Tan en agenda pública está la situación de red cloacal de la ciudad de Santa Fe, con los consecuentes problemas -como los recurrentes socavones-, que se vuelve un ejercicio interesante revisitar cómo se administraba el retiro de los desechos escatológicos (excrementos) justamente cuando no existía un sistema de conductos cloacales en la capital en 1895, es decir, hace 129 años.
La cosa en aquel entonces era complicada. Porque en cada vivienda particular había letrinas (también había sumideros públicos, en hospitales, asilos y dependencias oficiales), y los carros atmosféricos debían pasar a desagotar las “inmundicias” -así se las denominaba-, que a su vez podían generar enfermedades. Es cierto: no había socavones en 1895; pero sí problemas de salubridad pública.
Todo está contado en los digestos históricos (compendios de normativas) que liberó la Municipalidad de Santa Fe hace un tiempo, y donde puede encontrarse un mapa textual que muestra cómo era la vida a finales del siglo XIX, con la llegada de los flujos migratorios y una urbanidad que iba creciendo poco a poco. Los hallazgos ayudan a mirar por la hendija de la historia aquella vieja Santa Fe que ya no existe.
Como curiosidad, debe recordarse que en la actualidad hay muchas ciudades y pueblos de la bota santafesina que no cuentan con el servicio esencial de red de cloacas. En estos casos, el tradicional camión atmosférico, o “la pocera” (como se le dice vulgarmente, porque desagota los pozos negros) aún pasa una o dos veces al mes por las casas particulares de esas localidades.
Carros atmosféricos
Hace 129 años, por la vía de una ordenanza del Concejo, el municipio capitalino contrató el servicio de desagote de letrinas y le entregó cuatro carros atmosféricos al concesionario. Los carros tenían dos ruedas, una manga para extraer los excrementos y un caballo encargado de tirar el vehículo.
El registro gráfico es de 1997. Un camión atmosférico hace su trabajo en una vivienda particular, en Santo Tomé. Crédito: Archivo El Litoral
Esto se otorgaba en una suerte de comodato y, al finalizar el contrato (que era de cuatro años), se debían devolver al gobierno local todos los insumos en buen estado de conservación. El contratista percibía una suma por el contenido de cada carro completo extraído de las letrinas, y también por los sumideros, que eran las alcantarillas.
Las letrinas desagotadas eran inspeccionadas por el municipio. Pero ojo: si se constataba que alguna de éstas ya no servía más, era desinfectada y clausurada. Además, los propietarios de cada casa estaban obligados a notificar a la Municipalidad que efectivamente sus letrinas y sumideros habían sido correctamente desagotados.
El problema sanitario
Que no se desagotaran regularmente las letrinas, retretes o sumideros generaba en aquel entonces problemas de salubridad pública. Los residuos cloacales acumulados y estancados más la falta de saneamiento de estos receptáculos está directamente asociado a la transmisión de enfermedades diarreicas como el cólera y la disentería, así como la fiebre tifoidea, las helmintiasis intestinales y la poliomielitis.
“También agrava el retraso del crecimiento y contribuye a la propagación de la resistencia a los antimicrobianos”, recuerda la Organización Mundial de la Salud (OMS). La entidad estima que 1,4 millones de personas mueren en todo el mundo cada año por falta de agua potable, falta de cloacas, de saneamiento e higiene adecuados. Los sectores sociales más afectados son los que más carencias tienen.
Ranchos y casas abandonadas
De vuelta a la Santa Fe de 1895, el municipio era tajante en un aspecto: en los casos de ranchos y casas abandonadas “que sólo sirvan de receptáculos de inmundicias” (es decir, que se usaban como letrinas) debían ser demolidas por los propios propietarios, al menos que estas viviendas se pusieran en condiciones. Si esto no ocurría, las demolía el gobierno local, pero le cobraba el trabajo al dueño en cuestión.
La basura domiciliaria
Hoy, los residuos domiciliarios deben diferenciarse y retirarse en los cestos en altura -es obligatorio que cada frentista lo tenga- en días y horarios determinados. Pero hace 130 años, la cuestión era bastante menos “civilizada”.
Un tanque atmosférico pero más moderno. Ese modelo se utilizó en Europa a principios del siglo XX. Crédito: Archivo El Litoral
Había carros de limpieza, también cinchados por caballos que debían pasar por los domicilios a retirar “todas las basuras presentadas, cualquiera sea su procedencia (residuos húmedos, secos, podas, etcétera)”. Ese volumen de basura se quemaba.
Aquí también se establecía un estricto cuidado de “salubridad y descanso” para los pobres caballos que acarreaban a duras penas los carros, y que también estaban expuestos a enfermedades.
Por el retiro de basura domiciliaria, a los vecinos se les cobraba un impuesto municipal por el servicio prestado (algo así como una “porción” de la TGI actual).
Pero no sólo eso: los contribuyentes debían depositar religiosamente sus bolsas de residuos en la puerta de la calle de forma inmediata en el momento en que se presentaban los carros de limpieza. Y si los carreros no pasaban, actuaba el Comisario General a “poner orden”. Así de sencillo.
Entre las letrinas, los sumideros, los carros atmosféricos y de limpieza más las quemas de toda la basura recolectada, los tiempos cambiaron entre aquel final de siglo XIX y este avanzado siglo XXI. Cambiaron, pero no tanto: el 30% de la ciudad capital sigue “viviendo” prácticamente como en 1895: no tiene servicio de red cloacal.
Y en numerosos barrios de esta capital (Los Troncos, Nueva Santa Fe), hay cavas donde se forman mastodónticos basurales a cielo abierto (lugares propicios para la generación de virulentos focos infecciosos). Son los propios vecinos quienes les prenden fuego. Las interminables repeticiones de la historia, que le dicen…