Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo han pasado las Fiestas Navideñas, tan familiares, tan alegres y festivas? Espero que estupendamente bien. Hoy, en el Centro de la Liturgia de la Palabra de Dios aparece el tema de la Sagrada Familia.
¿Por qué la Iglesia da tanta importancia a la familia? ¿Por qué el papa Francisco permanentemente habla de la familia? Y es así porque: ¿Puede haber otro tema más importante que el futuro de la sociedad?
Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo han pasado las Fiestas Navideñas, tan familiares, tan alegres y festivas? Espero que estupendamente bien. Hoy, en el Centro de la Liturgia de la Palabra de Dios aparece el tema de la Sagrada Familia.
Entonces uno se pregunta: ¿Por qué la Iglesia da tanta importancia a la familia? ¿Por qué el papa Francisco permanentemente habla de la familia? Y es así porque: ¿Puede haber otro tema más importante que el futuro de la sociedad? ¿Puede haber otro tema más importante, que la educación de nuestros hijos, futuros ciudadanos, cristianos y profesionales?
La familia es una de las realidades más hermosas que tenemos. Es el lugar donde uno vuelve siempre con mucha alegría.
Esto me pasa por lo menos a mí. Recorriendo el mundo conocí muchos lugares fantástico, interesantes, pero ninguno tan bello, tan cálido y humano como la familia. La familia puede ser pobre, austera y sencilla, pero sin lugar a dudas es el lugar privilegiado de una verdadera humanización y crecimiento espiritual.
Que bello que en estos días, después de la Navidad, la Iglesia nos sale al encuentro proponiéndonos a la Sagrada Familia como modelo de vida y de familia.
Es verdad que la familia de Belén vivió unas circunstancias históricas y sociales muy distintas de las actuales, pero las virtudes de la Sagrada Familia -las que presenta San Pablo en la carta a los Colosenses- siguen vigentes.
¿Quién puede dudar que la base sobre la que debe apoyarse la vida familiar siguen siendo: la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón y, por encima de todo esto, el amor?
Hoy se cuestionan muchas cosas y hasta se cuestiona la misma composición familiar. Se nos quiere decir que la unión civil entre dos hombres o el matrimonio igualitario son "casi" equivalentes a la familia cristiana.
Pero entonces surgen varias preguntas: ¿Ha cambiado el Plan de Dios? ¿Lo que Dios hizo al comienzo, no vale para siempre? ¿Nosotros, simples creaturas, podemos cambiar el Proyecto de Dios? ¿En serio?
El Libro del Génesis en tal sentido es claro: "(…) Dios creó al hombre, varón y mujer los creó. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y serán una sola carne".
Sin lugar a dudas la familia es una realidad sagrada, es la realidad creada y querida por Dios y su misión es procrear. "Multiplíquense y llenen la tierra", dice el Libro del Génesis. Qué lindo es constatar que nosotros no somos frutos del azar; somos frutos del Amor de Dios.
Dios mismo nos ha soñado y nos ha moldeado como lo hace el alfarero con la arcilla. Y mucho más, el Creador quiso que la vida comenzara en la familia y no en cualquier lugar.
Pero no solo eso. La familia -según la voluntad de Dios- es también la primera educadora tal como nos dice el evangelio de hoy: "Jesús crecía en estatura, en inteligencia y en gracia de Dios". Hace tiempo leí una historia muy importante por su belleza, su enseñanza y profundidad, ahora se las cuento:
"Cuando el papa Juan XXIII cumplía sus cincuenta años de edad, escribió a sus padres una carta llena de sabiduría, diciendo: Queridos Padres, desde que salí de casa he leído muchos libros y he aprendido muchas cosas que ustedes no podían enseñarme. Pero lo poco que aprendí de ustedes en casa es ahora lo más precioso e importante que da sentido a mi vida. De ustedes –dice el Papa Bueno- aprendí a confiar en el Señor, a conservar la paz del corazón, a buscar el lado bueno de la gente y de las cosas, a abordar con paciencia y a hacer el bien a todos y nunca el mal (…)".
