Por Fernando Urriolabeitia (*)
Cuando la idea de unidad desaparece
Por Fernando Urriolabeitia (*)
Es habitual recortar la realidad, tomar una parte de ella y una vez que está bien circunscripta, usufructuarla para lo que sea. No hay ningún ámbito de la vida, lamentablemente, que esté exento de esa manera de proceder. Lo sufre la realidad social, política, económica, institucional e incluso personal y familiar.
Fragmenta quien asume una problemática, como la enseñanza educativa, la inseguridad y violencia en la sociedad, la administración de justicia o, a nivel personal, una separación, tomando sólo una de sus aristas con un dimensionamiento tal que la constituye en la única explicación o causa de esa realidad.
Al fragmento, debido a ese comportamiento, se lo jerarquiza con un nivel de plena independencia y autonomía con relación a las restantes partes que conformaban un todo. Este último es esa realidad concreta y compleja con la que se tiene que lidiar, a pesar de no verla y menos asumirla en su cabal dimensión.
El filósofo Víctor Massuh supo advertir y describir con claridad que la metafísica del nihilismo hizo del "fragmento" su realidad última. El fragmento es lo que constituye una parte de una cosa, pero sólo cuando no podemos identificarlo como parte de algo, es decir, desde que no es posible identificar esa forma que es la unidad que le falta. Massuh reserva el término "fragmento", entonces, para cuando es indiscernible y no lo podemos tener como miembro de una totalidad, ni percibir en él la ausencia de unidad.
En cambio, la parte deja de ser fragmento si la consideramos como parte de algo, de una estructura, de un conjunto, en tanto el todo se nos manifiesta antes que la parte y ésta misma se va desdibujando. En ese sentido, nos dice el filósofo argentino, un dedo, una uña, no son fragmentos debido a que la mano está presente y ausente a la vez y los organiza como elementos de un todo. A cualquier realidad le cabe esta descripción.
En definitiva, habrá fragmentación cuando la idea de unidad ha desaparecido. No se tiene la posibilidad de identificar al fragmento como tal, sino que ya se le ha dado un estatus que logra la apariencia de un todo. A tal punto se ha llegado, tratar como si fuese una unidad a sólo una parte. No es difícil advertir que vivimos en un océano de realidades fragmentadas, y que quienes las generan sacan de ello un provecho personal vinculado con el ámbito en que se desenvuelven. Estos islotes creados dan posicionamiento a sus emancipadores.
Cualquiera exterioriza una opinión, trabaja o actúa sobre "una porción de una realidad" que conoce por estar, quizás, en un lugar específico que concierne sólo a ello, el cual -por cierto- suele ser una cuestión mucho más amplia (una realidad compleja y con unidad) que el conocimiento que le da ese espacio desde donde habla (su realidad fragmentada). Al estar en esa situación se siente legitimado debido a la familiaridad con el asunto y por constituir su especialidad, con una confianza que lo lleva a exteriorizar o concretar las certezas alcanzadas lejos de toda duda.
Ubicado ahí, cómodo y seguro, ignora lo que hay más allá de donde transita cotidianamente. Incluso, debido a esa miopía, llega a negar que la problemática en cuestión involucre alguna parte más de lo que ya tiene entre sus manos. Desconoce la amplitud, complejidad y, esencialmente, unidad del tema respecto del cual su opinión o trabajo es sólo un fragmento.
Cuando hay un recorte de una realidad y, luego, se ahonda en un fragmento, tal como Víctor Massuh señaló, éste queda absolutizado. Al suceder ello, esa parte de la realidad es condenada a ser incompatible con las restantes que no se tuvieron en cuenta. El afán de dar autonomía al fragmento, lleva a que se lo diferencie de un modo exagerado e inapropiado con aquello que antes integraba. De esta manera, las partes de un problemática, separadas y absolutizadas, además de romper la unidad pretérita se vuelven ininteligibles.
Es a partir de ese momento, entonces, cuando la vida se vuelve caótica. En esta instancia el fragmento, enseñó Massuh, se convierte en esa parte inconexa que no empalma con otra. No hay posibilidad de "forma" alguna, sea a nivel social o personal, que tenga un sentido. Cuando el hombre tiende a la fragmentación -explicó el filósofo- es una voluntad que renuncia a sí misma y cae en la destrucción, cesa la voluntad de forma y, entonces, se instala el caos, la morada del fragmento. El daño resulta inconmensurable.
Renunciar a la "forma" es abrir las puertas al caos para que invada todos los rincones de la vida. La comodidad y conveniencia de la actitud fragmentadora en el hombre, no hace más que mostrarlo como un individuo egocéntrico, apropiador e inmanente. Su afán de fragmentar son actos para sí mismo, pura inmanencia, en donde nada trasciende hacia el prójimo, la sociedad o la cultura.
Lo fragmentado sólo le sirve a él, es un comportamiento autorreferencial. Cuando se toma una actitud en dirección opuesta, hacia afuera, de trascender a sí mismo, el hombre –como expresó el filósofo Francisco Romero- deja de ser "individuo" para convertirse en "persona" por su afán de ir a instancias que están más allá, a ese lugar donde residen los valores.
Es difícil la convivencia en estas circunstancias de constante fragmentación, básicamente, porque no se puede lograr entendimiento cuando cada uno habla desde una realidad recortada. Al vivir y pensarse la parte como un todo, queda demasiado afuera y, entonces, desatendido. Los problemas que se tienen en común -en la vida social- se tornan insolubles, en tanto no hay nada ajeno a lo propio que se deba entender, comprender y armonizar. Eso otro, no existe o es distinto a la propio y, además, no se advierte que pueda compartir una misma problemática. Se ha perdido la visión unitaria y compleja de los problemas humanos.
Si desde el ámbito social nos trasladamos a un plano personal, la fragmentación daña de igual manera. El hombre queda desmantelado en trozos inconexos que pronto lo dejan sin su pasado de unidad, ese ser complejo pero unitario que era. La vida y todo lo trascendente que hay en ella, aquello que nos justifica, como la moral, el amor, la amistad, el arte, la vocación y mucho más, pierden sentido y significación al sufrir el accionar de la fragmentación.
La actitud y comportamiento que fragmenta recibió la pincelada descriptiva y poética de Roberto Juarroz: "En una noche que debió ser lluvia/ o en el muelle de un puerto tal vez inexistente/ o en una tarde clara, sentado a una mesa sin nadie,/ se me cayó una parte mía./ No ha dejado ningún hueco./ Es más: pareciera algo que ha llegado/ y no algo que se ha ido./ Pero ahora,/ en las noches sin lluvia,/ en las ciudades sin muelles,/ en las mesas sin tardes,/ me siento de repente mucho más solo/ y no me animo a palparme,/ aunque todo parezca estar en su sitio,/ quizá todavía un poco más que antes./ Y sospecho que hubiera sido preferible/ quedarme en aquella perdida parte mía/ y no en este casi todo/ que aún sigue sin caer".
Uno de los refugios a dónde acudir para luego comenzar a salir de esta difícil situación en que estamos sumergidos, entre los pocos posibles, es la poesía. En ella encontraremos el hábito perdido de la forma, de la unidad, toda vez que la poesía es, como lo expresó el escritor francés Pierre Jean Jouve, "un alma inaugurando una forma".
(*) Abogado. Actualmente es Relator Letrado en el Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires.