Quien atravesó un desierto busca un jardín. Tal vez sea un conjuro a antiguas memorias de la sed. En Marruecos hay jardines fabulosos (porque encierran fábulas y esplendores a la vez). Se podría pensar en los Jardines de Donabo de Tánger, en los Jardines Majorelle de Marraquech, en el Valle de los Pájaros de Agadir, en el Parque de La Liga Árabe (Parque Yasmina), en el Jardín de los Udayas de Rabat (llamado también Jardín Andaluz) o en el Jardín Yenán Sbil, el jardín imperial de Fez. La lista es incompleta, hay muchos más y también fabulosos, pero la enumeración quiere evocar una escena que puede acontecer en cualquiera de estos lugares: la complicidad del mundo vegetal, el ruido del agua que recorre los canales de riego y la fuente central. Cae la tarde y alguien lee unas casidas, esos antiguos poemas árabes que son otro jardín, pero hecho de palabras.
Jardines de Donabo, la naturaleza marroquí en su esplendor. Gentileza
El arte de los jardines y de la escritura marroquíes llegaron hasta España donde el rumor del agua se une al de la escritura de poemas en diversos lugares de la Alhambra y juntos recorren esos jardines que salieron del impulso de sed que se fraguó en el desierto. Los primeros poetas árabes del silgo VI recitaban sus poemas en los jardines. También el jardín fue el lugar donde se juntaban los filósofos del placer. Y en el centro de esta tradición de jardines hay un punto secreto que es la memoria de la arena. La poesía clásica árabe imaginó la belleza como una rama verde erguida encima de las caderas de una duna. Esta metáfora se encuentra en varias casidas. El jardín o la posibilidad del jardín que brota en la aridez. Y, andando los tiempos, floreció, con sus secretos, el jardín que invocaban los poetas. Roberto Arlt escribió en su obra de teatro África, inspirada en su viaje a Marruecos de 1935, que algo olía "a misterio como un jardín en la noche".
En un banco bajo las enredaderas cultivadas del jardín podemos olvidar todo el peso del presente para ser solo seres físicos y olfativos por unos instantes. Después regresa la palabra renovada. Y gracias a que la palabra también floreció en el jardín, Umberto Eco pudo escribir el título de su gran novela "El nombre de rosa". Al final de este libro, en su ultima frase, cita la expresión latina que se relaciona con el título: "Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus" (de la rosa primigenia, de otro tiempo, solo nos queda el nombre). Pero también de la rosa nueva, de esa que acaba de florecer y que no morirá porque siempre vendrán los poetas antiguos a resucitarla.
En el cuento "La busca de Averroes", de Jorge Luis Borges, hay una conversación en un jardín de Córdoba -la otra Córdoba- sobre rosas y poesía árabe con el viajero Abulcásim Al-Asharí, que acaba de regresar de Marruecos y con el alcoranista Farach: "El diálogo, en la casa de Farach, pasó de las incomparables virtudes del gobernador a las de su hermano el emir; después, en el jardín, hablaron de rosas. Abulcásim, que no las había mirado, juró que no había rosas como las rosas que decoran los cármenes andaluces. Farach no se dejó sobornar; observó que el docto Ibn Qutaiba describe una excelente variedad de la rosa perpetua, que se da en los jardines de Indostán y cuyos pétalos, de un rojo encarnado, presentan caracteres que dicen: No hay otro dios que el Dios, Muhámmad es el Apóstol de Dios. (…) -Me cuesta menos admitir un error en el docto Ibn Qutaiba, o en los copistas, que admitir que la tierra da rosas con la profesión de fe". "Abdalmálik, después de ponderarla (a la poesía de los árabes) motejó de anticuados a los poetas que en Damasco o en Córdoba se aferraban a imágenes pastoriles y a un vocabulario beduino. Dijo que era absurdo que un hombre ante cuyos ojos se dilataba el Guadalquivir celebrara el agua de un pozo". Jardín, filosofía y poesía.
El espesor de las plantas de un jardín abarca toda la cultura. Antes se hablaba de un especialista en plantas como de un botánico. Ahora se habla de un etnobotánico, que además de estudiar las plantas también indaga sus diferentes usos en la cultura. Las metáforas y las plantas. Por ejemplo, en la flor iris tingitana algunos han visto cifrada la belleza de marruecos con sus diferentes tonalidades de azul. Cada jardín reserva sorpresas botánicas y culturales particulares. Yo me quiero detener en un jardín al que le tengo un aprecio particular y que está en Tánger, me refiero a los Jardines de Donabo, un jardín que son muchos jardines por la pluralidad de mundos vegetales que contiene.
En este jardín con vista al mar hay una rosa marroquí, traída desde el valle del Dades. Se trata de la rosa denominada rosa damascena, y es la rosa que exporta Marruecos mayoritariamente a Francia para hacer perfumes, y se usa -según los etnobotánicos- en la cultura marroquí para las bodas, para la cosmética y para la gastronomía. También, en uno de los Jardines de Donabo, hay un tipo de uva que trajeron los fenicios cuando llegaron a esta costa, a lo que se llamaba Mauritania Tingitana. En este punto el jardín entronca con la historia. Y el visitante finalmente se encuentra con una roca-fuente; una roca horadada para que filtre, transcurra y se oiga el agua, ya que el agua es parte del jardín y, además de darle vida, apela a los sentidos: su imagen como espejo y su sonido como murmullo.
La lengua da cuenta de esta pasión por los jardines. En Marruecos hay diversas palabras para referirse al jardín o a los jardines: riad, es el jardín en el patio interior de una casa, el jardín que está rodeado de muros; hadika, significa jardín en árabe clásico; ´arsa, jardín en dariya o árabe marroquí; yennán, el jardín comestible, donde se pueden comer frutas o verduras, que es la misma palabra para paraíso (yenna, paraíso como jardín). El anhelo de convertir la tierra en huertos fértiles a pesar de la falta de lluvias puede permitir reflejar la idea del paraíso en los diseños de los jardines. Pero también podemos imaginar un jardín como un libro, y a ese libro como una casa para habitar y ser habitado. Sentir el jardín como una alfombra y dunia hania (vida serena).