En una anterior entrega sobre este tema, publicada por El Litoral el 5 de julio de 2023, dábamos cuenta de lo expuesto por Víctor Massuh respecto a la valoración, a la que "se le ha quitado sus aspectos esenciales para que sea posible: la distinción entre los opuestos y la disposición jerárquica de las elecciones". De ese modo, se deja de valorar para dar lugar a simples descripciones o clasificaciones, quedando todo limitado a un listado de cosas, de conductas o de lo que sea.
Si no existe un principio o una norma, expuso Massuh, todas las conductas tendrán la misma legitimidad, la misma validez. A su vez, el filósofo argentino destacó que cuando se considera que todas las elecciones son valiosas, se está significando que ninguna vale, de manera tal que no podremos distinguir un acto valeroso de uno cobarde, a la verdad de la mentira o la lealtad de la traición.
Con este comportamiento el hombre deja que su realidad y la de quienes lo rodean, sea como ese cuerpo de volumen constante que es lo líquido, en donde las vidas se adaptan y adoptan la forma de los moldes sociales que los contienen. Moldes que al poco tiempo devienen anticuados e inapropiados a las necesidades, su obsolescencia es inmediata. Además, como todo líquido que tiende siempre a ponerse a nivel, se tornan las personas ansiosas en parecerse, quedando uniformes y niveladas vitalmente.
Panorama dramático que se profundiza ni bien se empieza a observar que la nivelación es con tendencia "hacia lo bajo". Efectivamente, hay una "igualación por lo bajo" tal como lo demostró Massuh en su crítica al nihilismo que resulta aplicable al presente diagnóstico. Al no distinguirse lo singular, las cualidades, al no aceptar ninguna diferenciación, volviéndose en una negativa sistemática a todo ello, con la paradoja que, al final, expresó el filósofo, se confunde con la disposición para el asentimiento a todo, a cualquier cosa banal, pretendiéndose que lo general (no lo singular, ni lo virtuoso, sino una comodidad por lo masivo) se torne norma. Incluso, luego, se acusa a aquello distinto, excelente, como formas inauténticas que encubren intereses, elitismo o voluntad de dominación.
En fin, lo valioso termina confundido, mezclado en la cantidad, en la masificación. Imposible no evocar, en ese sentido, la conocida letra del tango "Cambalache" escrito en la década del treinta por Enrique Santos Discépolo, en donde describe la realidad en que vivía como la "vidriera irrespetuosa de los cambalaches" en donde "se ha mezclao la vida".
Discepolín mostraba que igual que en esas tiendas de objetos usados, los "cambalaches", donde se encontraban productos de los más dispares y mezclados caóticamente, en nuestro entorno todo estaba dispuesto de ese mismo modo: "igualao". Ante este estado de situación hay que oponer resistencia, el hombre debe reaccionar, rebelarse. Está claro que la realidad posee la complejidad que se ha descripto y con ella debemos contar y salir a afrontar cada día, pero esas aristas hostiles no pueden ser un justificativo para renunciar a la voluntad de alcanzar diferentes órdenes que den a la vida un sentido moral.
La pérdida de la valoración, o quizás siendo más preciso, la vergüenza y el paulatino descuido por la tarea estimativa, en ese frecuente consentimiento de silenciar el juicio de valor en cada vez más ocasiones y ámbitos, no llega al punto de desaparecer sino que sigue vivo dentro del hombre porque lo constituye como tal. Como recitó el poeta, "es el mejor de los buenos/ quien sabe que en esta vida/ todo es cuestión de medida:/ un poco más, algo menos" (Antonio Machado). Es que el hombre tiene una "conciencia del valor" y ante cualquier cosa no se limita a aprehender su constitución real, lo que es o no es, sino que también va más allá, halla en ella "un raro, sutil carácter en vista del cual nos parece valioso o despreciable" (Ortega y Gasset).
La complejidad de los tiempos actuales no debiera provocar la mimetización con sus cualidades, sino que –justamente lo contrario- cuando las circunstancias presionan se requiere de una voluntad firme, dispuesta a ordenar, a llevar calma y tranquilidad cuando todo se acelera y confunde, o contención y mesura si los excesos abundan, o estabilidad y certidumbre frente a los vaivenes constantes. En eso consiste la cultura, como enseñó el mencionado sociólogo polaco, en hacer que las cosas y los acontecimientos sean diferentes de lo que serían, darles y mantenerlo en una forma artificial.
Concretamente, expresó Zygmunt Bauman, la cultura introduce y mantiene un orden y, a su vez, combate todo lo que se le aparte. La dificultad de poseer un orden obedece a que no hemos construido una cultura que nos lo provea. Desentendida de lo que se necesita, no ha puesto a disposición una estructura, un delineamiento del mundo, sus coordenadas.
El orden sólo nacerá del hombre hacia la realidad con una finalidad determinada. Un orden bajo la órbita de valores. Dejamos a un lado la discusión de si constitutivamente la realidad se explica bajo la idea de orden o caos. Esencialmente hay que aceptar que necesitamos vivir con una cierta estructura a fin de dar lugar –al despreocuparnos gracias a los beneficios del orden- a lo trascendente en nuestra vida. Salir sosegados hacia lo que importa, tal vez al encuentro del amor, que "remoza con su milagro la vida diaria y del espléndido desorden que introduce en la rutina se derivan enseñanzas" (Santiago Kovadloff).
Ubicados ahora en el plano de lo trascendente, sea el amor, la amistad, el arte, la literatura, la filosofía, la música o lo que fuera en donde reina lo espiritual, el desorden deja de ser una preocupación como lo evidencia el poeta francés Paul Valéry: "El espíritu va, en su trabajo, de su desorden a su orden. Es importante que conserve hasta el final los recursos del desorden y que el orden que ha comenzado a darse no le atrape tanto, ni se le convierta en un maestro tan rígido, que no pueda cambiarlo y utilizar su libertad inicial".
Será, en definitiva, un quehacer ineludible concebir y construir órdenes frente a la inestable realidad, para que una vez instalados en ellos, brindar nuestra atención a los finos goces que el espíritu y el alma quieran ofrecernos, ya que no habrá que lidiar con la incertidumbre y el desorden en los otros planos y aspectos de la vida.
(*) Abogado. Actualmente es Relator Letrado de Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.