Lunes 1.2.2021
/Última actualización 14:58
La pandemia obligó a muchas personas de la ciudad a clavar bandera aquí nomás: nada de Mardel, Córdoba o Brasil. A muchas otras del interior o de provincias vecinas -como Entre Ríos-, se les presenta la opción de venir a vacacionar unos días a la capital. Vale decir que Santa Fe evoca, convoca, pide a gritos ser conocida. Y para quienes se quedan, éste quizá sea "el" momento de conocer qué historia se oculta detrás de ese lugar por el cual se pasa todos los días al ir hacia trabajo, y al que se lo mira casi con indiferencia.
Pero, ¿qué hay para conocer de la ciudad? Véase esta escena: Plaza 25 de Mayo. Martín se coloca el micrófono conectado a un parlante portátil que está en su cinturón. Es el guía turístico; usa un paraguas de sol, porque el sol está bravo esa tarde. A su alrededor unas veinte personas, todas con tapabocas, sanitizante en manos puesto y a dos metros de distancia. A un costado, tres pibes hacen piruetas en skate; un matrimonio matea bajo la generosa sombra de un árbol.
"¿Alguien sabe cómo se llamaba esta plaza una vez que se trasladó la ciudad desde Santa Fe La Vieja? Plaza de Armas. ¿Saben qué pasaba aquí en ese entonces, en 1650?", interroga el guía a la audiencia. Así empieza una recorrida por el casco histórico de la ciudad, que luego empalmará con otra visita por la Manzana Jesuítica, en el Colegio Inmaculada. Y forma parte de la propuesta "Mi Ciudad como Turista", que es gratis y que consta de nueve circuitos (ver Relacionada).
En este recorrido se conocerán varios secretos y curiosidades vernáculas: cómo era la vida en Santa Fe hace cinco siglos; qué pasó con la campaña del viejo Cabildo, donde hoy se emplaza la Casa de Gobierno; y más allá, en el Colegio Inmaculada, de qué manera se develó la incógnita del número de habitación que ocupó un tal Jorge Bergoglio (sí, el Papa Francisco), durante su residencia en la ciudad, y cómo fue su encuentro con Borges. Ni que hablar de la historia del cuadro de la Virgen María, en la Iglesia Nuestra Señora de los Milagros, que en 1636 "sudó" hilos de agua.
Pablo Aguirre La Iglesia Nuestra Señora de los Milagros. Allí se encuentra el cuadro de la Virgen que -dicen- sudó hilos de agua.La Iglesia Nuestra Señora de los Milagros. Allí se encuentra el cuadro de la Virgen que -dicen- sudó hilos de agua. Foto: Pablo Aguirre
Una campana en una carreta
Garay funda Santa Fe cerca de Cayastá en 1573. Tras el traslado de la ciudad al emplazamiento actual (que inició en 1651 y duró 10 años), por la plaza, que en ese entonces era un cuadrado de tierra, pasaba toda la vida social, política y comercial. Se hacían ferias, trueques, procesiones, "hasta corridas de toros hubo", enfatiza Martín, el guía, como queriendo llamar la curiosidad.
Ahora se la conoce como Plaza de Mayo, pero en aquel tiempo fue la Plaza de Armas. La pirámide central es de 1999, tiene un placa conmemorativa a los constituyentes del '53 y es una réplica un poco más chica de la que se encuentra enfrente de la Casa Rosada, en Buenos Aires. Al sur, la Casa de Gobierno -donde estuvo el Cabildo- muestra imponente su fachada de estilo arquitectónico francés: por dentro, la escalera de mármol de carrara y el busto del Brigadier Estanislao López.
De todo aquello es curiosa la historia de la campana que perteneció al Cabildo, y que está en la Casa Gris: "Toda vez que nuestra ciudad era atacada, se tocaba la campana y la gente debían presentar armas en la plaza. En 1816, por un conflicto con Buenos Aires, los porteños ocuparon el Cabildo; luego fueron sacados por los propios vecinos de Santa Fe. Pero antes de irse, tomaron la campana y se la llevaron como trofeo o botín de guerra", narra Martín.
"¿Y qué pasó?", interroga una mujer interesada por el desenlace de la historia. "Para 1986, en el bicentenario del nacimiento del Brigadier, Santa Fe reclama la campana a Buenos Aires, pero imponiendo un 'castigo': que se la devuelva de la misma forma en que se la llevaron allá por 1816. Así que la trajeron en carreta desde Buenos Aires. Se hizo un gran desfile por la campana. Unos 10 días demoraron en traerla; pobres los muchachos de la carreta, que no tenían nada que ver", bromea el guía.
La Catedral Metropolitana, frente a Casa de Gobierno, expone su estilo neoclásico con tres naves unidas por arcos de medio punto y dos cupulines adornados con cerámica mayólica de color celeste. En el medio, una veleta "gallito". Con la puesta del sol, ocurre algo: el celeste de los cupulines y el amarillo de la fachada crean una mágica postal policromática.
Pablo Aguirre El Patio del Sagrado Corazón, lugar que era reservado para los sacerdotes jesuitas.El Patio del Sagrado Corazón, lugar que era reservado para los sacerdotes jesuitas. Foto: Pablo Aguirre
Al ingresar a la Manzana Jesuítica por el Colegio Inmaculada toma la posta Victoria, la segunda guía. Antes de seguir, todos otra vez con sanitizante en las manos. Se encara por el Patio de los Naranjos, el sector más antiguo de la Manzana. Se respira en aire de una historia recóndita.
