De los variados análisis del pasado hispánico santafesino, hay tres temas ineludibles a considerar sobre el primer tiempo fundacional.
De los variados análisis del pasado hispánico santafesino, hay tres temas ineludibles a considerar sobre el primer tiempo fundacional.
Una interesantísima conferencia de Martín Almagro Gorbea, anticuario de la Real Academia de la historia, que visitó Santa Fe en el 2005, dejó muy claro dos principios:
El primero referido a que la península ibérica fue territorio de conquista de culturas muy diversas, hubo colonias fenicias y griegas, fue provincia romana, asiento de califatos e incluso tuvo territorios ocupados por grupos del norte de Europa. De estos siglos recogió el Reino de Castilla y Aragón, luego de vencer a los árabes, una experiencia inigualable sobre los más efectivos procedimientos para colonizar tierras, asentar ciudades y darles un marco legal para ordenar la vida institucional y productiva, integrándolas por medio de caminos, y de ese modo construir un imperio.
El segundo refiere al valor documental y material de Santa Fe la Vieja. Cuando Juan de Garay llegó al territorio hoy santafesino, urgido por el avance de Jerónimo Luis de Cabrera quien procuraba un puerto para Córdoba, dio curso a las normas que debían cumplirse para dar vida a una nueva ciudad: acta, rollo, cabildo, mandobles, límites de la jurisdicción, traza, asignación de solares y parcelas para chacras y estancias, censar a los naturales y abrir caminos para la comunicación.
Con el acta y el establecimiento del Cabildo se inició un archivo, también regido por normas ad hoc, la guarda en manos del alcalde de primer voto y el escribano las cuatro llaves con las cuales se cerraba el arcón adonde se lo conservaba, además la presencia del escribano aseguraba la formalización de transacciones privadas y generó las Escrituras Públicas. Todas estas previsiones constaban en las leyes de Indias que producía el Consejo respectivo y la Casa de Contratación.
Ambos archivos, con sólo algunas pérdidas, están preservados actualmente y en lo que refiere a las Actas Capitulares y fondos existentes en el Archivo General de la Provincia, se ofrecen digitalizados en la web de la provincia, universalizando su acceso, gracias a la financiación de proyectos del gobierno de España. (https://actascabildo.santafe.gob.ar/)
Las Escrituras Públicas las posee el Museo Etnográfico y Colonial Juan de Garay.
Ambas vertientes documentales fueron el sustento de sólidos trabajos historiográficos, de reconocida profundidad, como la Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe de Manuel Cervera, entre otros.
A los documentos escritos, luego de la exhumación de las ruinas por Agustín Zapata Gollán se le sumó el valioso patrimonio material extraído en las excavaciones.
La conjunción de documentos escritos y materiales le asigna a Santa Fe la Vieja una condición única y especial en comparación con las ruinas arqueológicas de ciudades europeas y americanas.
Sobre el lugar adonde Garay levantó el campamento de arribo, a orilla del río de los Quiloazas, allí adonde meses después se asentó Santa Fe, corresponde señalar que el fundador no pisaba a ciegas. Era un territorio recorrido por españoles desde el arribo de Sebastián Gaboto, en 1527, a la confluencia del Paraná con el Carcarañá, adonde instaló el fuerte de Sancti Spiritus. Mientras existió, posibilitó una interesante experiencia de intercambio con los naturales, observación del territorio e incluso una primera experiencia productiva con la cosecha de trigo en el sitio. La destrucción y huida del lugar ante la agresividad de los indígenas abrió las puertas a que un grupo de sobrevivientes diera información mediante la tradición oral, así como escrita por el mismo Gaboto en su información a la Corona.
En 1536, llegó Pedro de Mendoza a levantar su puerto y fuerte en la boca del Río de la Plata y nuevamente aborígenes e imprevisiones de la expedición le hicieron fracasar el proyecto y, otra vez, los que pudieron sobrevivir, y en el margen del río que los imantaba, probarían con otros asentamientos: Corpus Christi y Buena Esperanza todos intentos de vida breve. De todos estos recorridos y experiencias quedó información aprovechable a la hora de "abrir puertas a la tierra".
Finalmente, fue la Asunción la fortaleza que, desde 1537 sobrevivió en un clima de paz por la calidez amigable de los carios, parcialidad guaraní, que fructificó en un notable mestizaje. Desde ella saldrán los mancebos de la tierra que acompañan a Garay para su plan fundador.
Precisamente, son las actas capitulares las que posibilitan conocer algunos pormenores de la vida inicial en la ciudad recién fundada. De los años 1574 y 1575 no existen actas, no se sabe si se produjeron, solo consta un recibo referido a las actas de 1575, fechado el 3 de noviembre de ese año, lo que permite suponer que algunas se levantaron. En enero de 1576 se eligieron los cabildantes, lo que ocurrirá regularmente hasta el siglo XIX, en fechas posteriores se hacen cargo funcionarios y el 22 de junio el Cabildo se aboca a tomar medidas imprescindibles para la construcción de la ciudad y ordenar la vida diaria de la sociedad fundadora, que aportan datos fundamentales.
La tasación de trabajos y oficios varios, en herrería la confección de espuelas, llaves de arcabuz, cuchillos, hachas, tijeras, rejas, marcas para herrar, cerraduras, dagas y candiles. En carpintería: puertas, ventanas, mesas, bancos, arados, palos, escardillos (herramienta de labranza parecida a una azada pequeña con dos dientes curvos que se emplea para escardar, limpiar la tierra y trasplantar), camas, bancos y estribos de madera. En sastrería: chamarras, calzones, medias, jubones, saboyanas, sayos y capas. En cuanto a zapatería: zapatos, botas, borceguíes, pantuflas, chinelas y vainas. Además, otros productos varios: cueros de nutria y zorros, maíz y frijoles.
En el acta del 21 de octubre de 1576 se decidió cual sería el padrillo para la ciudad, señalándose un animal de Francisco Sierra y fijaron el precio de sus servicios y la forma de pago mediante trigo.
En el acta del 14 de noviembre de 1576 se abrió el Registro de marcas para ganados -primero del Río de la Plata-, en el cual constan, para esa fecha: Francisco de Sierra; luego se presentan Juan Martín, Antón Romero, Pedro Gallego, padre Álvaro Gil, Bernabé de Luján, Pedro de Espinosa, Juan de Orantes, Francisco de Azuagay, Enrique Alemán, Hernán Ruiz de Salas, Pedro Hernández y Alonso Fernández Montiel.
El Registro contiene los datos del propietario de la marca y el dibujo de ellas.
En 1577 consta, el 13 de mayo, una rebelión de naturales, la primera de la que se cuenta información, y la consecuente marcha de muchos pobladores atemorizados. Esta migración permite conocer a Pedro de Vega, el único maestro existente en la ciudad, que ante lo cual el procurador solicita no se le conceda licencia para ausentarse de la ciudad al igual que a ningún español.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y desde el Centro de Estudios Hispanoamericanos