Nos escribe Valeria (45 años, Lomas de Zamora): "Hola Luciano, te escribo por mi hijo adolescente. Realmente se me vino encima ese dicho de que niños chicos, problemas chicos y niños grandes, problemas grandes. No le encuentro la vuelta a nuestra relación, porque además es muy desafiante. Piensa que tiene una edad que en verdad no tiene, cree que ya es el dueño de su vida y no sabemos cómo encarar la cuestión. Lo que puedas decirnos, ya te lo agradecemos."
Querida Valeria, ¡otra consulta por un adolescente! Lo digo un poco como chiste, pero este es el gran tema de un tiempo a esta parte. Así que en esta ocasión voy a desarrollar una idea que creo que puede servir para muchos casos.
Primero me centro en dos cuestiones que decís: que piensa que tiene una edad que no tiene y que cree que es el dueño de su vida. Bueno, esto último es cierto. Quizá lo que ocurre en esta etapa de la vida es que el adolescente se da cuenta y por eso quiere tomar las riendas, aunque aún le falten algunos años –no solo de edad, sino también de desarrollo psíquico– para tener la autonomía suficiente.
En principio, quiero destacar un aspecto inevitable de esta etapa. El adolescente inicia su crecimiento con una regresión. Por esto es que su comportamiento se vuelve un poco más adhesivo y se pegotea con los padres; esto es porque psíquicamente recrea la dependencia de la temprana infancia, entonces a veces se comporta un poco como una mosca que, alrededor de los adultos, molesta y critica, pero no porque realmente quiera objetar, sino porque al igual que el niño pequeño todavía no sabe cómo generar por sí mismo la distancia.
Me explico mejor: cuando le decís que la familia va a ir a un lugar, tu hijo adolescente responde "¿Pero ahí vamos a ir?", o bien pide que, en determinado lugar, le comprés algo que tranquilamente podría ir él a comprar. Bueno, el punto es que todavía no lo sabe y por eso lo más importante es que, sin enojarte, se lo propongas. De la misma manera que, respecto de la primera situación, si se da la circunstancia, pienses si acaso puede quedarse –lo que no quiere decir plantearle "Quedate" como un castigo.
El adolescente es alguien que tiene que desarrollar una autonomía, pero lo hace desde la regresión a la más temprana dependencia, por eso a veces puede parecer contradictorio cómo quiere ser grande, pero se comporta como un niño pequeño –mucho más que antes de que la pubertad llegase. Respecto de este punto, paciencia Valeria, que alcance con notar la escisión en juego y tratar de acompañarla de la mejor manera.
Ahora pasemos a un segundo punto, quizá más complejo y que se vincula con un rasgo que define a la adolescencia actual, su sentido reivindicativo –asociado a lo que decís de que tu hijo es desafiante. En esta etapa de la vida, el principal trabajo psíquico que tiene que hacer un joven es emocional, lo que implica un refuerzo compensatorio de su racionalidad. Dicho de otro modo, usa la razón para defenderse.
Expliquemos mejor este último punto con un ejemplo. Le estamos planteando a nuestro hijo que, si uno de sus hermanos se quiere bañar primero porque tiene que ir a un cumple, él va a tener que esperar. Nuestro hijo nos dirá que eso no es justo y, tal vez, incluso agregue: "No tiene lógica". Independientemente de la relación del adolescente con sus hermanos, que es todo un tema aparte –para otra columna–, quiero destacar cómo aquí el adolescente puede volverse un gran razonador, desde un punto de vista abstracto.
Por cierto, quienes somos padres sabemos que la cuestión de ser justos no es tan fácil, así como tampoco las cuestiones pueden resolverse en función de quien "cantó primero", como si esto generase un derecho adquirido. La inteligencia abstracta del adolescente, que, cuando se pone de igual a igual con un adulto, puede ser insoportable, porque es una máquina de dar argumentos, ninguno de los cuales colabora con la fluidez de la circunstancia, esa capacidad de pensar –en realidad– está al servicio de elaborar una prueba muy difícil: aprender a ser uno más entre otros.
Con sus razonamientos exacerbados, el adolescente advierte que ya es hora de pensar por uno mismo, ya no puede dejar que los padres piensen por él, pero su razón no solo es de lo más abstracta, sino que también se encuentra condicionada por el narcisismo propio de la regresión infantil. De ahí que muchas veces pueda parecer "ventajero" o "egoísta". Aquí, por favor, tengamos cuidado para no juzgar de más. Es un proceso normal, que también debe ser acompañado con paciencia.
Ahora bien, ¿qué significa la paciencia? Por supuesto, no significa es falsa comprensión con la que se dice "Qué le vamos a hacer, es adolescente". No, implica sentarse y volver a la conversación como vía de resolver un conflicto. La adolescencia es un momento privilegiado para que hablemos con nuestros hijos en función de las personas adultas que van a ser, en las que se van convertir de a poco. Y no se trata de ser autoritario, incluso cuando a veces no se pueda decir más que "Entiendo que no te guste, pero aquí la autoridad soy yo y decido tomar esta decisión, aunque quizá se revele como equivocada con el tiempo".
Esto nos lleva a un último punto, la cuestión del tiempo. Tan importante, porque como muchas veces digo, la adolescencia es el momento de confiar en las segundas partes; es decir, en que a una escena le va a seguir otra. Entonces, hubo una discusión fuerte, perfecto, no nos quedemos pegados a esa instancia y apostemos a la que vendrá después. De este modo, junto con la paciencia también está la confianza.
Querida Valeria, en estas líneas intenté resumir dos puntos que son muy significativos en el proceso adolescente –uno vinculado a la regresión y el otro al estilo de pensamiento– para que puedas darle un contexto a ciertas situaciones que suelen ser cotidianas. Espero que te sea de utilidad, a vos y los demás lectores.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com
El adolescente es alguien que tiene que desarrollar una autonomía, pero lo hace desde la regresión a la más temprana dependencia, por eso a veces puede parecer contradictorio cómo quiere ser grande, pero se comporta como un niño pequeño –mucho más que antes de que la pubertad llegase.
Con sus razonamientos exacerbados, el adolescente advierte que ya es hora de pensar por uno mismo, ya no puede dejar que los padres piensen por él, pero su razón no solo es de lo más abstracta, sino que también se encuentra condicionada por el narcisismo propio de la regresión infantil.
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