El ser humano condenado por prescripción milenaria a caminar en largas caravanas, contempló durante mucho tiempo los cielos y envidio a las aves que hacen de la libertad su mejor argumento de vida.
En 1939, deportistas locales logran la enorme aspiración de fundar una entidad de aeronáutica civil en la capital provincial.
El ser humano condenado por prescripción milenaria a caminar en largas caravanas, contempló durante mucho tiempo los cielos y envidio a las aves que hacen de la libertad su mejor argumento de vida.
Después de años de experimentación, por parte de muchos pioneros aeronáuticos, el 17 de diciembre de 1903 dos hermanos bicicleteros, Orville y Wilbur Wright, lograron despegar por primera vez una aeronave con motor en Carolina del Norte (EE UU). Este vuelo de apenas pocos metros de altura es considerado como el punto de inicio de la aviación moderna.
En la provincia, en 1920, se fundó el Aero Club de Rosario en la zona sur de esa ciudad. Luego de unos años, en 1927, se trasladaron sobre el campo aéreo de su ubicación actual. En tanto, en la ciudad de Santa Fe, según narra la crónica vespertina del diario El Litoral, una noche bajo la luz de la luna de septiembre, a fines de la década del ‘30, un grupo de entusiastas deportistas reunidos en la filial local del Automóvil Club Argentino, sobre calle San Martín 2780, constituyeron el Aero Club Santa Fe.
En el mundo y el país, lejos había quedado aquella primera emoción que provocan los vuelos iniciales, bajo una débil armazón de cuerdas y maderas, cuando se elevaba ante el asombro de todos. Los tiempos habían pasado, y para inicios de la década del cuarenta, el pájaro mecánico era un accidente más en el trajín de la vida diaria.
El referente e instigador de esta propuesta, para un Aero Club civil en nuestra ciudad, fue el aviador Juan Capella, quien poseía conocimientos, habilidades y horas de vuelo. Junto a verdaderos sportman locales, vinculados al automovilismo, fueron los que dieron el empuje necesario y pusieron su firma en el acta de fundación de la reciente entidad. Ídolos deportivos, reconocidos por competir en temerarias carreras de circuitos de tierra, como los hermanos Pedro, Victorio y Americo Orsi, también Domingo Ochoteco y el inefable Luis Brossutti. Todos ellos grandes automovilistas locales, pero también mecánicos de sus propias “bestias para correr”, una característica muy presente en la cultura material de nuestra ciudad.
El primer presidente de la entidad fue el reconocido Doctor Antonio Celeri y el secretario Aparicio Monje. Fueron ellos los encargados de encauzar el debate para abrir la asamblea. Según cuenta en actas, a las 22 horas de aquella noche de septiembre, Celeri leyó con precisas y certeras palabras: “Es intención de grupo de simpatizantes con las actividades del motor, dejar constituida en esta ciudad un aero club”. Pablo Visiglio, quien había sido el primer presidente durante los años veinte del Automóvil Club de Santa Fe, propone que el campo de aterrizaje, proyectado para un futuro próximo, lleve el nombre de Jorge Newbery, quien fuera el primer aviador argentino.
En 1941, comienza a construirse el campo de aviación. Santa Fe reclamaba su aeródromo. Lo reclamaba con pleno derecho una vasta zona de hinterland con su cabecera en el puerto de ultramar recibirá los beneficios emergentes. Un campo de aviación es el lugar donde seres humanos y máquinas establecen un vínculo para propulsar el comercio, fomentar el turismo y acortar las distancias.
El esfuerzo y la dedicación de la comisión directiva era notable. Su segundo presidente, Aparicio Monje, no dudaba en subirse al tractor y el arado para emparejar la pista de aterrizaje. El tesorero Lino Frencia, fue quien gestionó la llegada del primer surtidor de combustible proveniente de Y. P. F. como también la suma de 50.000 pesos del gobierno nacional para la finalización del hangar. El reconocido dirigente de clubes locales, Dick Escowich, repartió volantes entre los santafesinos, reforzando la presencia de la institución en la comunidad local para lograr la contribución desinteresada de sus socios.
A mediados de 1941, con el esfuerzo de todos los socios, la institución recibe su primera avioneta “Piper Cub”, un monomotor de ala alta fabricado por la firma norteamericana Taylorcraft Aircraft, bajo el mando de Bautista Grasso acompañado por Ramón Mini. Aquel día soleado de abril, cuando el firmamento era más azul que nunca, un pájaro ruidoso mostró sus alas extendidas y en ellas la inscripción de un nombre deportivo que ya estaba obtenía carta de ciudadanía: Aero Club Santa Fe. Rondo trazando espirales en el cielo, resguardo por entusiastas deportistas locales que fueron capaces de cazar el ave y hacerle su nido.
Grasso, fue el primer instructor de aviación del Aero Club de Santa Fe. Con más de 2500 horas de vuelo en todo tipo de avión, era un reconocido piloto de categoría internacional. Los primeros alumnos de Gasso, fueron 20 muchachos de la ciudad.
En esta senda, distintos vuelos fueron consagrando aquel notable y fuerte lazo entre el Aero Club y nuestra ciudad. Quizás el más importante y singular fue el de viajar junto a una niña de ocho años que atravesaba una dolorosa enfermedad, muy común por aquellos años, conocida como tos convulsa. Durante una hora, el avión evolucionó a más de 2500 metros de altura, obteniendo resultados favorables en la salud de la niña cuando finalmente tocó tierra. También, se ofreció un vuelo mensual al Consejo Provincial de Educación, como premio a los mejores alumnos de cada grado.
Se sumaban otros destinos a esta agenda con carácter social. Uno de ellos, eran los festivales aéreos en el Hipódromo de Las Flores con la performance de paracaidistas y buenos pilotos de todo el país. Simulacros de bombardeo aéreo, caza de globos, acrobacia y doble salto en paracaídas realizados por “el as del paracaidismo” Tomas Picasso. También, aquellos memorables vuelos con fines turísticos durante el verano en el balneario Guadalupe. Una pista de emergencia en la zona balnearia, para la avioneta, fue el atractivo de los bañistas en las playas de nuestra ciudad durante la década del cuarenta.