De cada diez bebés que nacen en Argentina, dos o tres lo hacen por cesárea, pero de esto hace unos años. Hoy, es probable que este cálculo se quede corto porque cada vez se hacen más cesáreas, aquí y más allá. Y tanto aquí como más allá, la cesárea ha pasado de ser un recurso desesperado a ser una opción que algunos comienzan a ver como un derecho.
La cesárea no es una novedad. Los antiguos egipcios la dejaron documentada, por tanto la practicaban. Y también los antiguos romanos. Se dice que Julio César, emperador romano, nació por cesárea, y que a él se le debe la ley cesárea, que obligaba a extraer el bebé del vientre de toda madre que moría durante un trabajo de parto imposible, o que estaba a punto de hacerlo.
Mucho hemos avanzado desde entonces. Y si la cesárea es hoy lo que es, fue porque el objetivo era salvar al bebé, aún a costa de la madre, y sin consultar a la madre. Pero supongo que aquella madre sabía, lo sabría por otros casos similares, que si su parto no progresaba y ella dejaba la vida en el intento, sabía que al menos su bebé tendría alguna oportunidad de sobrevivir, y podía entonces entregarse con un cierto consuelo.
Hasta el 1700, la cesárea era un procedimiento desesperado y sin ninguna perspectiva de éxito, al menos para la madre. O bien era el recurso para extraer el bebé de un vientre ya muerto y poder darles sepultura por separado, tal como mandaba la norma. Hubo una época, en efecto, que cuando el parto no progresaba y se quedaba encallado, nada más que esto podía hacerse.
Antes de darlos por perdidos, y en vistas de una situación que ya no tenía salida, cabía preguntar a quién de los dos intentarían salvar, si a la madre o al bebé. No era pregunta que le harían a la madre, que en ese momento estaba en situación crítica, sino tal vez al padre. Al parecer, la respuesta habitual era que había que salvar el bebé, puesto que la vida del infante valía más que la vida de la mujer que lo había gestado. Entonces se procedía de inmediato con una cesárea que terminaba con el sufrimiento, y con la vida de la madre, pero esto no era una garantía de extraer de ella un bebé que aún tuviera posibilidades de sobrevivir.
Pero si la respuesta era salvar a la madre, tal como fue haciéndose más frecuente con el paso del tiempo, el procedimiento terminaba de inmediato con la vida, con la integridad del bebé que estaba allí, a punto de nacer pero sin poder salir. Pero tampoco había garantías de salvar a la madre, puesto que era alta la probabilidad de morir por hemorragia o infección.
Aunque el pronóstico para la madre y para su bebé eran oscuros, casi inexorables, la historia de la medicina recoge casos en que al parecer hubo éxito, más para los bebés que para sus madres, aunque aquí debe haber una parte de leyenda.
Un caso que está bien documentado, archivado y que en su momento fue publicado para conocimiento de toda la comunidad médica, es el de una joven inglesa de nombre Matilda, de 20 años de edad, en 1858. Tenía una importante discapacidad tanto física como psíquica, y esto obligaba a pensar que un parto normal sería imposible, y que por tanto la única opción era una cesárea para intentar salvar a quien se pudiera salvar. A diferencia de las otras cesáreas, desesperadas, esta se hizo sin esperar al último momento. Sobrevivieron los dos, la madre y el niño. El caso fue notorio y abría las puertas de la esperanza.
Un caso similar se presentó unos años más tarde en un hospital de Londres. La madre también tenía una grave discapacidad física. En un principio se pensó en salvar la madre a costa del hijo, pero luego se decidieron por una cesárea. Sobrevivieron los dos a la operación, pero ambos murieron unos días después.
Es probable que en los archivos de los hospitales argentinos haya casos como éstos, algunos con éxito notorio, otros no tanto. Son parte de nuestra historia, y conviene saber qué pasó para valorar con más acierto lo que pasa ahora. Y es necesario que los hospitales y las universidades tengan para esto suficiente presupuesto porque, en caso contrario, por un puñado de monedas, además de la salud y el conocimiento del presente, nos quitarán el pasado, es decir, lo que fuimos, luego lo que somos.
Cesáreas y equidad
Cada vez se hacen más cesáreas en todo el mundo, hasta el punto que en 2018 la comunidad médica lanzó un grito de alerta por lo que ya consideraban una epidemia de cesáreas. No se puede juzgar aquí si hay razones médicas que justifiquen que haya cada vez más cesáreas a costa de cada vez menos partos por vía natural, pero es fácil concordar en que tales razones resultan como mínimo sospechosas. Ciertas cifras pueden fundamentar esta sospecha. Según cifras oficiales, en Argentina, en 2011, nacía por cesárea el 29% de todos los bebés. En Brasil, en cambio, también según cifras oficiales, en 2017, más de la mitad de los bebés nacieron por cesárea (56%). Es decir, casi el doble de cesáreas. Cuesta entender que haya suficientes razones médicas como para justificar esta diferencia.
Para tratar de entender a qué se debe tanta diferencia, tal vez sea útil recordar que tanto el acceso a la facultad de medicina como el sistema de salud del país vecino son muy diferentes de los equivalentes argentinos. Por lo tanto, el tipo de acceso a la universidad tiene implicaciones decisivas en la salud de la población, tanto como las tiene el sistema de salud. Entonces, entorpecer el acceso universitario y dificultar la labor de los hospitales universitarios con la excusa pueril del presupuesto implica obtener peores niveles de salud para el conjunto de la población.
Aún en las mejores manos, la cesárea no está libre de complicaciones. Es un procedimiento más caro y que requiere más tiempo. Consume más recursos y necesita más personal, y personal más cualificado. Considerando que los recursos, incluso los recursos humanos, tienen límites, hoy estrechos, y que no estamos lejos de esos límites, la cesárea que carece de justificación médica es hoy una operación que queda en entredicho pues consume de lo poco que hay. Y esto es en particular urticante en los países no del todo desarrollados, donde también aumenta el número de nacimientos por cesárea a costa de los partos por vía natural.
Es en ciertos círculos donde se habla del derecho a la cesárea, es decir, de la opción que tendría una embarazada para elegir el día y la hora para tener su bebé. Esta es una realidad conocida, y próxima, pero harto cuestionable. Sobre este derecho, o supuesto derecho, unos dirían que es la legítima libertad de elegir más allá del contexto e incluso de la realidad, mientras que otros, con mirada más amplia, universal, afirman que no sería otra cosa que la onda de egoísmo, poca solidaridad e hipocresía que hoy sacude al mundo. Es precisamente el sufrimiento, las lágrimas que otros derramaron, y derraman aún hoy, lo que nos tiene que hacer pensar cuánto vale tener un médico y una enfermera al alcance de la mano, y disponibles, y cuánto vale tener un sistema sanitario que, aún imperfecto y en peligro, llega a todos los argentinos. Porque en otros países no es así.
Más información en: "Caesarean section: the history of a controversial operation" (The Lancet: 25/05/2024) y "Trends and projections of caesarean section rates: global and regional estimates" (BMJ Global Health, 2021).