El grupo ingresa luego a la Iglesia Nuestra Señora de los Milagros. Se hace un silencio conventual, pues algunos feligreses están en un profundo recogimiento: "¡Shh!", pide la guía. Las alturas del santuario, con la cúpula y la nave, daban frescura y acústica: en el 1600, hasta el fiel de la última fila podía escuchar al cura.
Allí hay un cuadro con la imagen de la Virgen María. Cuentan los relatos de la época que en 1636, ese cuadro empezó a "sudar" de la cintura para abajo. No había llovido, no había humedad en la pared; desde el cuadro de la virgen empezó a brotar un líquido: eran hilos de agua que llegaban hasta el altar.
Los sacerdotes tocaron las campañas de la Iglesia llamando a los feligreses para que fueran a ver lo que sucedía, y la gente empezó a embeber ese líquido con lienzos y algodones. Todo ocurrió durante una hora, y con el tiempo se empezó a decir que esas telas embebidas tenían propiedades milagrosas: las personas con alguna dolencia se curaban al tocar esos lienzos con el sudor milagroso.
Las fotos de "Mi ciudad como turista"
El aspersor y la habitación del Papa
"Ay, qué hermoso patio", susurra una joven. Es el Patio del Sagrado Corazón de Jesús, antes Patio de Clausura: nadie podía entrar al lugar, porque en los pisos superiores estaban las habitaciones de los padres jesuitas, y no se debía alterar el silencio. Caen gotitas de agua: "No, no es una nube pasajera. Miren hacia arriba", advierte Victoria. Ese pulmón verde es humectado por un único aspersor que está bien arriba, en el segundo piso; da gracia verlo viborear esparciendo agua para aquí y para allá, y da placer respirar hondo el aroma del césped recién mojado.
El camino por las escaleras conduce hacia la habitación que ocupó Jorge Bergoglio, hoy Sumo Pontífice, en los años '64 y '65, durante su formación como sacerdote y maestrillo en el Inmaculada. Pero al ser las puertas de las habitaciones todas iguales, ¿cómo saber qué dormitorio había ocupado Bergoglio en aquella época? Toda una incógnita a develar.
"El señor Carlos Hugo Minatti, egresado del Colegio Inmaculada (ex alumno de actual Papa), decidió ir hasta el Vaticano para ver al Papa y preguntarle cuál había sido la habitación que ocupó en su paso por la institución educativa. Francisco lo reconoció apenas lo vio: era la Nº 223. El Sumo Pontífice tenía muy presente su paso por la ciudad", cuenta Victoria.
Los jeroglíficos y Borges
Al Museo del Colegio lo integran el Observatorio Científico y la Sala de los Gabinetes y Academias. Victoria es reemplazada por José, el tercer guía: "Esto se crea hace un siglo con el objetivo de enseñar e investigar astronomía y meteorología", indica. Se ve todo tipo de instrumental científico: barómetros, evaporímetros, hidrómetros. En las paredes hay jeroglíficos egipcios y representaciones de dioses. ¿Por qué los jesuitas se tomaron el trabajo de hacer pinturas egipcias? Hay varias teorías: "Una, un homenaje al Antiguo Egipto por los saberes que legó al mundo; otra, que hay vínculos entre ciencia y fe", explica.
La Sala de Gabinetes es una buhardilla, un largo espacio cerrado debajo de las tejas del techo del colegio. Se ven piezas que se usaban en las clases para estudiar física, química, taxidermia, deportes, literatura. Y allí ocurrió un encuentro histórico en agosto de 1965 entre Jorge L. Borges y Jorge Bergoglio
El actual Papa había invitado al escritor a escribir el prólogo de un libro de cuentos gauchescos escritos por los propios alumnos. El célebre escritor no sólo accedió al convite, sino que escuchó la lectura de varios cuentos por parte de los jóvenes, y -dicen- quedó encantado por la dicción. En el lugar hay una copia original del prólogo.
La terraza del Inmaculada es algo así como el telescopio perfecto donde, para un lado, se puede ver todo el Paseo de las Tres Culturas, el río y la ciudad de Paraná, el Puerto, el Parque del Sur, El Museo Histórico Provincial, el Museo Etnográfico, el Convento de San Francisco y la Iglesia de Santa Ana. Para el otro lado está el cemento de la gran ciudad: los ojos pueden llegar a observar hasta el Puente Colgante.
Redescubrir Santa Fe con otros ojos
"'Mi ciudad como Turista' es redescubrir la ciudad con otros ojos, con los ojos de justamente un turista. Busca generar más conciencia anfitriona, y que la gente sepa que la ciudad tiene una historia y lugares increíbles para conocer. Los santafesinos vienen, se encuentran con un montón de historias, relatos y curiosidades que no conocían, y eso hace que se apropien un poco más de nuestro patrimonio", le dijo a El Litoral Franco Arone, director de Turismo municipal.
El programa, que se inició en el verano de 2020 -previo a la pandemia- ya congregó a más 2 mil personas. Consta de nueve circuitos: Casco histórico, Museos y lugares históricos, Manzana Jesuítica Paseo de la Costanera, Paseo Boulevard, Paseo Peatonal San Martín, Paseo del Puerto, Camino de la Constitución y Cementerio. Las visitas guiadas se realizan todos los sábados de enero, febrero y marzo a las 19: son gratuitos, sin turno previo y con las medidas sanitarias correspondientes (tapabocas obligatorio y sanitizante de manos).