Jueves 4.6.2020
/Última actualización 19:02
El 12 de octubre de 1972 un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya despegó del Aeropuerto de Carrasco con destino a Chile, lugar donde nunca llegaría. A bordo había 45 personas: 5 tripulantes y 40 pasajeros, dentro de los cuales estaba el primer equipo de rugby del Old Christians Club.
De las 45 personas, 16 sobrevivieron durante algo más de 70 días en las condiciones más adversas que se puedan pensar. Para resumir: quedaron en una montaña de la Cordillera de Los Andes a 4.000 mentros de altura donde, con viento, la temperatura llega a los 40 grados bajo cero. Uno de los 16 fue Gustavo Zerbino, quien días atrás dialogó durante una hora con Multimedios El Litoral.
—¿Cómo están llevando la cuarentena en Uruguay?
—Gracias a Dios logramos achatar la curva. El gobierno, con un gran liderazgo del Presidente de la República (Luis Lacalle Pou), más el apoyo de todos los partidos políticos, sindicatos y la población en general, hizo uso de un instrumento que es la libertad responsable. Se cerraron todos los colegios, shoppings, espectáculos públicos y se mandó a casa a los mayores de 65 años. Al resto, se le pidió que se quede adentro para no propagar el virus, y lo hizo. Uno de los temores es que acá en Uruguay, que somos unos 3.200.000 habitantes, la mitad son del interior. Y aprovecha fechas como la Semana Santa (o Semana Turismo como también se la conoce) para ir a La Paloma, Punta del Este, ir a pescar, a acampar. En ese momento pensamos que el virus se iba a multiplicar. Sin embargo, todos se quedaron en su casa. A los uruguayos no nos gusta que nos obliguen a hacer cosas. Preferimos que nos expliquen y después obedecer.
Tenemos un sistema integrado nacional de salud muy bueno, donde hay un 100% de acceso a la población. Todas las cifras uruguayas son reales; el cuerpo médico trabaja codo a codo con el Instituto Pasteur y todos los “capos” de las ciencias y las matemáticas hacen modelos para los distintos momentos.
—¿Creés que falta mucho para iniciar la “nueva normalidad”?
—Dentro de poco estaremos hablando como algo del pasado. Creo que es una gran oportunidad para la población mundial de tomarse la vida sin prisa pero sin pausa, y revalorar las cosas que realmente importan. La única vacuna que hay actualmente en el mundo es la obediencia, confiar en lo que nos piden y la solidaridad; en mi caso cuidar a mi abuelo, mis padres, mis vecinos, y que ellos también lo hagan. Moviéndome por la calle estoy multiplicando el vector y corro el riesgo de llevar el contagio a mi casa.
Nosotros estuvimos 73 días a 4.000 metros de altura con 30 ó 40 grados bajo cero en diez metros cuadrados, 29 personas: y yo estoy acá. O sea, el problema del hombre es cuando se proyecta hacia adelante y empieza a padecer la vida. La realidad hay que aceptarla como es; las cosas que pasan no son ni buenas ni malas, son hechos; y cuando los acepto, puedo conectarme con la solución. Cuando me peleo con la realidad, sufro: me viene ira y la impotencia, y soy parte del problema. Y el hombre frente al miedo se paraliza. La incertidumbre produce angustia, temor. Cuando aparezca una vacuna, es porque pasó por todas las etapas: in vitro, en animales y en humanos. El remedio no puede ser peor que la enfermedad; no se puede sacar una vacuna antes de demostrar que funciona y que es segura. Lleva su tiempo, va a aparecer.
—A fines de marzo escribiste una carta de aliento para el pueblo uruguayo. ¿Pensaste en muchas cosas que les pasaron a ustedes en la Cordillera al momento de elaborarla?
—Las crisis son oportunidades. Nosotros, en la Cordillera de Los Andes, construimos una sociedad solidaria, donde las normas aparecían y desaparecían por sí solas. La primera era que estaba prohibido quejarse, y había que agregar valor, confiar y hacer. Teníamos un solo objetivo que era sobrevivir, todos. Por eso el “yo” se convirtió en “nosotros”. Los ganadores y los solidarios tienen planes; los perdedores y egoístas, excusas y quejas. Tenemos que aprovechar y ser solidarios en esta oportunidad para ser parte de la solución.
En Los Andes me conecté con el dolor, la angustia, el miedo, con toda la incertidumbre. No hay que tener miedo. Hay que estar permeable, receptivo y dispuesto a entender. Después actuar. Lo que está ocurriendo es para ocuparse, que sería hacer lo que me dicen. Preocuparse es proyectarme en el futuro en mil escenarios negativos, catastróficos, de dolor, que nos vamos a morir todos, etcétera. La vida es una enfermedad crónica que te lleva a la muerte. Todos vamos a morir, pero tenemos que vivir disfrutando la vida, no quejándonos y padeciéndola eternamente. Ahora es el momento de obedecer y disfrutar.
