La leche proporciona nutrientes esenciales y es una fuente importante de energía alimentaria, proteínas de alta calidad y grasas, según explica la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Es un trastorno digestivo que afecta a un amplio sector de la población. En Latinoamérica, se estima que la prevalencia ronda el 70%.
La leche proporciona nutrientes esenciales y es una fuente importante de energía alimentaria, proteínas de alta calidad y grasas, según explica la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Sin embargo, en algunos casos su consumo puede provocar inconvenientes en aquellos organismos que son incapaces de digerir el azúcar de la leche, es decir, los intolerantes a la lactosa.
En diálogo con El Litoral, la Dra. Rosalía Vicentin (Mat 4773), gastroenteróloga pediatra del Hospital de Niños Orlando Alassia, explicó en detalle qué es la intolerancia a la lactosa, cómo se diagnostica, su prevalencia y las novedades en su tratamiento.
Este trastorno digestivo, comúnmente malentendido, afecta a un amplio sector de la población y es crucial desentrañar sus mitos y realidades para mejorar la calidad de vida de quienes lo padecen.
“La intolerancia a la lactosa es un trastorno digestivo que se da por la malabsorción de esta azúcar (lactosa) en el intestino delgado, generalmente debido a un déficit de la enzima lactasa”, explicó la Dra. Vicentin.
La lactasa, ubicada en el borde apical de los enterocitos del intestino delgado, actúa como una tijera que corta la lactosa en dos azúcares simples para su absorción. Cuando la lactasa es deficiente, la lactosa no absorbida llega al colon, donde es fermentada por bacterias, produciendo gases y líquidos que resultan en dolor abdominal, distensión, flatulencia, náuseas, vómitos, diarrea e incluso estreñimiento. Estos síntomas caracterizan la intolerancia a la lactosa.
Entre los síntomas más comunes se incluyen:
Dolor abdominal
Distensión abdominal
Flatulencia
Náuseas
Vómitos
Diarrea
Estreñimiento
Es importante distinguir entre los tipos de déficit de lactasa: primario congénito (muy infrecuente y severo en recién nacidos), primario tardío o “déficit racial” (el más prevalente) y secundario por lesión intestinal, habitual en pediatría. El déficit de lactasa racial es el más común y se inicia típicamente al final de la infancia o al comienzo de la edad adulta, aumentando con la edad.
“En poblaciones estudiadas, la intolerancia primaria tardía o racial afecta a entre el 90-95% de las personas de raza africana y asiática, entre el 50-70% de los hispanoamericanos, y a un menor porcentaje de europeos, especialmente en la región nórdica, entre un 5-15%”, detalló Vicentin. En Latinoamérica, se estima que la prevalencia ronda el 70%.
Según la profesional, el diagnóstico rara vez requiere análisis de laboratorio o estudios sofisticados. “Debe realizarse una anamnesis dirigida a relacionar los síntomas con la ingesta de leche o derivados, lo que puede corroborarse mediante una prueba de exclusión e inclusión de lactosa en la dieta, evaluando los síntomas en ambos períodos”.
Por otro lado la entrevistada dijo que “aunque el test del hidrógeno espirado es una prueba confirmatoria, no siempre es accesible. En pediatría, se suelen solicitar exámenes en materia fecal y sangre para descartar afecciones secundarias que afecten la digestión de la lactosa”.
En los últimos años, los estudios revelaron nuevos conocimientos sobre la importancia nutricional de la lactosa y la microbiota intestinal.
La profesional señalo que la lactosa ayuda al cuerpo a retener minerales importantes como el calcio, magnesio y zinc, que son esenciales para la salud ósea y general. Pero cuando la lactosa no se digiere en el intestino delgado, se mueve al colon, donde se fermenta sin causar gases molestos. Esto es posible gracias a la adaptación del colon. La capacidad del cuerpo para manejar la lactosa depende de la composición única de la microbiota intestinal de cada persona. En este caso, la lactosa actúa como un prebiótico, es decir, alimenta a las bacterias buenas en el intestino, promoviendo una colonización intestinal saludable.
Vicentin abordó los más frecuentes:
Diferencia entre adultos y niños: “La intolerancia que presenta el adulto es altamente probable que sea diferente a la de su hijo”, explicó. Es crucial no asumir que el niño tiene el mismo trastorno que sus padres, ya que esto puede retrasar el diagnóstico de otras enfermedades subyacentes, como la celiaquía.
Confusión con la alergia a la proteína de la leche de vaca: Aunque los síntomas pueden ser similares, se trata de entidades diferentes. La intolerancia a la lactosa es un problema digestivo, mientras que la alergia a la proteína de la leche involucra al sistema inmunitario.
Recomendaciones incorrectas: “El pecho materno es el mejor alimento para el bebé, y suspenderlo por cólicos no es una indicación médica”. Las fórmulas sin lactosa contienen maltodextrina con un alto índice glucémico y no deben recomendarse sustitutos lácteos basados en bebidas vegetales para los primeros meses de vida.
No todo síntoma gastrointestinal es por la lactosa: Es fundamental consultar al médico antes de iniciar una dieta de exclusión, ya que los síntomas podrían deberse a otras enfermedades no diagnosticadas.
Suspensión prolongada de lactosa: La suspensión innecesaria de lactosa puede llevar a la interrupción de la lactancia materna. Los niños amamantados durante episodios de diarrea presentan menores pérdidas y menor duración de la enfermedad.
El manejo de la intolerancia a la lactosa evolucionó para preservar la lactancia materna. En la infancia, la reducción o suspensión de la lactosa debe ser transitoria y reemplazada por alimentos con adecuados aportes calóricos y nutricionales. “En niños y adolescentes, es crucial estar asesorado por nutricionistas para evitar consecuencias adversas en el crecimiento normal”, subrayó Vicentin.
El consumo regular y progresivo de alimentos lácteos puede permitir una adaptación favorable de las bacterias del colon, ayudando a la descomposición de la lactosa y permitiendo una mayor tolerancia. Los productos lácteos fermentados, como yogures y quesos, son más tolerables debido a la actividad de lactasa en los microorganismos que los conforman. “Una opción más saludable sería hacer yogur casero, evitando azúcares y aditivos industriales”, aconsejó.
Otra estrategia para adultos es la adición de lactasa artificial antes de consumir productos lácteos. Actualmente, se prefiere ajustar la cantidad de lactosa tolerable en lugar de excluirla completamente de la dieta.
Por último la profesional remarcó que la intolerancia a la lactosa es un trastorno digestivo que requiere un enfoque informado y personalizado para su manejo. La educación y la consulta médica son fundamentales para evitar diagnósticos erróneos y tratamientos inadecuados, asegurando así una mejor calidad de vida para quienes lo padecen.