Muchos podríamos escribir lo mismo y agradecer hoy. Ahora bien, si hemos recibido cosas tan preciosas en nuestras familias, tenemos también la responsabilidad, incluso obligación de defender a la familia, defender a los padres para que puedan cumplir con la vocación que Dios mismo les había encomendado.
Nadie puede reemplazar a los padres en su bella misión. Nadie puede reemplazarlos ni decidir: ¿Qué tipo de formación quieren ofrecer a sus hijos? La familia, y no el Estado, es la primera educadora. Nunca el Estado puede ponerse por sobre los derechos de los padres como lo procura hacer en muchas oportunidades.
Teniendo en cuenta que la familia en la sociedad actual no siempre es valorada, respetada y cuidada, hoy en esta Fiesta de la Sagrada Familia debemos asumir un compromiso serio de cuidar a las familias, a los niños, de cuidar a los adolescentes y jóvenes que son los tesoros más grandes de la sociedad. Los futuros ciudadanos –mis queridos amigos- no caen del cielo, no aparecen por decreto.
Los futuros ciudadanos, cristianos, profesionales, nacen, crecen y se desarrollan en la familia.
Queridas Familias, mis felicitaciones y que Dios las bendiga.
Hoy celebramos a la Sagrada Familia de Nazaret (*). El Evangelio narra cuando Jesús, de 12 años, al final de la peregrinación anual a Jerusalén, fue perdido por María y José, que lo encontraron más tarde en el Templo discutiendo con los doctores.
El evangelista Lucas revela el estado de ánimo de María, que pregunta a Jesús: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te buscábamos". Jesús le responde: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?"
Es una experiencia casi habitual de una familia que alterna momentos tranquilos con otros dramáticos. Parece la historia de una crisis familiar, una crisis de nuestros días, de un adolescente difícil y de dos padres que no logran comprenderle.
Detengámonos a observar a esta familia. ¿Saben por qué la Familia de Nazaret es un modelo? Porque es una familia que dialoga, que se escucha, que habla. ¡El diálogo es un elemento importante para una familia! Una familia que no se comunica no puede ser una familia feliz.
Es hermoso cuando una madre no empieza con un reproche, sino con una pregunta. María no acusa ni juzga, sino que intenta comprender cómo acoger a este Hijo tan diferente a través de la escucha.
A pesar de este esfuerzo, el Evangelio dice que María y José "no entendieron lo que les decía", lo que demuestra que en la familia es más importante escuchar que entender. Escuchar es dar importancia al otro, reconocer su derecho a existir y a pensar por sí mismo. Los hijos necesitan esto. ¡Piénsenlo bien, ustedes los padres, escuchen, los hijos lo necesitan!
Un momento privilegiado para el diálogo y la escucha en la familia es el momento de la comida. Es bueno estar juntos a la mesa y hablar. Esto puede resolver muchos problemas y, sobre todo, une a las generaciones: los hijos hablando con sus padres, los nietos hablando con sus abuelos.
Nunca permanecer encerrado en sí mismo o, peor aún, con la cabeza en el teléfono móvil. Esto no está bien nunca, nunca. Hablar, escucharse,... ¡Este es el diálogo que hace bien y que hace crecer!
La familia de Jesús, María y José es santa. Sin embargo, hemos visto que ni siquiera los padres de Jesús comprendieron siempre. Podemos reflexionar sobre esto, y no nos sorprendamos si a veces nos sucede en la familia que no nos entendemos. Cuando nos ocurra, preguntémonos: ¿Nos hemos escuchado?
¿Afrontamos los problemas escuchándonos unos a otros o nos encerramos en el mutismo, a veces el resentimiento, el orgullo? ¿Nos tomamos un poco de tiempo para dialogar? Lo que podemos aprender hoy de la Sagrada Familia es la escucha mutua.
(*) Mensaje del papa Francisco. Ángelus. Plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano, domingo 29 de diciembre de 2024.
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