Nos escribe María (Ciudadela, 38 años): "Hola Luciano, te escribo para preguntarte por algo bien simple. ¿Por qué a veces los chicos son tan distintos cuando están en un lado y en otro? Tengo un hijo que en casa es tremendo y después en los demás lugares se porta re bien. Sé que esto no solo pasa en mi caso, por eso me animo a escribirte. Y sé que también hay casos en que las cosas son al revés: se portan como ángeles con los padres y en los demás lugares son demonios. Lo que puedas responderme, te agradecemos".
Querida María, muchísimas gracias por tu mensaje, que contempla otros casos semejantes, además del tuyo. Te agradezco que, en tu consulta, tengas en cuenta la experiencia de los demás y quieras que también haya respuesta para ellos. Tu empatía me decidió a elegir tu correo.
Por un lado, partís de una constatación; es decir, de algo en lo que todos podemos estar de acuerdo. Sin embargo, las circunstancias no son similares. Tomemos el primer caso, el del niño que es díscolo con sus padres y, en otros lugares, se porta súper. Lo primero que tengo para decirte es que los niños en sus vínculos primarios son mucho más regresivos; dicho de otro modo, en la relación con sus padres los niños siempre son mucho más niños. Y quizá lo sean para toda la vida, como les ocurre a esos adultos que todavía se refieren a sus padres como "Mami" o "Papi".
Para entender este punto digamos que, como en todo vínculo, la conducta se refuerza en un doble sentido. Porque también los padres tenemos la costumbre de decirle a nuestros hijos que ellos siempre van a ser "mi bebé". Este sería un lindo tema para una columna, cómo hacemos para dejar ir al bebé que tuvimos, para que se convierta primero en niño y luego en un hijo ya adulto. Te diría, querida María, que esta es una de las tareas más arduas de la crianza y la filiación en particular.
En la medida en que nuestros hijos crecen, los padres vamos realizando duelos. Duelos por ellos, pero también por nosotros. En el caso de cada padre como tal, pero también en el interior de la pareja parental si hay una. Si la muerte de un hijo es algo tan desesperante, si es la muerte que no tiene nombre, es porque nos priva de ese proceso de elaboración que lleva a la madurez vincular y convierte a los padres en adultos mayores. Padres que han perdido un hijo pueden testimoniar cómo el tiempo se detiene después de una desgracia semejante.
Por otro lado, tenemos el contrapunto del niño que se porta muy bien con los padres y es terrible afuera. Aquí diferentes psicoanalistas han dado diversas interpretaciones. Por ejemplo, que un niño que se porta tan bien con sus padres es porque teme perder su amor. También que su sobreadaptación se debe al miedo. En fin, me parece que estas visiones prejuzgan un poco y no hay que dejarse llevar demasiado lejos, al punto de asumir una posición anti-familia. En todo caso, lo que sí me resulta fácil determinar es que ahí donde el niño se porta de manera no adaptativa es que puede desplegar su desarrollo evolutivo.
Por ejemplo, hay niños de los que las escuelas se quejan de modo recurrente; a veces les exigen a las familias que los lleven a psicoterapia, como si esto por sí mismo sirviera para algo. En estos años fueron muchas las veces en que recibí consultas por niños que, después de unas entrevistas, no iniciaron un tratamiento porque no era necesario. Me refiero a que los niños eran sanos, solo que quizá demasiado niños aún y por eso no se avenían adecuadamente al rol de alumnos. Sin embargo, a un niño no se lo puede hacer crecer más rápido con terapia, si no hay un proceso patológico en juego.
A veces sí se puede tener un espacio de orientación con los padres, para conversar las preocupaciones que ellos puedan tener con respecto al crecimiento de ese hijo. Ahora bien, esto transita en un carril diferente al de la demanda escolar, si esta se basa en la expectativa de que un niño se porte bien y para esto es importante que la institución no "culpe" a los padres o les traslade a ellos un problema que los excede.
Con esto último, querida María, es que llegamos a la idea central de mi respuesta. Es una idea que desafía el sentido común, por eso la voy a desarrollar de manera pausada: primero, nada menos cierto que ese refrán que dice que un niño es de acuerdo con cómo lo tratan en la casa; los hijos no son un efecto de sus padres, porque ellos también aportan mucho al vínculo parental y, en segundo lugar, porque el vínculo con los padres es solo un vínculo entre otros. Es verdad que el vínculo con los padres es constitutivo y prioritario, pero no es el único vínculo de un niño.
A partir de esta idea, podemos dar un paso más y plantear que una de las cuestiones que más nos cuesta entender a los padres, es que el vínculo que tenemos con uno de nuestros hijos es solo un vínculo y no es suficiente para conocerlo en profundidad. Nada menos cierto que la frase "soy el padre (o la madre), sé quién es mi hijo". Quien se instala en esa actitud, seguramente será un problema para el crecimiento de su hijo. Y es con dolor que nos toca aceptar que hay toda una parte de la vida de nuestros hijos que se nos escapa y no conoceremos.
Ahora bien, querida María, en absoluto esta conclusión tiene sabor de derrota, porque si somos capaces de asumir y aceptar nuestro rol limitado como padres, es que podremos criar para que ellos sean autónomos y puedan tener presente nuestro criterio incluso cuando estamos ausentes. Este es para mí, el mayor logro de la crianza: que los hijos nos lleven con ellos, aun cuando no estemos siempre ni para siempre.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com