Por Luis Chizzini Melo (*)
Hacia los 450 años de la fundación de Santa Fe
Por Luis Chizzini Melo (*)
En los tiempos de la colonización, la recién fundada ciudad de Santa Fe era defendida por sus propios pobladores, y ocasionalmente por indios guaraníes de las misiones jesuíticas. La vida cotidiana en las ciudades era apagada, con limitado movimiento económico. Las invasiones de indios, las guerras civiles y el descontrol de las tropas traían aparejados saqueos, robos y toda clase de desmanes. En la campaña, la inmoralidad y la delincuencia se veían multiplicadas por la falta de educación y control por parte de la autoridad.
Por intermedio de Real Cédula del 17 de enero de 1710 Buenos Aires apoya con una dotación paga de 50 soldados, posteriormente reforzada, cediendo a ese fin el "derecho de sisa sobre romana y mojón" por cuatro años, que fue renovado varias veces. Para seguridad, el gobernador Bruno Mauricio de Zabala creó en 1724 el cuerpo de Blandengues, de larga trayectoria. Luego de la revolución se sumaron a las tropas de Manuel Belgrano en 1810, lo que aumentó la inseguridad en la población. Pese a todo, los soldados santafesinos habían ganado experiencia en la lucha contra el indio, volviéndose eficientes y astutos. Su empuje y eficacia militar eran reconocidas en su acción de guerrilla o montoneras.
De todas formas, las incursiones realistas luego del 25 de mayo de 1810 y el hecho de ser paso obligado hacia la Mesopotamia y a la Banda Oriental fuerzan la fortificación de Santa Fe. En 1811 se instalan dos baterías. Una frente a la boca del riacho Santa Fe, con fortificación hexagonal, dotada de cuatro cañones y 200 hombres de caballería; y otra, donde hoy se encuentra la Plazoleta Colón, con cinco cañones.
Se instalaron -además- tres guardias avanzadas: una en el camino al Paso de Santo Tomé (de este lado del arroyo del Vado), otra en Colastiné (junto a la boca del riacho Santa Fe) y la tercera en la Guardia de Rincón (hoy La Guardia). Separado de la primitiva ciudad se encontraba un cuartel con 200 soldados y un polvorín llamado la Casa de la Pólvora.
Desde un comienzo, el sistema de seguridad se caracterizó por la precariedad de medios humanos y materiales en lo referente a la persecución, aprehensión y seguridad de los delincuentes. Esto se potenciaba en la campaña o por las dificultades impuestas por la falta de comunicación y la utilización de fueros personales. Como incidían en la acción de los jueces, muchos reos no podían ser procesados, ni siquiera detenidos, lo que implicaba impunidad y riesgos para las personas y bienes en Santa Fe.
A fines del siglo XVIII se registra la declaración del Alcalde de Segundo Voto, José Seguí, referente a que en el último cuarto de siglo la seguridad de los presos estaba a cargo de una compañía de Blandengues y que normalmente se convocaba a aquellos que, disminuidos, estaban imposibilitados para salir a campaña.
La cárcel brindaba poca seguridad. Existen antecedentes de cómo, por sentencia del Teniente de Gobernador Melchor de Echagüe y Andia, se tuvo que destinar al abigeo Francisco Ximénez al presidio de Montevideo. Además, desde aquel tiempo constituía un problema el gran número de presos.
En ese entonces el escalamiento de esta Real Cárcel era un hecho común. Uno de los más comentados ocurrió en 1791, cuando en una madrugada se fugaron dos reos: el esclavo José Eustaquio Denis, preso por ladrón, y Juan Antonio Rodríguez, condenado a la horca por una muerte. La operación se realizó desde afuera mediante un agujero en el techo, atándoles una soga en un tirante y limándoles los grillos.
El episodio provocó un informe que permite observar las vulnerabilidades que presentaban, por ejemplo, las paredes de adobe crudo, y el Colegio Jesuita, que no permitía recorrer de noche y facilitaba escalar desde afuera. Es así que se solicita se le aseguren dos piezas dentro del colegio junto a la torre, cuyas paredes son de piedra y permitían controlar los techos.
