Las penas corporales de hace dos siglos (1815 1822)
Molidos a palos en la plaza
Manuel Ignacio Diez de Andino anotó diariamente cuanto ocurría en Santa Fe entre 1815 y 1822. Un aspecto produce escalofríos: las inhumanas penas corporales aplicadas a desertores y criminales en esa misma plaza que hoy transitamos ajenos a un sufrimiento tan lejano.
Archivo Foto ilustrativa. El Cabildo de Santa Fe y la plaza 25 de Mayo fueron testigos de los castigos que hoy nos repelen. La imagen es del año 1876.
Ya viejo y retirado en su casona, convenientemente ubicada frente a la plaza, Manuel Ignacio Diez de Andino fue anotando diariamente cuanto ocurría en Santa Fe. José Luis Busaniche ordenó esos textos y los publicó con sus comentarios hace noventa años. En ellos aparecen multitud de datos relevantes sobre lo sucedido entre 1815 y 1822, precisamente hace doscientos años, junto a menudencias cotidianas, informes meteorológicos y lo que hoy llamaríamos noticias policiales.
Desde entonces los historiadores hemos hecho uso constante de un material tan valioso. Hay un aspecto que me produjo escalofríos en cada ocasión que he recorrido sus páginas: las inhumanas penas corporales aplicadas a desertores y criminales en esa misma plaza que hoy transitamos ajenos a un sufrimiento tan lejano.
Hay que decir que tales penas, que hoy nos repelen, eran usuales en aquellos años y estaban previstas en los códigos castellanos vigentes, especialmente en las Ordenanzas Militares, ya que en los primeros años de la revolución los jueces debían aplicar todavía las leyes españolas a falta de un derecho patrio apenas embrionario. De cualquier manera, es evidente que no se observaron las disposiciones que abolían la tortura, tanto las que tomara la "Asamblea del Año Trece", de la que participó Santa Fe, como las previstas en el Estatuto provincial de 1819 (artículo 35º).
Archivo El Litoral Plano de la ciudad de Santa Fe en 1824, con todos sus edificios dibujado por Marcos Sastre.
Plano de la ciudad de Santa Fe en 1824, con todos sus edificios dibujado por Marcos Sastre.Foto: Archivo El Litoral
El suplicio de un héroe anónimo
El primer caso que registra Diez de Andino es el de un soldado de los que marchaban al Perú. Habían desertado varios, por lo que el 20 de febrero de 1816 el General Viamonte, que mandaba en Santa Fe ocupada por los porteños, ordenó fusilarlos, pero a uno "le dieron doscientos palos atado a un cañón, el mismo día, en la plaza".
Mención especial merece el registro del 10 de marzo. Se trata de un "viejo" que fue sometido a duros apremios, cuando ya estaban por ser desalojados los porteños de la ciudad. El pobre hombre fue acusado de espiar para los blandengues de Mariano Vera y lo ataron a un cañón donde le dieron "tantos azotes, bofetadas y cabelladas -dice Diez de Andino- como a Jesucristo los judíos, y cansados de castigarlo lo llevaron arrastrando a presentarlo al Teniente de Gobernador D. Juan Francisco Tarragona. Murió en la noche del día".
Quise saber el nombre de este héroe ignorado de nuestra autonomía y revisé los libros de defunciones de la Parroquia de Todos los Santos correspondientes a esos días, pero no logré el resultado esperado.
Soldados ladrones y sublevados
Por ladrones fueron castigados con palos (no dice cuántos) el 17 de agosto de 1819 dos soldados blandengues. Habían robado dinero "en este lado del Monte de los Padres" a un tal "Chuchi".
El 16 de enero de 1820, en plena guerra contra el directorio, hubo un levantamiento de Blandengues que se reunieron en la ciudad para saquear y "robar mujeres". Fueron prendidos 36 de ellos, pero otros se ocultaron en los montes del Salado, dos de los cuales murieron a manos de los indios. Otros se convirtieron en salteadores de caminos, como los cinco que atacaron el bote de Matías Gorostizo que venía de Coronda, los que robaron bueyes por el paso de Santo Tomé o los que despojaron de sus cosas a viajeros, entre ellos los doctores Castro y Serrano.
De estos desertores estaban en capilla el 25 de ese mes de enero, quien los dirigía, un tal Reyes y dos cabos. Cinco fueron duramente castigados en la plaza el 6 de febrero. Recibieron 600 palos cada uno. El mismo día fue prendido un chileno que "hirió en la barriga -salieron las tripas- a un mocito de Josefa Videla", cuenta Diez de Andino. El agredido falleció esa noche y quedaba preso el matador, "estropeado por el comandante Méndez".
