Las circunstancias en que nos hallamos, los problemas que enfrentamos a cada paso, en fin, el derrotero de la vida actual, evidencia una realidad que tiene la impronta de lo inestable, efímero, lábil, al punto de ser descripta desde hace un tiempo por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman bajo la idea de la liquidez. No es de extrañar, entonces, que las situaciones se desborden y comiencen a enrarecerse, hasta alcanzar un estado de confusión y mezcla que culmine inexorablemente en desorden e incertidumbre.
Frente a los fuertes vientos que ajetrean las aguas de cada vida en su cotidianeidad, ya sea en la casa, en los establecimientos educativos o el trabajo, como también –pasando a otro nivel- en la organización social y política, agitada igualmente por constantes mareas, no hay contención que evite el derrame y culmine en desconcierto y caos. Sentimos que muchas cosas, demasiadas circunstancias, se encuentran fuera de quicio. Incluso el asunto empeora aún más porque suele haber un convencimiento de que no existen criterios ordenadores, ni tampoco se cree que sean necesarios tenerlos.
Pensar y justificar el orden, entonces, deviene urgente, a fin de revertir el deterioro existente en los modos de vida y la convivencia, especialmente, en la sociedad argentina que presenta evidentes síntomas de decadencia al respecto. En ese camino, hay que retrotraernos hasta los griegos, puntualmente en Aristóteles, quien vio el orden –como enseñó Ferrater Mora- en sentido ontológico y no como un simple arreglo espacial de las partes entre sí de una cosa. En la Edad Media, también se mantuvo ese sentido del término "ordo" en Santo Tomás, aunque la noción adquirió mayor complejidad.
Pero lo que interesa resaltar, como lo explicó aquel filósofo español, en los clásicos la relación de las partes respecto a un espacio está vinculada e, incluso, subordinada a la relación con la clase a la que pertenecen las partes y, luego, con respecto a la idea. Esa relación de lo que hay que ordenar con su idea es fundamental. A partir de la época moderna se ha evitado la relación con la idea o con un principio, y quedó circunscripto, esencialmente, a que el orden aluda a la relación de las realidades entre sí, sin que haya –aclaró Ferrater Mora- una jerarquización.
Es aquí donde se produjo la herida que ha quedado abierta hasta nuestros días, ampliándose poco a poco con el devenir del tiempo sin perspectivas de que sea suturada. Hemos arribado a un orden vacío de sentido. Un orden sin una idea o un principio, desprovisto de un propósito o una finalidad.
Igualmente, debe quedar en claro que ha sido una preocupación para la modernidad el orden, luchar contra la contingencia y ambivalencia, y que el hombre lo construya deliberadamente, pero tal promesa quedó incumplida y derivó esa frustración en la perspectiva posmoderna o modernidad líquida (Bauman), en donde el desorden es lo evidente y pareciera inevitable. La modernidad, explicó Santiago Kovadloff, tuvo sus fervores a los que se opuso el posmodernismo decretando su inconsistencia. Con suma claridad -describió el filósofo- que ante su pretensión de unidad la posmodernidad le mostró que había dispersión, frente al absoluto le señaló el auge ingobernable de lo relativo y a la prédica de las jerarquías morales de la modernidad le opuso la horizontalidad de los hechos múltiples, contradictorios, equivalentes.
Vigente esa visión posmoderna, en consecuencia, no resulta raro advertir que sean escasas o prácticamente inexistentes las ideas, las reglas y los principios que se admiten con validez para valorar y jerarquizar los diferentes aspectos de la vida. Al estar deslegitimada la capacidad de valoración, quedó abandonada con destino de pieza para museo bajo el rótulo de pretensión de moralización opresiva o algo parecido.
La carencia, la liviandad y el relativismo con relación a los valores, es la atmósfera inevitable en donde respiramos y nos toca desenvolvernos. Y, siendo que el "sistema de la estimación" individual –tal como describió Julián Marías- se encuentra inmerso y condicionado por el social de cada época, la posibilidad de que cada uno tome consciencia de la problemática y, luego, busque revertirla, no resulta para nada sencilla.
No hay dudas que permitir que la realidad -cuerpo líquido y además constantemente agitado- complique a la vida dejándola desorbitada, obedece a una cultura que auspicia la renuncia en el hombre a proveerse de un orden, de una estructura. Fatal decisión o descuido imperdonable, toda vez que, como advirtió Ortega y Gasset, "vivir es, esencialmente, y antes que toda otra cosa, estructura: una pésima estructura es mejor que ninguna". Evitar la facultad de estimación hasta dejarla obsoleta o, con una expresión de Ortega, abandonar los "puntos cardinales para la existencia", ha sido el fruto de conductas, posturas e ideas corrosivas que fueron imposibilitando –a su vez- la concreción de distintos órdenes.
De a poco la valoración ha sido corroída y así cualquier orden pensado pierde su sentido. Un orden sin un valor deviene en una cáscara vacía que pronto se desvanece en el suelo. El diseño de un orden importa -como lo destacó Bauman- seleccionar, elegir, establecer preferencia y evaluar. Los valores son los que respaldan, nos dice el sociólogo, el orden artificial incorporándose luego a él.
No hay orden que pueda ser realizado si no se tiene un propósito o una finalidad valiosa para el cual tenerlo. El jurista y filósofo mexicano Eduardo García Máynez expresó que los órdenes que el hombre establece siempre tienden a un propósito. Esta finalidad no es otra cosa que la consecución de cierto valor. No es el orden por el orden mismo, se busca uno para alcanzar determinados objetivos. Al haber aquí un proceso teleológico, precisó García Máynez, se presupone que al tenderse a la consecución de una finalidad el hombre le atribuye a ésta un valor positivo. Es que para este filósofo, con razón, la acción del hombre carecería de sentido si sus metas no fuesen consideradas por él como valiosas.
Ahora bien, cabe analizar –entonces- qué es lo que está aconteciendo para considerar que la valoración ha sido abandonada. En este sentido, Víctor Massuh alguna vez advirtió que "a la valoración se le ha quitado sus aspectos esenciales para que sea posible: la distinción entre los opuestos y la disposición jerárquica de las elecciones". De ese modo, dijo, "se deja de valorar para dar lugar a simples descripciones o clasificaciones", quedando todo limitado a un listado de cosas, de conductas o de lo que sea. "Si no existe un principio o una norma, todas las conductas tendrán la misma legitimidad, la misma validez", expuso Massuh.
Continuará…
(*) Abogado. Actualmente es Relator Letrado del Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.