Martes 15.10.2019
/Última actualización 15:41
Por prof. Luis Alberto Ferreira Carmelé
Muchos creen que el origen del folklore tiene lugar y fecha: Londres, 22 de agosto de 1846, cuando por primera vez el anticuario y publicista Williams John Thoms utilizó los vocablos folk-lore, en la revista The Atheneum, con el seudónimo Ambrose Merton. La fundación de la Folk-lore Society en 1878 solo consagra el término.
El nuevo vocablo unificado tenía dos sentidos: por un lado producción (lore) y por el otro productor (folk). La época de la Revolución Industrial se proyectaba en el campo científico-cultural rápidamente. El Romanticismo se enfrentaba a la Ilustración. El hombre culto se preocupaba por rescatar las “reliquias” de una cultura ancestral que se “perdía” ante el avance arrollador de los cambios estructurales de una sociedad pre-industrial agraria a una sociedad industrial urbana en Inglaterra entre 1750 y 1870. (Prat Ferrer).
Vamos a tratar de mostrar en este espacio que las acepciones que incluyó Thoms en el nuevo vocablo: la cultura del hombre común, el saber empírico de la gente, las tradiciones orales y las antigüedades populares, no eran temáticas nuevas, hundían sus raíces llegando hasta los albores de la humanidad.
Antes de la aparición de la escritura, la gente de distintos lugares se contaba cosas, que a su vez serían contadas a otras, estableciendo una relación comunicativa y de “entrega”, definida en la antigüedad con el término del latín traditio, que se traduce como tradición, es decir, lo que una generación lega a la siguiente. Cuando aparece la escritura, esa comunicación oral no desaparece, pero la relación adquiere otras características. Por lo general, no todo se legaba o se entregaba a las nuevas generaciones, solamente algunos bienes que supervivían al paso del tiempo por distintas razones inherentes a sus transmisores y receptores, lo que se relacionaba con la funcionalidad dentro de los grupos o sociedades.
Las costumbres y creencias, las leyendas y mitos, los cantos, danzas, fiestas e instrumentos musicales, las tradiciones, la farmacopea popular, los dichos y refranes, ya se encontraban en la vida cotidiana dentro de las sociedades y en sus relaciones con otras desde tiempos remotos.
Para el siglo XIX tenemos como algo novedoso la aparición de dos vocablos anglosajones (folk-lore) que unidos posteriormente lograron un consenso bastante amplio en la comunidad científica de la época. Lo folclórico -o sea el objeto de estudio de la folclorística (Prat Ferrer)- era preexistente.
Hacia 1782, en Alemania, ya existía una expresión similar a folklore: volkskunde, que Von Arnim y los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm utilizaron para definir sus trabajos de recopilación y escritos de cuentos y canciones populares de su tierra, como por ejemplo: Cuentos hogareños y de niños (Blancanieves, Caperucita Roja, La bella durmiente y Hänsel y Gretel). El valor de estas recopilaciones residió en mantener la originalidad y frescura en los relatos. Dicho vocablo sigue vigente en los países de habla alemana.
También en España existieron precursores de lo folklórico con la recopilación de tradiciones desde el siglo XV hasta el XVIII. Algunos de los escritos destacados son: El Tribunal de la Inquisición de Sigüenza (1492-1505), Refranes que dicen las viejas tras el fuego (1499), Adagios de fábulas (1531), Medicina popular contenida en proverbios vulgares (1615), Días geniales y lúdricos del sacerdote Rodrigo Caro (publicada recién en 1884), y otros que exceden su mención en este artículo.
En el resto de Europa también encontramos trabajos muy anteriores al siglo XIX sobre la base teórica-conceptual de mostrar el verdadero “espíritu de cada pueblo”, ese que vive en lo puro, lo prístino, lo no contaminado. En Italia, Francia, los Países Bajos y Portugal podemos mencionar a Straparola, Basile, Troncoso, Perrault, D’Aulnoy, Musaeus, y varios más (Raffaele Corso).