Los calabozos se dividían de acuerdo con el sexo de los presos, lo que no excusaba que hubiera detenidas femeninas que también fuesen rescatadas pese a los grillos y cadenas. Sobre fin del siglo XVII, cuando se llevaban algunos presos a lavar vasijas al rio, el esclavo Francisco Suasnabas, preso por poligamia, trató de escapar a nado pero los grilletes colocados, motivaron que se ahogara. El hecho provocó la aplicación de castigos rápidos a los reos, aun sin proceso, a fin de evitar que la Justicia quedara burlada e impunes los delitos.
Como contrapartida existió el expediente del homicida Manuel Balcarce, quien, puesto en el cepo y con grilletes en 1798, se ofreció a servir como soldado tras la revolución y no tuvo resolución, por la ausencia de personas legas que dominaran el Derecho. Otro inconveniente común era la participación de los presos alojados en el Cabildo en las actividades cotidianas y en los temas que se trataban en las sesiones, con los cuales no se guardaba ningún tipo de reserva.
Dentro de las curiosidades que hacen al velar por los detenidos, nos encontramos en 1661 con que el gobernador Alonso de Mercado y Villacorta dispuso la obligatoriedad de recorrer diariamente las cárceles. Como refiere Andrés Roverano, "para Semana Santa y Navidad las justicias pasaban a registrar los reos, verificar el estado de sus causas y excarcelar a los que purgaban delitos leves"
Dentro de las causas por las que las mujeres cumplían prisión se destacan, en 1791, Goya Gómez por asesinato de su marido, María Maidana por heridas y Eugenia Páez por "bandolera", no quedando en claro si integraba o dirigía la banda. Por su parte, entre los hombres mencionan la de Eustaquio Villamonte por cuatrero, Miguel González por "vago", Juan Baldominos por bígamo y finalmente a Inocencio Aguirre, que estaba preso por "rapto de mujer casada".
Todos los sistemas empleados eran inseguros y de poco efecto para los criminales. Sólo en Santa Fe había cárcel, así que remitían enorme cantidad de presos de los departamentos. Por falta de lugar para tantos, se los destinaba a los Cuerpos de Ejército (por ejemplo Banda Oriental y Ejército de Artigas), donde si evidenciaban un excelente desempeño se los premiaba con la libertad inmediata. Las conductas delictivas más comunes eran castigadas bajo los cargos de "vagancia", "vicios", "deserción" y "robo".
En el límite oeste de la ciudad (hoy calles 4 de Enero y 3 de Febrero) se terminó de construir la Aduana en 1759, siendo Teniente de Gobernador Juan Tarragona. Se la denominó así porque funcionaba una oficina recaudadora de Impuestos a las cargas de los barcos procedentes del Paraguay, Montevideo, Buenos Aires y Corrientes. Con el correr de los años fue sede del Gobierno, cuartel, prisión e imprenta del Estado. En 1895 fue demolida y en sus muros quedaron marcas de los cañonazos efectuados.
Allí también acamparon las tropas de Belgrano en su marcha al Paraguay, se instaló Viamonte al atacar la ciudad, se atrincheró el General Garzón en 1840 y se pronunciaron los hombres de Ignacio Comas contra Rosas en 1851. El lugar fue foco de todas las revoluciones a posteriori de la Constitución, hasta la última, en 1893, "la revolución radical", que capituló junto al jefe del movimiento, Mariano Candioti.
El 15 de mayo de 1831 ingresó a prisión en la Aduana el General José María Paz, conducido por la partida que dirigía el Coronel Pedro Rodríguez del Fresno (cuñado del Brigadier López), y fue recibido por el alcalde de la fortaleza, Vicente Oroño. La organización de nuestra sociedad en una ciudad en formación fue, y continúa siendo, difícil a la luz de los nuevos problemas que enfrenta la modernidad.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y el Centro de Estudios Hispanoamericanos.