De los que recibieron 600 palos, dos murieron en los siguientes días, luego de recibir los sacramentos de parte del Padre Amenábar. Al ver el sacerdote el estado en que habían quedado después del castigo estos blandengues sublevados y desertados no pudo dejar de comentar a Juan José Diez de Andino, hijo del cronista: "el capitán está loco".
Aunque los delitos cometidos por estos soldados eran gravísimos en tiempos de guerra -terminaba de librarse la batalla de Cepeda- el ensañamiento del Comandante Méndez en la aplicación de las penas prevista en las Ordenanzas Militares, era lo que llevaba al cura Amenábar a sospechar de la cordura del gobernador delegado de López.
El 29 de abril se aplicaron 400 palos a varios criminales, entre ellos "al chileno que destripó al mocito de Josefa Videla", al "indio Clemente", otro asesino, y al soldado que había dado muerte al hijo del "Melado", según registro textual del Diario.
Family Search Acta de defunción del soldado Juan Carraga, muerto a consecuencia del castigo de palos recibido. Fuente: Libro de Defunciones 1816 - 1828 - Parroquia de Todos los Santos, Santa Fe.
Acta de defunción del soldado Juan Carraga, muerto a consecuencia del castigo de palos recibido. Fuente: Libro de Defunciones 1816 - 1828 - Parroquia de Todos los Santos, Santa Fe.Foto: Family Search
A los datos aportados por Diez de Andino pueden sumarse otras fuentes. En las Memorias del General Paz, aunque son posteriores al período que aquí nos ocupa, se mencionan castigos corporales aplicados en la Aduana, y los registros parroquiales también anotan las causas de las muertes, por lo que el 16 de febrero de 1820 el padre Amenábar consignaba haber sepultado en el cementerio de la parroquia (antiguo de La Merced) los restos del soldado del cuerpo de Dragones Juan Carraga, cordobés, "que murió de resultas del castigo de palos". Los expedientes penales han de contener abundante información en relación con castigos propinados a civiles.
Mujeres azotadas y rapadas
Diez de Andino también anota algunas noticias llegadas de Paraná. Ejemplos provenientes de allí nos permiten comprobar que las mujeres también eran pasibles de ser castigadas con extrema dureza o sometidas a prácticas humillantes. Anota el cronista el 5 de septiembre de 1820 que habiéndose descubierto el plan de un alzamiento militar para saquear el pueblo, fueron fusilados sus cabecillas y los demás apaleados, menos una mujer llamada "la Parejera" que fue rapada. Peor les fue a dos mujeres que recibieron 500 azotes por complicidad con dos ladrones a los que también se les aplicaron otros tantos "por las asentaderas". Llama la atención que Diez de Andino, cuando especifica que todos fueron sometidos a azotes diga: "ya no dan palos", con lo que estaría informándonos de algún cambio en castigos tan extremos.
Larga vigencia de los castigos corporales
Los castigos físicos continuaron aplicándose por décadas en la Argentina y en casi todas partes, muy especialmente dentro del fuero militar. El "Martín Fierro" da cuenta de estos tratos con los que se sometía a los pobres fortineros, casi todos criollos sometidos a la leva por el poder discrecional de los jueces de campaña: pesadas barras de grillos, estaqueadas, cepos, azotes y colgaduras de los pulgares, eran formas comunes de castigo y sumisión, especialmente a los desertores.
Hay en estas prácticas, de las que los "señores" y oficiales superiores no eran objeto, evidentes fines de dominación explicitados desde el poder en el trato de los cuerpos, y a la vista de los casos que consigna Diez de Andino no es posible dejar de recordar lo dicho por Michel Foucault en "Vigilar y castigar", cuando se refiere a las penas corporales como práctica castrense: "En el ámbito militar es una manera muy explícita de ejercer justicia, muy militar, es una justicia armada, una manifestación de fuerza física. La ceremonia del suplicio pone de manifiesto a la luz del día la relación de fuerzas que da su poder a la ley".
Triste memoria tenemos los argentinos sobre torturas y crímenes contra la humanidad en épocas recientes. Pero aquellas muertes, por la alevosía de los castigos, también despertaron la condena moral, aun cuando encajaran con un marco legal ya anquilosado, como quedó documentado en el referido juicio que mereció al padre Amenábar el ensañamiento irracional del Comandante Méndez.
* Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.
Hay un aspecto que me produjo escalofríos en cada ocasión que he recorrido sus páginas: las inhumanas penas corporales aplicadas a desertores y criminales en esa misma plaza que hoy transitamos ajenos a un sufrimiento tan lejano.
Pesadas barras de grillos, estaqueadas, cepos, azotes y colgaduras de los pulgares, eran formas comunes de castigo y sumisión, especialmente a los desertores.