Hacia los 450 años de la fundación de Santa Fe: El mundo femenino en Santa Fe La Vieja
Hacia los 450 años de la fundación de Santa Fe: El mundo femenino en Santa Fe La Vieja
Miércoles 18.1.2023
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Última actualización 11:39
Sería incorrecto pensar en que el colectivo femenino del primer siglo de Santa Fe hubiera sido homogéneo. Aún tratándose de tiempos coloniales tempranos, la sociedad ya era multiétnica, plurigeneracional y diversa en su conformación socioeconómica. Tenemos dificultades, sin embargo, para caracterizar ese universo con documentos tan frágiles, dispersos y sesgados étnicamente. Trataremos de modelizar ese pequeño mundo según los datos históricos disponibles.
Bastidores, agujas y dedales
Cuando visitamos el Parque arqueológico en el viejo sitio sobre el río San Javier, vimos la "Casa Ambientada", con sus tres sectores: casa principal, lugares domésticos en edificación separada -cocina y proveeduría- y un tercero de huertas y frutales. En la casa principal hay un ambiente con implementos para realizar labores, bordados, costuras y tareas indicativas de lo que "mozas" o "doncellas" harían tanto para confeccionar bienes de uso acordes a la cultura europea, como para, destinar a su recreación y educación. Bastidores, agujas, dedales, relicarios tienen no sólo origen arqueológico, sino que también constan en la documentación: cartas dotales, testamentos, inventarios de la villa santafesina. Es probable que jovencitas indias y africanas también hubieran hecho por entonces sus chuspas y otras manualidades.
Grupalmente, las mujeres del mundo colonial americano solían disponer de sitios en los que se las orientaba en su educación: escuelas de niñas, conventos, beaterios, recogimientos; o bien espacios más acotados destinados a la "corrección" de conductas indeseables, en las que las destinatarias estarían "depositadas" temporariamente, bajo la vigilancia de personas responsables en ámbitos familiares. En aquéllos se reconocen caracteres comunes: se aprendían primeras letras y números, con énfasis en la formación religiosa, actividades manuales y aprendizaje de cuán virtuoso era "guardar clausura"; el requisito mayor era que "tanto devotas como arrepentidas" se sometieran a las reglas. La conducta más estricta era la observada en familias hidalgas. Una doncella tenía que cuidar la honra familiar y no sólo "debía serlo, sino también, parecerlo", por tanto nunca debería ser vista en "la calle", excepto acompañada por miembros de su familia, criados o esclavos. Así, las funciones de las instituciones destinadas a niñas y mujeres eran espirituales pero también disciplinarias.
La "casa de recogimiento"
Siendo Teniente de Gobernador, Hernandarias fundó en 1615 una "Casa de Recogimiento". Las huellas de sus devenires quedaron guardadas en documentación enviada al rey y preservada en el Archivo de Indias (Colección de Gaspar García Viñas, transcripta en apéndice del libro "Hernandarias, el hijo de la tierra", escrito por Raúl Molina en 1948). Se trataba, según sus propósitos, de un lugar de oración y trabajo en el que las dieciocho jóvenes registradas hilaban lana, algodón y tejían sayales, con la enseñanza de un maestro tejedor, Lorenzo Gutiérrez. Uno de los temas mencionados como incentivo era que las jóvenes tejedoras podrían elaborar su dote para "tomar estado matrimonial". Sin duda se trataba de una unidad productiva pero en la que ellas debían pernoctar. Quedaban acompañadas a esos fines por la esposa del maestro.
A poco de funcionar la Casa estallaron conflictos que alertaron a sus familiares. Tal vez por eso, se les prohibiría el retiro quincenal y quedarían encerradas en la Casa. Las doncellas hicieron reiteradamente oír su voz, pero las críticas pudieron vincularse a la gestión de gobierno de Hernandarias y demás miembros de la familia fundadora, y aún a las rispideces entre aquél y el gobernador Martín de Góngora.