Archivo El Litoral El registro histórico de El Litoral, el día en que los sobrevivientes fueron encontrados y rescatados.El registro histórico de El Litoral, el día en que los sobrevivientes fueron encontrados y rescatados.Foto: Archivo El Litoral
—¿Trazás paralelos respecto a lo que pasaste en la montaña con lo que ocurre actualmente?
—Lo que estamos viviendo hoy es el paraíso. Una cosa es la realidad y otra la percepción de la misma. Nosotros estamos hiperconectados, trabajamos desde casa, los chicos con clases virtuales, etcétera. Pero no estamos en el mismo barco, sino en el mismo océano. Hoy hay gente que no tiene para comer, que se quedó sin trabajo. No obstante, acá en Uruguay tenemos muchas organizaciones sociales que se encargan de que nadie sufra más allá de lo que todos sufrimos, que garantizan comida, medicina, atención en los hospitales, que los más vulnerables no tengan frío.
En la Cordillera fue distinto. Nos abandonaron a los diez días, nos dieron por muertos. No nos buscaron más, y estábamos a 4.000 metros de altura, en un glaciar que tenía 3.000 años, con temperaturas que cuando nevaba y había viento, era realmente extremas. Es decir, que vivimos por encima y por debajo de donde hay vida.
Si nos hubieran dicho el primer día que íbamos a estar 73 días en la montaña, nos moríamos ahí nomás. Vivíamos cada segundo como el último, cada minuto como el más grande que teníamos para hacer cosas. El único momento en que los seres humanos podemos tomar acción es en el presente. Vivimos en la mente atrapada por dos vidrios, el del pasado y el del futuro. Todo eso está programado: nos condicionaron por el miedo y la culpa. Y así nos manejaron. Hoy tenemos que aprender a desandar el camino y confiar.
Yo no voy nunca al pasado, nunca tuve una pesadilla, no tengo nada de qué arrepentirme de la montaña. Tengo todos recuerdos muy lindos y la mente es muy selectiva. Sé que sufrimos muchísimo y que era un infierno muy difícil de explicar; pero volvimos llenos de aprendizajes, de gratitud. Aprendimos que la esperanza es la hermana menor de la fe, la ilusión... No se puede construir una sociedad basada en el miedo.
—Dijiste “los recuerdos lindos de Los Andes”. ¿Cómo manejaban momentos, por ejemplo, el no saber si al otro día el que estaba al lado tuyo se despertaba con vida o no?
—La historia nuestra le demuestra al mundo cómo, a pesar de ser todos distintos, pudimos lograr la unidad detrás de un objetivo común. Nuestra historia no es una tragedia, pero tiene mucho de eso; no es un milagro, pero también tiene mucho de milagroso. Nuestra historia es de amor, solidaridad, amistad y vocación de servicio. No éramos un grupo de personas que íbamos en un avión de línea. Éramos un equipo de rugby; y un equipo de rugby ya tiene los valores y los principios internalizados y automatizados que, en la Cordillera, si lo hubiéremos tenido que fabricar, nos moríamos. Como a todo eso lo llevábamos adentro, pudimos automáticamente actuar al unísono, repartiendo roles.
Viajábamos cantando, saltando, deseando conocer Chile, las montañas, la nieve, el primer gobierno socialista electo democráticamente en el mundo y a las mujeres chilenas que nos decían que eran muy lindas. Pero no llegamos. El avión se perdió, no calculó bien el viento, chocamos y caímos en el medio de la montaña. A 4.000 metros de altura, donde no hay oxígeno, querés respirar y no te entra el aire; la mente actúa en cámara lenta, te sangran los oídos, la nariz, querés pararte y es como si tuvieras una mochila de 100 kilos en la espalda.
Pasamos la primera noche: hubo gritos, llantos, despotricar y ver que la gente se desangraba en la oscuridad más absoluta sin poder hacer nada. Cuando salió el sol al día siguiente, vimos donde estábamos. Y era un infierno helado. En la noche más larga de mi vida, aprendí a estar harto de estar harto. Me di cuenta de que por más que llorara o me quejara, mis amigos se habían muerto, seguíamos con frío y no venía nadie. Entonces entré en la aceptación, que es cuando aceptás las realidad tal cual es. En la mente te aparecen por intermedio de los sentidos infinitas posibilidades en donde vos podés crear. La creación es el acto de inventar lo que no hay, y la adversidad desarrolla la creatividad. Yo me quedé ciego en la primera expedición después de que se suspendió la búsqueda, por ser rebelde con Numa Turcatti y Daniel Maspons, y después me tuve que hacer unos lentes. Entonces vi unos manuales del avión que tenían unas tapas de plástico, se las sacaba, la cortaba, les hacía dos agujeros, y con diferentes cables del avión armaba las patillas de los lentes, y la parte de atrás, para que no se caigan, con el elástico de un corpiño de una mujer que había muerto. De esa manera todos nos hicimos los anteojos.
