Yo le había pedido una ayudita al Diego. Antes del partido con México le hablé. Le pedí por Messi. Le pedí que le de un aventón, que le saque la rabia de adentro, para que juegue con el corazón en el botín, como lo hacía Diego. Y cuando el partido se puso tan chivo, primero Messi, insolente, como siempre, con ese pelotazo de lejos al lado del palo. Golazo. Pero no era suficiente. Con Arabia también ganábamos 1 a 0 y se fue todo al carajo. Los fantasmas. Ese miedo latente. Pero esta vez no. Porque apareció de nuevo el Diego. Cuando iba a patear el córner miré el minutero. Levanté la vista y le señalé con el dedo el vértice de la pantalla a uno de mis amigos. Gol del Diego, dije. Y vino nomás. Un golazo. Para sellar la victoria y darnos la esperanza de seguir en el Mundial. En el minuto 86.