Los primeros malestares se suscitaron desde el comienzo mismo de la institución: las mozas fueron llevadas de sus viviendas contra su voluntad y la institución no parecía casa de oración porque no había cura alguno, sólo evidenciaba tratarse de un "obraje de paños". Se juzgaba que carne de vaca y maíz no eran alimentos adecuados, sobre todo por carecer del europeo "pan"; además, las mismas doncellas debían preparar la comida porque "no había indios de servicio". Por otra parte, la tarea se juzgaba demasiado pesada: debían tejer once varas de sayal por día. Se denunció que como consecuencia de esto, Bartolina -hija natural de Pedro de Oliber y tejedora de oficio-, murió a los pocos días de salir de la casa.
Denuncias y cierre
En 1620 el rey pidió por carta al gobernador Góngora que levantara informaciones sobre las quejas que circulaban, cosa que éste ejecutó a través del Capitán Juan de Orduña. De todas las denuncias, las más drásticas fueron las de Francisca Ortiz, quien tenía sólo doce años al iniciarse en la Casa, y dieciocho cuando declaró oficialmente a pedido del gobernador. Según ella, al cerrarse la institución había cinco telas de cien varas cada una. Hernandarias les ofreció ocho a cada moza, pero Francisca rehusó recibirlas –si todas hubieran aceptado el tejido, la suma daría ciento cuarenta y cuatro varas de un total de quinientas: se ponía en duda el destino del resto. Francisca también declaró haberse escapado tres veces ya que le resultaba duro el trabajo por ser "muy muchacha". Tras cada huida era buscada y azotada; una de las veces intervino Juan de Garay "el mozo", hermano de Jerónima quien ordenó a un par de africanos que la sujetaran en el piso y un indio la azotara, para luego echarle salmuera en las heridas. Francisca expresó que Hernandarias, su esposa, cuñado e hija -Isabel de Becerra y Saavedra- o sea toda la familia fundadora, eran responsables de lo sucedido en la institución. La última vez "le echaron grillos" y tuvo que trabajar tres meses con ellos puestos, hasta que María Cabrera, una mujer que entró a trabajar a la casa pidió que se los quitaran.
La mayoría fueron coincidentes, pero en el plano religioso algunos hechos podrían verse como atenuantes: si bien no había sacerdote, la esposa del maestro llevaba las mozas a San Francisco a confesarse, y además los padres jesuitas asistían a la casa a enseñar el catecismo. Por otro lado, el maestro les hacía rezar las cuatro oraciones antes de ir a dormir.
¿Qué otros parámetros tenemos entonces para caracterizar este pequeño mundo femenino? Las dieciocho doncellas tenían diversa extracción. Según sus orígenes, las había hidalgas, hijas naturales, huérfanas y adoptadas, pero todas con una formación familiar detrás. Sólo una declaración fue dispar al juzgar la corrección de conductas: Catalina de Mansilla (cuya hija recogida María Gutiérrez estaba en la casa) expresaba que "tuvo noticias" sobre que la institución era "para mozas perdidas". Si bien no hubo más denuncias sobre el tema, se infiere que las conductas consideradas impropias podían ser motivo de merecer la clausura en una institución como esa, donde la oración era la actividad predominante, pero no pareciera ser éste el caso que nos ocupa cuando el trabajo superaba en horas a la oración. Hemos visto que un destino para niñas y jóvenes era el matrimonio, por eso "tomar estado" constituía un estímulo a recomendar. Mientras el matrimonio no sucediera, se apelaba a la disciplina de la clausura.
Sobre la persona de Hernandarias y su familia las jóvenes, sin temor, hicieron oír su voz como actores sociales plenos, exponiendo valores, imaginarios y conductas -deseables o rechazadas- de los tiempos tempranos de la villa santafesina.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y desde el Centro de Estudios Hispanoamericanos.