Un año de gobierno habilita el inevitable balance. Empecemos por las paradojas. Una de las crisis económicas más serias y profundas de nuestra historia debe ser resuelta por un gobierno institucionalmente débil y un presidente que supuestamente carece de experiencia política, sus adversarios no vacilan en calificar de "loco" y los amigos de las predicciones aseguraban en enero que el hombre no llegaba a Semana Santa. No fue así. Estamos a fines de diciembre y la sensación de estabilidad es compartida por una mayoría significativa, incluso por opositores que la aceptan a regañadientes. El gobierno de La Libertad Avanza (LLA) llegó al poder prometiendo un ajuste duro, esgrimiendo una motosierra para llevarlo a cabo y asegurando que la íbamos a pasar mal porque no había plata. La "anticampaña" electoral produjo una victoria que no será tan abrumadora como proclaman voceros del oficialismo, pero es efectiva. Había que terminar con la inflación, asegurar un mínimo de estabilidad fiscal y poner punto final a los piquetes y la violencia narco. Lo hicieron. No tanto como lo propagandizan, pero lo hicieron. Se suponía que con semejante ajuste el pueblo se levantaría en armas, sin embargo esas predicciones no se cumplieron y, por el contrario, un sector mayoritario de la sociedad apoya en diferentes tonos y con diferente entusiasmo la gestión del gobierno.
En efecto, salvo las movilizaciones masivas de los universitarios, no se registraron en la calle señales de alarma. Los jefes piqueteros están ocupados en defenderse de las diferentes imputaciones judiciales; los compañeros de la CGT han preferido guardar su belicosidad para mejores coyunturas y por el momento se conforman con que Javier Milei les asegure que sus privilegios corporativos no serán afectados. Es raro lo que pasa. Las mediciones públicas aseguran que la mayoría de la gente admite que vive peor que el año pasado, pero sin embargo muchos de los que soportan estos sinsabores admiten que están dispuestos a consentirlos porque "la dirección es buena". Palabras más, palabras menos, el gobierno libertario se asoma a 2025 con los mejores auspicios. Por lo menos eso es lo que cree y los hechos parecieran confirmar esa creencia.
Está claro que esta suerte de paradojas se han cumplido porque el gobierno y los gobiernos anteriores hicieron lo posible y lo imposible para que así suceda. Crisis de representación, crisis de legitimidad, pónganle el nombre que quieran, pero lo cierto es que a fines de 2023 la consigna del año 2000, "que se vayan todos", se tradujo en el voto a Milei. Y no solo se tradujo, sino que la traducción parece que se lee bien. También está claro que LLA a paso redoblado entre otras cosas porque por diferentes razones al frente no tiene a nadie que le haga sombra. Por lo menos por ahora no lo tiene. La consigna "contra la casta" no sé si será adecuada académicamente pero fue muy efectiva en términos políticos. Como toda consigna se usa y se abusa de ella, admitamos que la palabra no es tan arbitraria. "Casta", puede designar una relación de poder en la India, pero en Occidente refiere a una desviación, a un anquilosamiento de una clase dirigente en el privilegio y la injusticia. De manera intuitiva, emocional, resentida o dolorosa, una franja mayoritaria de la sociedad percibió que esa palabra designaba lo que ellos detestaban.
Casta es esa expresión política corrompida por el poder. ¿Por qué algo parecido no ocurrirá con LLA? Muchos de sus funcionarios hieden a casta; para oponerse a la Ficha Limpia no tuvieron escrúpulos en acordar con el kirchnerismo; el senador Edgardo Kueider será una "invención" de los K, pero está claro que si alguien lo corrompió, ese alguien no salió de las filas K sino del poder político estatal que está controlado por los supuestos cruzados contra la casta; el otro entendimiento con la casta tradicional se llama Ariel Lijo, que es defendido por Milei con argumentos que lo hubieran sonrojado a Sergio Massa y a Aníbal Fernández. Advirtiendo que en estos temas siempre es necesario relativizar, diría que LLA está menos comprometida con la corrupción que otras fuerzas políticas porque su relación con el poder es mucho más reciente. Admito, a continuación, que hasta la fecha a Milei no se le puede imputar que llegó al gobierno para enriquecerse saqueando al Estado, imputación que con absoluta tranquilidad de conciencia podemos hacerle a Néstor y Cristina.