En el campo de la Filología y la Mitología también tenemos obras precursoras y fundantes del estudio del humanismo. Giovanni Boccaccio fue uno de ellos que con sus quince libros entre 1347 y 1360, conformó un verdadero diccionario de mitología clásica, que inspiró varias obras del siglo XVI en esta temática, entre ellas las de Juan Pérez de Moya y el fraile Baltasar de Vitoria.
Para finalizar este acotado recorrido por los pioneros de la folclorística europea mencionaré solo algunos que realizaron trabajos sobre antigüedades en general, baladas, romances y villancicos; proverbios o refranes y magia y supersticiones: el Obispo Mateo Bandello, Raymond Poissant, Thomas Browne, Jean Baptiste Thiers, Ole Worm y otros.
Precursores de la Folclorística en Argentina (*)
El origen del folklore en Argentina es un tema controversial al igual que el de la folclorística, esto debido a la singular conformación de nuestro folk o espíritu nacional. Algunos estudiosos del tema, en su mayoría positivistas del siglo XIX y XX, no ubicaron dentro de lo folclórico el estudio de las culturas ancestrales de nuestro territorio antes de la llegada de los conquistadores europeos. El estudio de esas culturas correspondía, en el mejor de los casos, al campo de la Etnografía, Antropología o Etnología, no de la Folclorística. Estas visiones son coincidentes con los paradigmas de una época. En lo personal, adhiero a una mirada más integral de aquellos orígenes, que podrán leer en próximas columnas.
Para otros estudiosos del siglo XX, con una visión más integradora, las comunidades ancestrales estaban comprendidas dentro del campo de estudio de la Folclorística, al igual que las comunidades mestizo-criollas y las africanas traídas por los europeos como mano de obra esclava. Todo confluiría en una mixtura cultural de una sociedad tradicional rural, que sin dejar de lado el patrimonio de cada una, dio origen a nuestro folclore.
Para concluir mencionaré a los pioneros, que algunos sin proponérselo, solamente con noticias o escritos, dejaron datos y recopilaciones para posteriores estudios que se abordaron y abordan tanto desde puntos de vista coincidentes como divergentes. Voy a decir aquí, sin mayor dedicación por ahora, que desde el siglo XVI viajeros extranjeros y misioneros aportaron esas noticias folclóricas.
En la República Argentina las publicaciones sobre folclore datan de la década de 1880, o sea, finales del siglo XIX. Don Samuel Lafone Quevedo desde 1883 comenzó a dar referencias de material “folclórico”; también lo hizo Robustiano Ventura Lynch que escribió sobre el gaucho y su cultura pero como algo anecdótico más que científico. Quien sí nombra “trabajos folklóricos”, fue Juan Bautista Ambrosetti -padre de nuestra folclorística- desde 1893. En el mismo año Paul Groussac dio una conferencia sobre el gaucho en Chicago en la sede del World’s Folklore Congress. En 1896 Daniel Granada publicó en Montevideo un libro sobre supersticiones en el Río de la Plata. En 1897 el Dr. Adán Quiroga publicó “Folklore Calchaquí” y a principios del siglo XX el arqueólogo y etnógrafo sueco Eric Boman continuó la obra del destacado sanjuanino.
Cerrando esta nómina de precursores de la folclorística en nuestro país, menciono al Dr. Ricardo Rojas, quien desarrolló una tarea muy interesante. Entre sus obras referidas a la temática encontramos El país de la selva (1905).
Algunos estudiosos, en su mayoría positivistas del siglo XIX y XX, no ubicaron dentro de lo folclórico el estudio de las culturas ancestrales de nuestro territorio antes de la llegada de los conquistadores europeos.
Las costumbres y creencias, las leyendas y mitos, los cantos, danzas, fiestas e instrumentos musicales, las tradiciones, la farmacopea popular, los dichos y refranes, ya se encontraban en la vida cotidiana dentro de las sociedades y en sus relaciones con otras desde tiempos remotos.
(*) Chamosa, Oscar (2012) Breve Historia del Folclore Argentino. 1920-1970: identidad, política y nación.
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