—¿Cómo fue el trato del periodismo con ustedes?
—Siempre bien. Te quiero aclarar una cosa. Cuando aparecimos, yo le mostraba al gobierno chileno, a la Iglesia y al Socorro Andino cómo habíamos sobrevivido, los cuerpos que tenían el nombre de cada uno para que las familias se lo puedan llevar. Todos estaban identificados; los que no utilizamos, que fueron muchos, y los que tuvimos que usar también. Ellos nos decían que no era importante dar tantos detalles, nos querían cuidar, con cariño. Yo insistía: “Este es fulano de tal”, y así.
La primera noche y el primer día, la prensa no llegaba porque estábamos en el hospital, pero después de a poco empezaron a aparecer y a preguntar. Ahí en Chile nos pidieron que no dijéramos nada. Aceptamos, pero organizamos una conferencia de prensa en Montevideo, con todos los familiares, de los vivos y de los muertos, y todo el club. La idea fue contarles cómo habíamos vivido, qué había pasado y que estuviera toda la prensa para que no nos molesten más, porque queríamos estar solos.
En la conferencia, que fue la tercera en directo para todo el mundo, contamos la verdad. Y se pararon los padres de los que murieron y empezaron a aplaudir. El jefe de prensa de aquel entonces se paró y dijo que después de eso no había nada que preguntar, y terminó la conferencia. Los periodistas internacionales, que estaban en Chile cubriendo lo que pasaba con Salvador Allende (donde estaba Fidel Castro, entre otras personalidades de la política mundial), vinieron a Uruguay porque empezaron a correr las frases y rumores tales como: “Que Dios los perdone” y “Canibalismo”.
Lejos de todos eso, nosotros lo vivimos con mucha naturalidad y orgullo. El padre, médico él, de Carlos Valeta que estaba sentado a mi lado y se voló para atrás, dijo que lo sabía desde el primer día. Y que agradecía que hayan viajado 45 para que vuelvan 16.
La familia de Gustavo Nicolich, cuando leyó la carta que escribió su hijo contándoles cómo habíamos vivido, a su la novia le decía: “Desde lo más profundo de nuestro ser le pedíamos a Dios para que este día nunca llegase, pero llegó y tenemos que aceptarlo con valor y fe. Fe porque si los cuerpos están ahí es porque Dios los puso. Y si llega el día en que yo pueda ayudar a mis amigos con mi cuerpo, lo haría con mucha alegría”.
Eso escribió un chico de 19 años: un acto de amor, de solidaridad y entrega total que le cuenta a la madre lo que habíamos empezado a hacer ese día después en que nos dijeron que se había suspendido la búsqueda.
Archivo El Litoral Gustavo Zerbino: Los ganadores y los solidarios tienen planes; los perdedores y egoístas, excusas y quejas. Tenemos que aprovechar esta oportunidad para ser parte de la solución .Gustavo Zerbino: “Los ganadores y los solidarios tienen planes; los perdedores y egoístas, excusas y quejas. Tenemos que aprovechar esta oportunidad para ser parte de la solución”.Foto: Archivo El Litoral
“Con Turcatti y Maspons decidimos subir esa montaña al otro día de enterarnos de que no nos iban a buscar más. Un acto demencial. Porque no era para salir, sino para ver dónde estábamos, porque el piloto decía que habíamos pasado Curicó”, relata Gustavo Zerbino.
“En la Cordillera —prosigue— tuvimos que apagar la mente, porque era un ‘tacho de mierda’, lleno de problemas y miedos. No se puede avanzar en la vida mirando el espejo retrovisor. Queríamos salir de ahí para llegar al futuro, porque ahí no había futuro, nos íbamos a morir congelados”.
“El moverse es lo que produce salir de la zona de confort, pero no por miedo. Nos conectábamos con el amor, la energía más grande que existe. Una persona, cuando ve algo nuevo se paraliza: se presenta a un puesto de trabajo o va a jugar una final y dice: “No me van a contratar” o “voy a perder”. Son motivos convincentes, pero falsos para no hacer nada. ¿Cuántos segundos demora una madre para tirarse al agua a sacar al hijo que se está ahogando? Y en esta situación, ¿se conectó con la mente? No, lo hace con el corazón. Cuando te conectas con el amor, actuás inmediatamente”, enseña el sobreviviente desde su experiencia de vida.
Y recuerda, por último: “Fernando Parrado decía, al ser consultado por los periodistas, que el único motivo que lo mantuvo vivo durante dos meses y medio fue volver a abrazar a su padre. Porque sabía que lo estaba precisando mucho y él también. ‘Nando’ había perdido a la madre y la hermana en el accidente. La fe es creer en lo que no se ve, la fe no se razona. No dejábamos que ningún pensamiento negativo nos colonizara la mente. Un trabajo difícil, pero posible. Lo difícil se hace, y lo imposible se intenta”, concluye.