Por Alejandro Larriera
Por Alejandro Larriera
Fundador de Proyecto Yacaré; profesor de Manejo de Flora y Fauna en FHUC - UNL; presidente del Grupo de Especialistas en Cocodrilos CSE - UICN.
Por estos días, se están cumpliendo cuatro décadas desde los primeros nacimientos de yacarés en mis por entonces ansiosas manos. En marzo de 1983, época en que internet y las computadoras eran casi una especulación de la ciencia ficción, y en las que los pocos teléfonos estaban conectados a un cable en la pared, y las llamadas de larga distancia eran "por operadora" y "con demoras", logré hacerme de algunas publicaciones aproximadamente científicas, que sumadas a los comentarios de algunos gauchos que "conocían" a los yacarés, me dieron alguna idea de como proceder en estos eventos, avanzando en un mecanismo de prueba y error, en el que la verdad, los errores eran la norma.
A pesar de ello, esas vidas explotando como un enorme pororó de huevos, me pusieron en esta senda de la que ya no pude salir. Una genuina necesidad por "hacer algo", para evitar la extinción que por entonces, aunque equivocadamente, se creía cercana. Lo primero fue pensar y proponer lo que era la moda de aquellos tiempos, la cría en cautiverio, en este caso tomando como base los adultos que ya se encontraban en la Granja La Esmeralda, aún no habilitada al público, y que nunca habían reproducido allí. Con las disculpas del caso por hacer un relato tan autorreferencial, valga la aclaración de que en realidad la actividad era casi en un 100% "unipersonal", el que trabajaba en algo, trabajaba en eso y siempre en general solo.
Para lo que eran los parámetros de la época, podría decirse que el criadero era "exitoso", ya que nadie lograba por entonces cuatro, seis o diez nidos viables de la especie al año, aunque se hacía evidente que con esto no alcanzaba y de ninguna manera serviría como para revertir la delicada situación poblacional.
La frustración por el magro aporte de la cría en cautiverio, sumado al fortuito hallazgo de un trabajo norteamericano que hablaba del "ranching" o cosecha de huevos silvestres de caimanes, me convenció ya por el año 1986, de que las respuestas no estaban en los criaderos, sino en la naturaleza. La coincidencia con el hecho de que la natación de aguas abiertas me permitió viajar anualmente a USA y aprovechar esto para visitar lugares y proyectos, me convirtió de manera impensada, y por cierto injustificada, en "especialista internacional". A partir de allí y a nivel local, empezaron los viajes periódicos al campo, sin vehículos todoterreno, sin drones, sin gps y a veces sin rueda de auxilio. Y usando solo ese hermoso aparato que es el diálogo con los pobladores locales, fueron apareciendo los lugares en los que aún había poblaciones, pequeñas pero viables, de nuestro yacaré overo.
Otra vez prueba y error, pero ahora con mucho menos error, permitieron ajustar las técnicas de cosecha, el transporte y la capacitación de los gauchos, piezas básicas del sistema. La cooperación de varios productores rurales comprometidos y el apoyo moral y material primero de Jorge Amaya como presidente del INTA, luego de Alberto Maguid de UPCN y finalmente del gobernador Jorge Obeid, le dieron la escala al proyecto para que unos pocos centenares de huevos cosechados se conviertan en miles, y la difusión nacional e internacional lo ubiquen como un ejemplo, aún hoy seguido por muchos. Lo que comenzó como una locura personal se nutrió de la ciencia asociada a la actividad, la participación de las universidades, especialmente la UNL, y los organismos internacionales de conservación, para darle un volumen a su producción científica difícil de alcanzar por cualquier otro grupo de investigación de cocodrilos del planeta, con más de cien investigadores formados y aún unos cuarenta en plena actividad.
Al tiempo que esto ocurría, y ante la evidente recuperación poblacional, el yacaré overo fue siendo retirado de las diferentes listas de especies en peligro, y se habilitó su aprovechamiento comercial, lo que aceleró exponencialmente la recuperación, debido a que cada vez había mas pobladores interesados en tener yacarés en sus campos, y justamente a partir de eso, cobrar por los huevos cosechados, a lo que se agregaba la liberación anual de entre el doble y el triple de lo que es la supervivencia natural. La fórmula perfecta gracias a lo cual aún hoy es posible ver yacarés en nuestros balnearios y puerto.
El proceso comenzó a revertirse hace unos diez años con una tendencia mundial de estigmatización de los programas de uso sostenible, de la que ni los cocodrilos ni la Argentina escapan. La reticencia de las autoridades para aprobar o sostener estas actividades, y también la de los ahora criticados inversores, en gran medida debido al escarnio desinformado en redes sociales con violentas condenas a quiénes trabajan en el uso sustentable, han hecho que desde hace unos años tanto el proyecto de Corrientes como el de Santa Fe, hayan puesto fin a la producción comercial conservacionista. Lo que no evita que aún hoy los odiadores seriales, cobardes anónimos crónicos, sigan descalificando e insultando a quiénes hacen (o hacían) el trabajo de la conservación, claro que desde el confort de sus escondites virtuales.
A nivel global es palpable que al desaparecer los programas de uso, el festejo en redes sociales se ve opacado por la pérdida de hábitat resultante de la desaparición de los incentivos y el regreso del retroceso poblacional, incluso ahora, de nuestros yacarés. Con la ciencia en la mano, creo que sería muy importante lograr una charla civilizada con los detractores para saber, si es posible, ¿qué festejan los que festejan?
A cuarenta años vista de aquel marzo del 83', con un pasado deportivo que también se complementó con los yacarés, y una vida familiar que se construyó con ellos, ya retirado del trabajo en el gobierno provincial, sigo con el mismo ánimo a favor de la conservación, ahora desde la Universidad Nacional del Litoral y su Laboratorio Externo de Vertebrados, y sí, el que funciona en la Granja La Esmeralda, tanto conduciendo proyectos de investigación como dirigiendo tesis doctorales. Y también, porqué no decirlo, comprometido con la conservación de todas las especies de cocodrilos, desde la conducción del Grupo de Especialistas en Cocodrilos de la UICN, a nivel mundial.
El Proyecto Yacaré ha pasado por varias etapas, con avances, retrocesos y reconversiones. Este es justamente otro de esos momentos y de seguro, el equipo de trabajo conformado y la resiliencia natural de los cocodrilos, encontrarán la forma de reponerse y asegurar la supervivencia de estas especies, aunque en los restaurantes ya no se ofrezca más la carne legalmente y en las vidrieras no aparezcan sus productos, y sí, que también y paulatinamente, comencemos a verlos menos en nuestro entorno.