Por Augusto Munaro
PUBLICACIONES. Observadora lúcida, dueña de una memoria sensorial fotográfica, la autora reconstruye ese mapa del tesoro, la poesía que el mundo nos revela a diario, pero pocos pueden transformar en versos dignos del recuerdo.
Por Augusto Munaro
"Sabio el pájaro", el cuarto poemario de Alejandra Bosch, lleva al lector a ese territorio epifánico de la memoria. A los recuerdos de la infancia y juventud, esa región tan fértil y cara a los sentimientos; la familia; la geografía de su primer hogar; las vivencias junto al padre quien "salía a trabajar/ en su Opel celeste/ cambiaba días por días/ literatura por dinero./ Por esfuerzo." Porque, para la poeta santafesina: "Hay un mapa en toda infancia/ se vuelve en sueños/ se corre igual de extraviados/ porque llega el día y todo/ vuelve a la nada/ porque es así, siempre es igual/ para todos." Hay un atenerse a las cosas, a lo concreto, y una dicción ajustada a su libre fluir: versos breves, de variada longitud, sintaxis lineal, un ritmo acaso imperceptible, dependiente ante todo del sentido explícito (Bosch rara vez acude a la metáfora). Cada poema se desarrolla como una marcha hacia la precisión, instrumentándose mediante imágenes claras. Por instantes, la economía verbal a la que recurre la autora resulta excesiva, pero solo por instantes: en sus poemas encontramos un decir que elude los lugares comunes y, sin desbordes ni grandilocuencias, jamás sucumbe ante los seductores guiños de las frases gratuitas.
Observadora lúcida, dueña de una memoria sensorial fotográfica, la autora reconstruye ese mapa del tesoro, la poesía que el mundo nos revela a diario, pero pocos pueden transformar en versos dignos del recuerdo. Así, "Sabio el pájaro" es un poemario cuyas quince piezas exudan nostalgia, ya que "es hora/ de dejar de vivir/ y solo recordar, porque es justo/ para los que se fueron de la carne/ y de los gestos." Un principio lírico un tanto radical, sí, pero que no adolece de impostura dado que su pulsión hacia el ayer, no es lacrimosa, no acude al facilismo del pathos. No echa de menos el pasado, lo reelabora en un presente vivo. Una poesía que nos "habla de calles/ de barrios, de cuartos, de camas/ de viajes, de travesías/ de nuevos vientos/ de próximas aventuras/ de lejanías/ de seguir cantando", para confirmar lo que Paul Valéry cierta vez dijo: "El poema, esa vacilación prolongada entre el sonido y el sentido". Bosch tiene la virtud de ver y sentir su pasado para hacerlo poema. Transmutar las sensaciones más entrañables, en palabras precisas y atemporales.
Cada poema se desarrolla como una marcha hacia la precisión, instrumentándose mediante imágenes claras. Por instantes, la economía verbal a la que recurre la autora resulta excesiva, pero solo por instantes.
Observadora lúcida, dueña de una memoria sensorial fotográfica, la autora reconstruye ese mapa del tesoro, la poesía que el mundo nos revela a diario, pero pocos pueden transformar en versos dignos del recuerdo.