"Que caras más sonrientes hay en el cartel; ríen de todas las cosas que nos van a hacer". Las Pelotas
"Que caras más sonrientes hay en el cartel; ríen de todas las cosas que nos van a hacer". Las Pelotas
Allá por el año 1983, siendo aún un pre-adolescente de tan solo trece años, era testigo de una de las manifestaciones más conmovedoras que recuerde. Se volvía a la democracia, la población, el ciudadano argentino, siempre golpeado por donde se busque, volvía a poder elegir a sus gobernantes después de muchos años y muchos sinsabores. Todavía la historia reciente dolía, dolía mucho y casi no se sabía de muchas otras cosas que con el correr de los años van a seguir doliendo. Pero en aquellos años, los del nacimiento de la nueva democracia argentina, todo era alegría.
El 83 fue el año en donde se cerraba una nueva etapa en la vida de los argentinos, y otra se abriría, y que aún, cuarenta años después, se sigue sosteniendo. Es el año en que se despega hacia una nueva era y dentro de los valores de la democracia. Pero en mi visión de la realidad de aquellos años, estaba la música, como no. En 1982, el rock argentino comenzó a llamarse rock "nacional", por ejemplo. ¿What?... se preguntará un pibe de 15 años con su mirada clavada en el celular y con auriculares inalámbricos en ambos oídos.
Sí, es así, la música nacional nació en el 82, aunque antes era rock argentino, cambió su nombre por aquel decreto que hizo el gobierno de Galtieri y Cia. (compañía, ejem). Pero, la paradoja es que por aquellos días de la dictadura, mucha de las expresiones de la música, el cine, el teatro, las revistas y todo lo referente a la cultura popular, estaba prohibido o sometido al arbitrio del ente regulador de los contenidos que podían ser "nocivos" para la población. Con el advenimiento de la Guerra de Malvinas todo cambió, si bien este hecho fue el que termina condenando al gobierno de facto, ese detalle con respecto a la música, hizo de lo que es hoy el rock nacional.
Debo aclarar que el rock argentino fue uno de los pioneros del rock cantado en español, aun fuente y referente de la música latinoamericana, con grupos como Los Gatos, Pescado Rabioso, Sui Generis, Pappo´s Blues, Alma y Vida, Manal, Vox Dei, El Reloj, Color Humano, Pastoral, Los Abuelos de la Nada y otras tantas bandas ahora convertidas en culto. Lo que sucedió mientras se libraba la Guerra de Malvinas fue un espaldarazo a la industria musical local por alguien que antes había sido su principal ejecutor y verdugo. Los jóvenes de los años 80, entonces, nos vimos inmersos en una revolución musical que aún perdura hasta nuestros días.
Para mis juveniles oídos, y para mi corto entendimiento de la cosa, aquel año 83, estuvo inundado de música. Los mismos políticos organizaban recitales. Con nombres como "Música por la Paz" "Recital por la Democracia" "Música en libertad" y cosas por el estilo, como así también grandes recitales al aire libre; la llegada de artistas internacionales y también aquellos cantantes que estaban en el exilio, y que volvían con sus nuevas canciones y sus viejas canciones prohibidas. Todo era música, todo era escenario, color, vibración, banderas y cantos. Decantaba del año anterior aquella prohibición de difundir en las emisoras de radio música cantada en inglés, pero también había otro aire, si bien aún se estaba en la transición del traspaso de mando, ese año, para todos, parecía una gran fiesta, la fiesta de la democracia, de la libertad.
Y había música, mucha música. Referencias musicales al nuevo clima se escuchaban por doquier. Raúl Porcheto y Alejandro Lerner creaban sentidas canciones respecto a Malvinas. Porchetto desde el punto de vista de un soldado inglés que se cuestionaba el porqué de la razón de encontrarse en una tierra tan lejana y extraña. Lerner sacando su exitoso disco "Todo a pulmón", donde incluía su tema con redoble de tambores y una acongojada letra en "La isla de la buena memoria". Y el propio Porchetto se juntaba con León Gieco a cantarle a la juventud "Che pibe, vení votá"
No puedo evitar sentir la música que me lleva a esos años y a pensar -porque en mi caso las siento unidas- que la democracia es sinónimo de alegría. Con mis ojos de adolescente deseaba con fervor infantil tener la edad suficiente para poder ingresar al cuarto oscuro, el que íntimamente era algo así como "el oscuro objeto del deseo", y emitir mi voto. Me dejaba llevar por esos aires renovados, por esas charlas de sobremesa, llenas de política, de ilusiones, de esperanzas renovadas.
Viniendo de familias partidas (pero unidas) ideológicamente -una parte radical y otra peronista- en perspectiva y con la lucidez que los años dan, junto con las experiencias vividas, el haber sido testigo de los grandes cambios que se fueron sucediendo en estos cuarenta años siento cierto orgullo y de algún modo también me siento un privilegiado, por haber estado en el momento en el que ocurrieron determinadas cosas.
En ese preciado año, donde mi cuerpo iba cambiando, también comenzaba a cambiar la Argentina. Daba comienzo la democracia y los argentinos llevaban en sus rostros y en sus cuerpos la alegría de saber que por primera vez en mucho tiempo iban a ser parte de la historia. Desde aquel 30 de octubre del 83, con casi cuarenta años de democracia consecutiva –algo que nunca antes en la historia argentina se había dado- las cosas, si bien siguen siendo casi iguales, han cambiado.
Los adultos menores a 40 años viven en este estado de gracia y libertad, y aun con la capacidad de decidir los destinos de la república. Si bien hay apellidos y políticos que siguen estando vigentes y que vivieron las dos realidades, también se está viendo la renovación, la juventud que puebla los escalafones políticos y que ya son hijos directos de la democracia argentina. Democracia que aún es joven, por lo tanto, está en permanente desarrollo; con errores; con omisiones, con borrones y nuevas cuentas, aún poseemos el poder de cambiar, de reformar, de barajar y volver a dar, porque de eso se trata.
Seguimos aprendiendo de la prueba y del error, seguimos surcados por la maldita grieta que divide el sentimiento de unión y que nos nubla la razón y la posibilidad de ver más allá, a sabiendas de que estamos todos en el mismo barco. Nos seguiremos equivocando, vamos a ilusionarnos y a desilusionarnos, quizás nos arrepentiremos y nos enojaremos, pero nunca tendremos que bajar los brazos y seguir edificando el futuro nuestro y de nuestros hijos, porque es ahí donde tenemos que trabajar: en intentar sacarles la desidia y enseñarles a involucrarse desde la historia, esa que está plagada de sacrificios y sangre por aquellos que dieron su vida por el ideal de una Argentina grande. Y, ya lejos de la política y la politiquería, vayamos a ejercer nuestro derecho y nuestro deber con alegría, con música en el cuerpo…
Porque de eso se trata, de tener esperanza, de volver a empezar o de seguir recorriendo el camino en movimiento. Después de todo, eso es la democracia. Y demos gracias de seguir teniéndola.