En este contexto, y para contradecir ciertas modas discursivas, digo que Javier Milei hubiera sido elegido presidente con o sin redes sociales. Reconozco las redes sociales, pero no creo que políticamente decidan de manera concluyente. Milei se valió de ellas, pero también recurrieron a ella el propio Massa, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. Y Milei ganó porque existía realmente un contexto social y cultural para que gane, del mismo modo que en 1983 existía un contexto para que gane una personalidad como la de Raúl Alfonsín. Juan Domingo Perón, que algo conocía de estos temas, decía que en 1945 ganó las elecciones con todos los diarios en contra, mientras que en 1955, perdió el poder a pesar de que todos los medios le cantaban loas. No voy a subestimar a los medios de comunicación, pero tampoco los voy a sobreestimar o, en el mejor estilo conspirativo, les voy a otorgar poderes por encima de la propia interacción social. Cada generación ha conocido la irrupción de novedades tecnológicas. Los diarios, después la radio, luego los canales de televisión, en las últimas décadas las radios FM y los canales de cable hasta llegar al Internet. Todos produjeron cambios, pero en lo fundamental el poder de decisión en una sociedad democrática residió y reside en la propia sociedad. Los medios impulsan para arriba lo que está creciendo, o sepultan lo que ya viene en caída libre.
Por supuesto que el cuarto poder existe. Pero a su condición de poder hay que añadirle que en las sociedades abiertas ese poder es plural. Yo elijo escuchar una radio oficialista u opositora; leer Página 12 o Clarín. Y además, elijo creerles. También es una verdad sabida por todos que al poder le molesta que lo critiquen, como le molesta que lo controlen. A una gran mayoría le gustaría gobernar sin jueces y sin diarios y periodistas que ventilen sus chanchullos. Les gustaría, pero no pueden. LLA se perfila a través de su líder como un político al que le irrita toda crítica. En ese punto, sus semejanzas con Cristina son notables, tal vez porque en estos temas, a derecha o a izquierda, el populismo siempre es el mismo. Los Kirchner convocaron a sus jaurías a escupir fotos de periodistas; Milei los insulta con las peores palabras. Queda claro que esa belicosidad no incluye a los periodistas y a los medios que ellos mismos ensobran. Insisto una vez más: no es la prensa, la radio o las redes lo que los molesta; lo que los molesta es que los critiquen y los investiguen. No solo los molesta, los pone furiosos.
En estos días Radio Rivadavia levantó el programa de Marcelo Longobardi. Dijeron que lo echaban (fue así, lo echaron) por sus faltas, cuando hasta los nenitos de las guarderías saben que la falta real que cometió Longobardi fue acusar al gobierno de tendencias autocráticas, imputación que, a juzgar por la respuesta del gobierno, tan equivocada no está. Lo que le sucedió a Longobardi no es diferente a lo que le sucedió a Florencia de la V y a Viviana Canosa. Cada uno en su estilo, oh casualidad, criticaba a Milei. Desde que los medios de comunicación son medios de comunicación, una estrategia del poder es intimidar a empresarios para que no pongan publicidad en medios opositores o intimidar a esos dueños para que callen la voz del periodista molesto. En tiempos de Perón, la única voz radial que se escuchaba en su contra era la de Radio Colonia. Raúl Apold no la podía sobornar o intimidar, pero decidió apretar a los empresarios argentinos que ponían publicidad en la radio uruguaya. A Longobardi lo echaron no porque no medía (mide más que muchos periodistas oficialistas), sino porque molestaba. ¿A cuántos periodistas más estos singularísimos libertarios seguirán echando porque no les gusta lo que dicen?