Nos escribe Aquiles (29 años, Azul): "Luciano, te escribo porque leí tu última columna sobre el complejo de Edipo. Me gustó especialmente lo que planteaste sobre la diferencia con la noción de apego. Yo estudio psicología y me doy cuenta de que se usa cada vez más esta idea del apego. Gracias por explicar la complejidad del Edipo. Pero igual te quiero pedir si es posible explicar un poco más este complejo, pero ya no solo en relación a los niños sino a la vida adulta también".
Querido Aquiles, muchas gracias por tu devolución. Después de la última columna, me sorprendió la cantidad de correos que recibí, con preguntas y comentarios sobre la relación y el contrapunto entre apego y Edipo. Coincido con vos en que la noción de apego se volvió muy popular en estos últimos años. Esto es más que una moda, es el efecto de que las relaciones afectivas conserven mucho de su estilo infantil. Por eso de un tiempo a esta parte se habla de "patrones" que se repiten, que es lo propio de las dependencias tempranas, mientras que el Edipo es la posibilidad de hacer una experiencia que transforme nuestro modo de relacionarnos.
Si es que, de acuerdo con tu pedido, tuviera que explicar la noción de complejo de Edipo, desde un punto de vista que contemple también la vida adulta, diría lo siguiente: por un lado, nuestra relación con el mundo parte de la intención; es decir, nos relacionamos con las cosas y los demás a partir de propósitos, sea que los llamemos "anhelos", "deseos", pero también "objetivos", "voluntad", etc. La cuestión es que, en cierto momento, mientras avanzamos con esa intención, ocurre que nos asalta un punto de detención; sobreviene lo que podríamos llamar "pasión" y, por cierto, no se trata de una pasión agradable, sino de una que nos confronta con una imagen de nosotros mismos que nos resulta conflictiva.
Para ilustrar mejor esta cuestión, voy a contar un ejemplo. Supongamos que una mujer trabaja en una oficina, en una buena relación con su jefa y, llegado cierto día, se entera de que han despedido a esta jefa. Ella es la empleada más eficaz que queda y, a partir de ese día, se desenvuelve con mayor solvencia. Hasta aquí todo bien, pero ocurre que al poco tiempo a la mujer le empieza a pasar que se enferma regularmente; tiene dolores de cabeza, suele levantarse descompuesta, etc. Estas diversas manifestaciones corporales coinciden con un episodio concreto: en la empresa le han propuesto ocupar el lugar de su jefa.
Detengámonos aquí un momento. Por un lado, no puede decirse que esta noticia es algo que a ella la sorprende. En efecto, se trata de algo que puede reconocer haber querido, no solo a partir del momento en que la jefa fue desvinculada, sino antes, como una aspiración, incluso en el sentido más benigno: le hubiera gustado ser como su jefa. Sin embargo, para el inconsciente las distinciones no son tan sutiles. El inconsciente no distingue entre querer ser como el otro y querer lo que el otro tiene. Dicho de otra manera, el inconsciente inmediatamente convierte la aspiración benigna (consciente) en un deseo que es más profundo y culposo: ella envidia a su jefa.
La consecuencia de esta pasión envidiosa se le hace presente de un modo que también le molesta. Recuerda haber pensado, antes de que la jefa se fuese, que, si esta no dejaba ese puesto, ella nunca tendría chance de acceder a un lugar de jerarquía. En fin, recuerda haber desestimado ese pensamiento porque le hizo mal.
No obstante, no es tan fácil desestimar un pensamiento. Luego de haberlo reprimido, le quedó una ligera sensación de malestar, incluso cierto dejo de sentirse fea, con mala actitud y, en la medida en que la jefa fue despedida, recién ahí comenzó a trabajar con mayor ahínco. Claro, esto duró apenas unas semanas, hasta que aparecieron más fuertemente los síntomas corporales antedichos. No habría que ser un genio de la interpretación para llegar a la conclusión de que estos son un castigo por la culpa no asumida.
Culpa… ¿ante qué? ¿Ante su anhelo de querer crecer en un trabajo? Por supuesto que no. La cuestión es más compleja: la culpa es por la pasión que no se pudo elaborar. La culpa, en este caso, es por la envidia con que pudo desear; envidia que se reconduce a la relación edípica de una mujer con su madre: querer lo que tiene la otra, un movimiento para el cual es preciso haberse preparado bien. Porque el contrapunto es el de las mujeres que son neuróticas y sienten especial inclinación a tomar lo que es de otras.
En este punto, querido Aquiles, presenté una explicación del Edipo desde otro punto de vista. No solo en función de la vida adulta, sino también respecto de la relación que hay entre una hija y su madre, para no pensar solamente desde la perspectiva del hijo varón. Una buena parte de la vida humana transcurre en pasiones edípicas. Y lo importante es poder situar el carácter humano de esas pasiones: los celos, la envidia, el odio, la venganza, etc. En efecto, creo que estarás de acuerdo conmigo en que muchas de estas pasiones fueron las retratadas por los grandes escritores de la literatura universal.
A través de la noción de complejo de Edipo, el psicoanálisis no descubrió nada nuevo, pero sí puso sobre la mesa el valor de la elaboración de las pasiones en el marco de un tipo de experiencia terapéutica que le permite a las personas sentir cosas que no son agradables, pero no con la idea de sentirse malos consigo mismos, sino para asumirnos falibles e imperfectos, cualidades en las que se pone en juego nuestra humanidad y nuestro valor.
(...) Una buena parte de la vida humana transcurre en pasiones edípicas. Y lo importante es poder situar el carácter humano de esas pasiones: los celos, la envidia, el odio, la venganza, etc. (...) A través de la noción de complejo de Edipo, el psicoanálisis no descubrió nada nuevo, pero sí puso sobre la mesa el valor de la elaboración de las pasiones en el marco de un tipo de experiencia terapéutica que le permite a las personas sentir cosas que no son agradables, pero no con la idea de sentirse malos consigo mismos, sino para asumirnos falibles e imperfectos, cualidades en las que se pone en juego nuestra humanidad y nuestro valor.