Nos escribe Daniela (41 años, Provincia de Buenos Aires): "Hola Luciano, te escribo a partir de una entrevista que te hicieron en la radio y ahí me enteré que se te podían mandar consultas a este diario. En la radio te escuché decir que no era conveniente la exposición de los niños a las pantallas cuando eran pequeños; sin embargo, yo también pienso en que estas a veces implican muchos contenidos educativos. Entonces, no estoy de acuerdo con lo que planteás. Creo que muchas veces se estigmatiza a las pantallas y ya son parte del mundo de hoy. Quería hacerte llegar mi opinión y que, si querés, me respondas".
Querida Daniela, muchas gracias por tu mensaje y, en particular, por escribirme para expresar un desacuerdo. Sobre todo, por hacerlo con un argumento y no meramente con una impugnación del interlocutor, que es lo más frecuente hoy. ¿No sé si notaste que, muchas veces, cuando a alguien no le gusta lo que dice otro, antes que desarrollar una idea, directamente degrada al otro? Por eso te agradezco que me escribas con la intención de abrir un diálogo y conversar. Además, me estás dando la chance de abrir un poco más las ideas que propuse en esa entrevista radial.
Sobre las pantallas y la infancia hay mucho que se viene diciendo y se podría decir. No me voy a detener en cuestiones que ya están suficientemente investigadas, como el daño que representan cuando se trata de lactantes, en la medida en que dificulta la posterior adquisición de la palabra. Tampoco voy a desarrollar otro tema que ya está muy investigado, que expuse en mi libro "Más crianza, menos terapia", acerca de cómo la pantalla plantea un cortocircuito en el vínculo entre padres e hijos, porque estos piden por la pantalla antes que por los valores que los padres puedan transmitirles. Es decir, la pantalla permanece como un objeto primario que no acompaña el crecimiento de los niños.
Mirá tambiénNo hay recetas de crianzaMe explico mejor: en lugar de pedir cosas más elaboradas, los niños piden casi todo el tiempo la pantalla como si fuera un sustituto de un chupete y este es el problema. Así, aquello que los hijos piden no pierde el carácter de objeto inmediato, no se complejiza, es un "Quiero esto" que no se diferencia del objeto del berrinche -¡Un chocolate en el kiosco YA!- y esto los deja en una posición ansiosa.
No obstante, ninguna de estas cuestiones son las que quisiera considerar. Prefiero que nos detengamos en el núcleo de tu consulta, relacionada con los contenidos. Vos te referís al potencial educativo de las pantallas. Si no me equivoco, creo que estás hablando de algunas aplicaciones que tienen videos consecutivos, en los que se transmite información diversa.
Aquí ya tenemos una primera observación para hacer: ¿Es lo mismo información (que puede ser más o menos útil) que conocimiento? Porque en vistas de la educación, lo preciso es que se asocie a la capacidad de conocer, que no se confunde con saber cosas. Esto es algo que yo a veces noto, que los niños saben muchas cosas (muchas más que las que yo sabía en mi infancia), pero no por eso tienen una relación con el conocimiento.
Lo explico de otra manera: ¿Viste que existen los acumuladores de cosas? Bueno, de la misma forma podemos pensar que también existen los que acumulan saberes o información. Por ejemplo, un niño puede saberse todas las capitales del mundo y no por eso tener la menor conciencia geográfica. Lo importante no es qué sabe un niño, sino cuál es la pregunta que lo llevó a querer saber eso. Sin esta pregunta –verdadera fuente del deseo de conocer– no hay una gran diferencia entre el niño y la pantalla que tiene delante. Ambos procesan información, pero no piensan.
El problema de cómo se transmiten contenidos en la virtualidad es que pueden llevar a que el niño se asimile a la máquina y no que esta sea un instrumento para él. De este modo, es que puede decirse que un niño es inteligente porque sabe mucho, sin tener en cuenta que la inteligencia depende también de la reflexión y el pensamiento crítico; es decir, no se trata de la incorporación de información, sino de la reelaboración que se pueda hacer de lo incorporado en función de nuevas preguntas.
En este punto, una última consideración, pero que es a la que tiende todo lo anterior. Yo creo que para un niño son fundamentales las historias; es decir, las series narrativas en las que hay un comienzo, un desarrollo y un final. Por eso la infancia es el momento privilegiado de los cuentos clásicos, que tienen una función más allá de su contenido, porque transmiten un ritmo dosificado para su adquisición.
Mirá también¿Cómo transmitirle normas a un adolescente?Los famosos videos de información, pequeñas cápsulas de unos pocos segundos, tienen el tiempo de lo instantáneo; de lo que impacta a una percepción que se vuelve desatenta, ya que inmediatamente pasa a otro video. Entonces, estos videos –por su forma de comunicar– van a contrapelo de la narración y constituyen un sujeto apresurado, que sin dilación ni espera quiere pasar a lo siguiente.
No nos olvidemos, querida Daniela, que no por nada las pantallas pasaron a estar en la lista de las nuevas adicciones. Por lo tanto, yo estoy de acuerdo con vos en que no hay que estigmatizar, pero eso no quiere decir que vamos a mirar para otro lado en lo que tiene que ver con los riesgos que implican las pantallas.
Y en lo que tiene que ver con los contenidos, creo que en esta respuesta consideré tanto su modo de aprehensión como la forma en que son presentados, de un modo que permite no ir tan rápido a la hora de proponer que puedan representar algún tipo de educación.
(*) Para comunicarse con el autor: [email protected]
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