Nos escribe Fernando (27 años, Rosario): "Luciano, estuve en la presentación de Adiós al matrimonio en la Feria del Libro (de Rosario). Te vengo leyendo en El Litoral, pero no te conocía y me gustó mucho escucharte en persona. Sí me quedé pensando en algo, cuando hablaste de la importancia de las parejas estables. ¿Eso es lo mismo que compromiso? La estabilidad, ¿depende de algo que podamos hacer, o es algo que va pasando y se acuerda entre los dos? Como verás, no me quedó muy clara esta idea, por eso quise escribirte, por si podés explicarlo de nuevo."
Querido Fernando, muchas gracias por escribirme al diario. Sé quién sos y te recuerdo, porque –le cuento a los demás– te acercaste después de la presentación y fuiste muy amable con tus palabras. Me dijiste que luego me escribirías y aquí estamos, conversando, con la pregunta que no te animaste a hacer en público.
¿Por qué a veces ocurre que quienes tienen inquietudes verdaderamente interesantes vacilan en levantar la mano y hablar? Es algo que entiendo perfectamente; entre mis alumnos es muy común que los más interesados sean los que siempre temen preguntar una tontería.
Ese temor, Fernando, es una de las formas del deseo. A veces nos inhibimos, por miedo o vergüenza, porque estamos implicados personalmente en lo que queremos saber; es decir, nuestra consulta no es una mera cuestión intelectual, sino que el deseo ahí mete la cola con el disfraz de la curiosidad.
Ojalá nos animáramos a ser más tontos, a recuperar esa ingenuidad de no saber lo que parece obvio y que no entendemos porque todavía nos falta vivir un poco más. Recuerdo que en la Feria hablé un poco de cómo hoy creemos que sabemos todo, o sentimos que tenemos que estar en la pose de quienes saben, nunca mostrarnos en falta, aparentando inteligencia; esto es cosa de necios. Prefiero ser tonto a un necio.
La tontería no es tampoco la estupidez. Esta última –como alguna vez dijo el escritor Gustave Flaubert– es la prisa por concluir. Cierto derecho a la tontería, en cambio, es lo que nos permite no dar por nada evidente, quizá volver a preguntar: ¿Por qué? Los tontos no son ningunos tontos, ¿te diste cuenta de que esta palabra es la que se usa cuando alguien quiere sacarse de encima al otro porque lo incomoda? Acaso, ¿sos tonto que no entendés? Con esta pregunta es que quien se siente incomodado muestra los límites de su propia capacidad para entender (o explicar) lo que supuestamente sabe.
Entonces, reivindico cierta tontería, como un modo de plantear que no tenemos por qué saberlo todo; mucho menos aquellas cosas en las que se nos juega un deseo y que convendría más conocer a través de la experiencia. Fernando, decís que una idea no te quedó "muy clara" y está muy bien, porque ¡no es clara en absoluto! Voy a tratar de decir algunas cosas más, que tal vez colaboren con tu inquietud, pero desde ya que no quisiera responder a tu pregunta como si se trata de dar una última palabra.
Por un lado, es cierto que hablé en la Feria de la importancia de las parejas estables. Te confieso que lo hice con ánimo de polemizar. Como en el auditorio había tanta gente joven, imaginé que les interesaría que hablase del poliamor y nuevas formas de vincularse; pero soy mal llevado para hacer lo que me piden. Entonces, les hablé de la pareja estable y casi hice una defensa de la monogamia. Fue divertido. Cuando se tiene la oportunidad de hablar con un público, guiarse por los rostros es muy importante; si a mí no me da miedo hablar con tantas personas frente a mí, mirándome, es porque más bien pienso que yo los miro a ustedes.
¿Por qué hice una especie de elogio de la pareja estable? Porque la estabilidad de pareja no depende de la formalidad o la duración, sino del compromiso de crecer con el otro. En este punto, puedo decir que sí, que estabilidad y compromiso van de la mano; pero ¿por qué hice hincapié en que una pareja estable es necesaria? Por dos motivos.
Por un lado, porque la pareja estable es la que tiene suficiente profundidad como para cambiarnos la vida. Si lo pensamos un poco, ni un trabajo, ni la realización de otros deseos, tienen la suficiente fuerza como para sacarnos de nosotros mismos y transformarnos en otros. Puede ser que un trabajo o vínculos con menor grado de reciprocidad sean importantes para nuestra seguridad emocional, o para el sentido de nuestra identidad (para ser quienes somos), pero solo en una relación afectiva profunda es que nuestra manera de amar se modificará y ya no seremos los mismos después de ese encuentro.
Por otro lado, porque si no buscamos una pareja estable no es que no estaremos en ninguna, sino que la que tendremos será con nuestros padres. La dificultad de algunas personas para tener vínculos estables –de entrega amorosa, aunque después de un tiempo no continúen; porque si algo no hay en el amor son garantías– se relaciona con la continuidad en su vida adulta de las más tempranas expectativas infantiles. Dicho de otra manera, lo interesante de una pareja que sea estable es que esa estabilidad no se relaciona tanto con una cuestión de exclusividad sexual, sino con el modo en que alguien está abierto a que su compañero/a pueda desterrar la matriz vincular de su infancia. Por ejemplo, hay personas a las que les cuesta mucho llegar a tener una pareja estable porque rápidamente el vínculo queda invadido por ansiedades infantiles (la más típica, que la ausencia del otro sea vivida como abandono) que dificultan la estabilidad.
Con respecto a la segunda parte de tu consulta, Fernando, puedo responderte de manera más escueta, porque me parece que lo anterior ya hizo la mitad del trabajo. Creo que si hay un tipo de acuerdo fundamental en el marco de una relación afectiva; si hay un pacto que no hay que olvidar, es el de cuidar el vínculo de las ansiedades que caen en la atribución de una intencionalidad al otro. Nunca sabemos bien por qué el otro hace lo que hace, quizá ni el otro lo sabe del todo, por eso no tenemos ningún derecho a suponer una causa oculta en sus actos por fuera del diálogo.
Dichas estas palabras, querido Fernando, puede decirte algo que parece obvio, pero es tan difícil de entender, asumir y aceptar, a menos que uno se comprometa con la experiencia: una pareja estable es la que puede conversar, incluso para plantear un conflicto, una crisis o una eventual separación. Lo más estable de una pareja es el diálogo, cuando la palabra tiene vigencia y es capaz de construir confianza.
Ahora sí, me despido y te digo: muchas gracias por venir a la Feria y, nuevamente, fue un placer conocernos.