necesita de elecciones para mantenerse en el poder con los millones de dólares que ese poder incluye. La oposición, por su parte, dispone de recursos y liderazgos para ganar las elecciones presidenciales de este año; la tarea no es sencilla pero es posible y más que posible. Lo que ocurre es que la principal dificultad que se le presenta a la oposición no es ganar sino gobernar, sobre todo cuando algunos voceros del peronismo ya han advertido su voluntad de incendiar al país si es necesario para impedir que gobierne. Al respecto, y también en homenaje a las fantasías autoritarias, para el peronismo todo gobierno que no sea de su signo es un usurpador y como tal merece ser tratado.
V
¿Cómo conjugar esa acechanza? No será fácil. Nada es fácil en la Argentina actual y se me ocurre que nada fue fácil en la Argentina de antes. No será fácil, pero eso no quiere decir que sea imposible o que no valga la pena intentarlo. Por lo pronto, sabemos que cualquier proyecto político de transformación social necesita el apoyo de una mayoría importante. Esa mayoría social no siempre coincide con una mayoría política, pero el arte de la política consiste precisamente en hacerlas coincidir, es decir, hacer posible la política a pesar de esas asimetrías. Otra advertencia importa: el sentido común más trivial aconseja el pacto, el pacto como fórmula mágica; sentarnos todos en una mesa y ponernos de acuerdo. Fácil. Fácil, pero lo cierto es que la historia argentina de las últimas décadas es la historia de los pactos no cumplidos o los pactos fracasados. ¿Y entonces? Entonces, de lo que se trata es de hallar un equilibrio virtuoso entre un gobierno abierto a los entendimientos reales y efectivos, sobre todo en el espacio parlamentario, pero al mismo tiempo capaz de tomar decisiones que despierten grandes adhesiones y en más de un caso a contramano de las estructuras del poder. Alfonsín, para citar un ejemplo relativamente reciente, sabía que el juicio a las juntas militares o la creación de la Conadep debía necesariamente ser el producto de una decisión suya, porque si hubiera recurrido a la estrategia adocenada de los pactos, y en particular del pacto con los peronistas, hoy alguna avenida de Buenos Aires, Córdoba, Rosario o Santa Fe se llamaría Videla, Massera, Menéndez o Bussi.