Sábado 3.2.2024
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En 1954, hace ahora setenta años, se estrenó "20.000 leguas de viaje submarino", película producida por Walt Disney y basada en la novela de Julio Verne. Fue un buen momento para estrenar un filme en el que la acción transcurre dentro del submarino Nautilus, porque en ese mismo año se realizó la botadura del primer submarino propulsado por energía nuclear, también llamado Nautilus. Un nombre que junta al submarino más avanzado del momento con el submarino más famoso de la literatura.
Julio Verne, célebre escritor francés. Autor del libro en el que está basado el filme del mismo nombre.Cuando se publicó "20.000 leguas de viaje submarino", en 1870, los submarinos, tal como los conocemos ahora, realmente no existían. Existía, sí, el concepto de navegación submarina, que se remontaba a las campanas de buceo, descriptas por Aristóteles en al siglo IV a. C. Consistían, esencialmente, en un recipiente con forma de campana, suficientemente grande como para albergar a una persona y que se sumergía boca hacia abajo en el agua. El aire retenido dentro de la campana le permitía respirar al ocupante que, con ventanas adecuadas, podía inspeccionar el entorno mientras caminaba por el fondo del mar. Más o menos como hacen Jack Sparrow y Will Turner en "Piratas del Caribe" cuando se desplazan debajo del agua con una canoa invertida sobre sus cabezas.
A partir del siglo XVII se construyeron distintos tipos de vehículos submarinos. Pero todos tropezaban con el problema de la propulsión. La principal fuente motriz en ese tiempo era la máquina de vapor que, con un hogar encendido para alimentar la caldera, no podía funcionar bajo el agua sin agotar rápidamente todo el oxígeno disponible. Los submarinos primitivos debían propulsarse mediante hélices o ruedas de paletas accionadas a mano por la tripulación.
En este sentido, un enfoque interesante se debe al ingeniero catalán Narcís Monturiol: buscó reacciones químicas que generaran suficiente calor como para alimentar una caldera pero que, a diferencia de la combustión, no consumieran oxígeno. Luego de analizar distintas opciones se decidió por una reacción que involucraba magnesio, zinc, potasio y agua oxigenada. Esta reacción tenía la ventaja adicional de que liberaba una cierta cantidad de oxígeno, que podía usarse para renovar el aire de la nave.
Monturiol, que ya había creado un submarino propulsado a manivela, construyó una máquina de vapor cuya caldera era alimentada por esa reacción. La máquina fue instalada en un submarino botado en el puerto de Barcelona en 1865. Aunque las pruebas fueron exitosas, Monturiol tuvo problemas financieros y el submarino fue vendido como chatarra en 1868.
El problema de la propulsión submarina se resolvió definitivamente hacia 1880, con el desarrollo del motor eléctrico, que podía funcionar bajo el agua sin consumir oxígeno. Los primeros submarinos propulsados con electricidad fueron el Peral, desarrollado por el militar español Isaac Peral en 1884, y el submarino francés Gymnote, en el mismo año. En 1886 los ingleses también construyeron su submarino eléctrico.
Con todo lo que progresó la navegación submarina desde sus inicios, aún hoy hay un rubro en el que el Nautilus imaginado por Julio Verne sigue siendo insuperable: el espacio interior. Tal como lo describe el autor, el Nautilus tenía habitaciones amplias y cómodas. En la película de Walt Disney, la sala donde el capitán Nemo toca el órgano tiene las dimensiones de una catedral. Por el contrario, y tal como podemos ver en las películas de guerra, los submarinos reales tienen salas reducidas y pasillos estrechos. Los tripulantes se rotan en el uso de las camas y, cuando se cruzan en un pasillo, deben ponerse de perfil para poder pasar. Todo el espacio parece estar lleno de cañerías y mecanismos.
Esto no tiene que ver con el hecho de que los submarinos sean naves militares, carentes de todo lujo. Muchas naves de guerra de superficie tienen comodidades como camarotes privados para los oficiales y hasta salas de juego. La razón por la que el espacio interior es tan reducido en un submarino es estrictamente física, y tiene que ver con el hecho de que no es fácil mantener sumergido un vehículo tripulado.
Imaginemos un submarino del tamaño de una camioneta tipo van. Este vehículo ocuparía aproximadamente un volumen de doce metros cúbicos. Tal como enseña el principio de Arquímedes, sumergido completamente en agua recibiría un empuje igual al peso de doce metros cúbicos de agua. Es decir, doce toneladas. Un vehículo de esas características, sin embargo, pesa escasamente dos toneladas. Para que pueda mantenerse sumergido habría que agregarle un lastre de diez toneladas. La única forma de encontrar lugar para ese lastre (formado, en realidad, por equipos, suministros y tripulación) es reduciendo al máximo el espacio interior.
Hoy existen no sólo submarinos militares de gran capacidad y poder, sino también pequeños submarinos para uso personal y turístico. Pero, mientras se cumpla el principio de Arquímedes, el lujo que Julio Verne puso en su Nautilus estará más allá del alcance de la tecnología.
Protagonistas
Además de las presencias estelares de Kirk Douglas (Ned Land) y James Mason (Capitán Nemo), el reparto de "20.000 leguas de viaje submarino", contó con un elenco de primer nivel, abrumadoramente masculino, que también incluyó, entre otras figuras de la época, a Paul Lukas (profesor Pierre Aronnax), Peter Lorre (Conseil), Robert J. Wilke (Primer Oficial del Nautilus), Ted de Corsia (Capitán Farragut), Carleton Young (John Howard), J. M. Kerrigan (Old Billy) y Fred Graham (Casey Moore). Las rubias Laurie Mitchell y Gloria Pall, acompañaron en papeles menores. La película obtuvo dos premios Oscar en 1954: Mejor Dirección Artística (John Meehan y Emile Kuri) y Mejores Efectos Especiales (Walt Disney Studios).
(*) Docente y divulgador científico